1998-11-09.LA RAZON.LA RAZÓN Y LAS RAZONES AGT

Publicado: 1998-11-09 · Medio: LA RAZON

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LA RAZÓN Y LAS RAZONES
LA RAZÓN. LUNES 9 DE NOVIEMBRE DE 1998
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO
Aunque sea motivo de gran satisfacción, la salida al mercado de un nuevo periódico no siempre supone un enriquecimiento cultural o un aumento del pluralismo en la expresión de la vida social y política. Todo depende de la clase de novedad periodística que aporte, de las innovaciones que introduzca en la materia y el estilo de la publicación, y del grado de independencia de su opinión editorial frente a la inevitable presión de los grandes centros de poder político, financiero, publicitario y religioso. A los periódicos se les juzga no sólo por lo que dicen sino también por lo que callan. Y es en este último aspecto donde se aprecia mejor la diferencia fundamental entre las publicaciones diarias.	
Los nuevos periódicos suelen centrar su atención en los mismos temas que los tratados por los competidores de mayor tirada. Y pretenden diferenciarse de ellos con un tratamiento más objetivo o menos sectario de los asuntos que son presentados, sin embargo, bajo un mismo enfoque. Esto aumenta, sin duda, el pluralismo de los matices pero deja intacto el problema básico: la insoportable discordancia entre la realidad y su representación. Acercarse a esta concordancia es la única Razón que justifica la legitimidad de un medio informativo. Si esta Razón no es lo que orienta y dirige la línea editorial, el diario podrá triunfar como empresa y convertirse, al modo de los casos más notorios, en otro centro de poder. Pero fracasará como medio de formación de una opinión pública independiente de la propagada por el Estado de partidos. Justamente, lo que España no tiene y más necesita. La sinceridad de un país se mide por el grado de concordancia existente entre su realidad social y lo que de ella dice su prensa.
El respeto a la realidad no depende de la sola honestidad profesional del periodismo. Entre los hechos de existencia real y las conciencias personales que los relatan se interpone todo un mundo de prejuicios, preconceptos, esperanzas, temores, sospechas y fantasías, que impide el acceso al conocimiento de la realidad, a no ser que medie el concurso activo de inteligencias entrenadas en veda a través de la telaraña de intereses que la ocultan o deforman. La opinión editorial es decisiva, por ello, cuando ha ganado autoridad y credibilidad. Lo que sólo sucede cuando, por estar segura de sus propios fundamentos racionales, convoca a otras razones igualmente legítimas, pero carentes de expresión, para dejar contrastado el peso de la suya. La prensa sectaria no puede permitirse ese lujo.
Debido a la tradicional falta de respeto en España a las ideas sin poder y a las inteligencias sin temor, los intelectuales suelen ponerse a disposición de quienes les dan acceso al escenario público. Pero un intelectual no puede, sin renunciar a su condición, escribir lo que no piensa. y si lo hace, es preferible que se venda al mejor postor del país, para vivir a costa de una sola y gran mentira, a que se alquile de ocasión, pasando de un diario a otro, para guardar su carrera de mentiroso. A las personas que reflexionan sobre las causas del malestar cultural, no se les ocurre entrar en la política para remediarlas. Saben que la sinceridad es tan absurda como peligrosa, cuando se expresa dentro de unas falsas reglas de juego. Tampoco les cabe en la cabeza la idea de escribir en un diario. Saben que el consenso informativo sólo deja pasar por su filtro lo agradable o adecuado a las consignas del partidismo electoral. Tan férreo en ciertos periódicos como el de partidos políticos.
Ha nacido un gran periódico con el nombre de LA RAZÓN. Tanto la personalidad del editor como el título de cabecera, una promesa vinculante de racionalidad y razonabilidad, explican que aquí se haya convocado a la libertad de pensamiento que, siendo genuina y fundada, tenga necesidad de expresarse. Lo que implica, para el escritor de esta página, un triple compromiso: tener algo interesante o nuevo que decir, decirlo sin reservas  mentales y expresado cultamente, pero de modo que prenda al lector. En nombre de los invitados, traslado al editor y al director la voluntad común de construir aquí, por sinceridad y valentía del pensamiento, como por elegancia de la expresión, un paradigma de responsabilidad que pueda motivar el orgullo de la Razón y el de sus lectores.