2002-06-15.LA RAZON.LAS BELLAS ARTES Y LA NATURALEZA MARTIN MIGUEL RUBIO
Publicado: 2002-06-15 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
LAS BELLAS ARTES Y LA NATURALEZA LA RAZÓN. SÁBADO 15 DE JUNIO DE 2002 MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN A la joven Lorena Martín Cid, pintora en ciernes ya prometedores. Es una sandez conceptual considerar que depende de la sola opinión personal, del ojo de cada quisqui, la belleza o fealdad de las producciones de las Bellas Artes. Las leyes de la estética son las mismas que rigen las de la Naturaleza, por lo que la impresión de la belleza es un resorte casi automático ¬el «casi» lo concedemos por si se tiene educación estética o no¬ del espíritu de todos los vivientes. Cuando en las Bellas Artes se comenzó a aplicar el criterio castizo de «para gustos, se hicieron los colores» se abrió la puerta de par en par a la fealdad, al adefesio (perdón, querido San Pablo), a la estafa y al camelo. La belleza en las Artes no puede fundarse en la opinión individual del espectador, sino en el «sensus communis» de la especie (Shaftesbury). La harmonía es armonía por naturaleza, por pésimo que sea el oído de alguien o por mal que juzgue alguien de la música. Y aunque nos volvamos todos godos y perdamos el buen gusto, toda belleza está fundada en la naturaleza. Sólo el Arte que oye los reclamos de la naturaleza y los sigue ética y estéticamente es Arte. Y todo Arte generado por una ideología de conveniencia y opinión es un artefacto feo, torpe e inmoral. El misterio de las Bellas Artes es una emanación de la Naturaleza, y esa emanación pasa por el humano instinto hacia la belleza y lo elevado, sin que intervenga de entrada nuestra razón. La «natura naturans» palpita y se hace sentir en las Bellas Artes como «natura naturata». El verdadero artista debe crear bajo el impulso natural de intuiciones o visiones que no tiene derecho a dejar perder, creando medio a ciegas las iluminaciones que le sobrevienen. Diríase que para el espectador de la belleza viene de la misma razón natural el padecer la misma impresión ante un buen producto de las Bellas Artes que ante un buen culo de mujer. Y esto no es una zafiedad cretina, el mismo maestro del ratiovitalismo creía también en ello. Naturalmente que su discípulo, Julián Marías, no. Pero ya don José lo decía: «Si me hacen la biografía / que no me la haga Marías». La denuncia en estas mismas páginas efectuada por el maestro Antonio García Trevijano, una de las glorias de este periódico, contra la impostura verbosa que ha representado la crítica de Arte durante el siglo XX, está siendo no sólo un lenitivo para el «sensus communis», sino que tenemos fundadas esperanzas de que con esta denuncia y sus libros sobre el Arte en el Renacimiento se vuelva a la crítica del siglo XVIII, la de los ilustrados con los ojos abiertos, el oído atento, el tacto fino, las narices impolutas y el gusto cultivado. En la razón inventiva de cada artista hará su reverbero y juego la inteligencia de la Naturaleza. La inteligencia humana ¬la sana y completa¬ es de naturaleza ingeniosa y artística, y necesita ver lo originario en cada latido del Universo. Y sólo si se da absoluta libertad al ingenio humano se puede garantizar que hable la Naturaleza. La Iglesia intentó frenarlo durante largos siglos: El Papa Pablo II, en los comienzos del Renacimiento, había fundado una especie de Inquisición para frenar a los poetas, presuntos restauradores del paganismo. «Es difícil para un gobierno darle estatuto al ingenio» (Shaftesbury). El actual modelo de Estado socialdemócrata que padecemos, el Estado más corrupto que se ha registrado en la Historia Humana, liquidó la libertad de ingenio al subvencionar elefantiásicamente no sólo la falta de ingenio, sino la corrupción moral de las Bellas Artes en un abstrusismo hebetador y degradante de la condición humana. Sólo un humor incesante, que despegue al artista de los prejuicios «culturales», y un ingenio libérrimo, que no ofrezca vasallaje a ninguna moda «política», sino que instaure como único Rey al propio artista, pueden regenerar el Arte, convirtiéndolo en el único fin que tuvo, un vehículo de belleza; la belleza como espectro instintivo que impregna nuestro espíritu eterno, la belleza como amable transmisora de la Naturaleza. «Del sueño de la belleza no se puede uno desarraigar, mas el ir despertando sin romperlo es lo que vale la pena» (María Zambrano, Cartas de la Pièce).