2001-04-10.LA RAZON.LA SOLIDARIDAD NACIONAL DALMACIO NEGRO
Publicado: 2001-04-10 · Medio: LA RAZON
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LA SOLIDARIDAD NACIONAL LA RAZÓN. 10 DE ABRIL DE 2001 DALMACIO NEGRO La solidaridad nacional no es virtud de la Nación política, sino de la Nación histórica, en tanto la solidaridad como virtud no es algo impuesto sino voluntario, consentido. Sin embargo, un Estado Anarquista no puede invocar la solidaridad al tiempo que destruye la sociedad, base de la nacionalidad tanto histórica como política, pues la sociedad, descansa precisamente en la solidaridad fruto de la convivencia. Y el Estado, o los gobiernos en su nombre, está destruyendo aquí como en otras partes, las sociedades y, con ellas, los fundamentos de la solidaridad. En efecto, si la solidaridad es una virtud pública, y es así como se invoca, no se puede imponer mecánicamente desde arriba, mediante la fuerza o mediante la ley, sin contar con la inclinación natural de las gentes. Una Nación histórica es un espíritu --el «espíritu de la Nación» de Montesquieu, que no es el de la Nación política- formado por la integración de solidaridades que van desde la familia, hoy tan acosada por el Estado, a la Nación misma, pasando por otros grupos de base territorial o moral. Quizá se quiso imitar eso al bautizar con la palabra «Comunidad» regiones, países o reinos del Estado de las Autonomías para forzar su integración particular, lo cual es ya una forma de manipulación de las realidades históricas y de disociar la Nación en grupos diferenciados rivales o enfrentados, al sustituir la natural Comunidad nacional por una serie de comunidades semi políticas menores con su propio «espíritu comunitario». ¿O se trató del divide y vencerás? La historia de la transición, que trata de aclarar Antonio García Trevijano, está llena de misterios. ¿Por qué la invención de las Autonomías? ¿Para conseguir apoyos tan artificiosos como celosos? ¿Para crear una clase político-burocrática agradecida? ¿Quien lo había pedido? Seguramente ni las díscolas oligarquías catalanas y vascas lo habían exigido en tales términos. A estas alturas, la Nación política ha sido prácticamente vencida por las Autonomías y la política antinacional del consenso y casi ha desaparecido. Pero lo más grave es que la Nación histórica, que subsiste todavía, está también en trance de disgregación, por lo menos en lo que respecta a la solidaridad -virtud pública-. Los mismos partidos -que, tal como se han configurado son de hecho y hasta de derecho órganos estatales, no de la sociedad- acucian de diversas maneras la ruptura de la solidaridad nacional. Un ejemplo es lo del trasvase. Que sea o no factible es una cuestión técnica, susceptible de ser retocada o mejorada, sí es el caso, técnicamente. Políticamente parece de sentido común que si sobra agua en alguna región -perdón «Comunidad»- de la Nación se lleve a otra si es factible técnica y económicamente. Es lo mínimo que cabe esperar de la solidaridad nacional. Lo que no es admisible intelectualmente, si España es una Nación -o Comunidad de comunidades-, es que algunos partidos lo rechacen excitando la insolidaridad «comunitaria» particular con tal de ganar unos hipotéticos votos desprestigiando al adversario político, en este caso el PP. Podría pasar que los partidos regionalistas lo aprovecharan para justificar su artificiosidad con la demagogia. Pero lo que no tiene sentido es que la excite el PSOE que además de socialista se presenta como un partido español (la E). Los partidos nacionales ya han hecho bastante daño a la Nación exacerbando los sentimientos particularistas con sus juegos partidistas en Vascongadas o en Cataluña especialmente, por no hablar de su falta de sentido político en general. Mientras el PP ataca sutilmente los sentimientos religiosos, un componente esencial de la Nación histórica española, el PSOE subvierte la solidaridad nacional. ¿Es que el PSOE trata de fomentar ahora un nacionalismo aragonés y de rechazo un nacionalismo murciano, como ya ha hecho y sigue haciendo en Galicia? Parecía que el PSOE empezaba a renovarse insistiendo en la «E», pues en la «O» no puede creer nadie con sentido común, salvo gentes incapaces de discernimiento, con lo que se configuraría como una alternativa seria de gobierno. Pero este ejemplo y otros que podrían traerse a colación evidencian que no es así. Y que unos y otros, cada uno a su manera, están en contra de la sociedad y de la Nación, aunque sea inconscientemente.