2001-10-11.LA RAZON.LA NOVEDAD DE ESTA GUERRA AGT
Publicado: 2001-10-11 · Medio: LA RAZON
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OPINION 24 LA RAZÓN JUEVES, 11 - X - 2001 OTRAS RAZONES LA NOVEDAD DE ESTA GUERRA GRAN DELINCUENCIA INTERNACIONAL U SA y sus alia- N adie explica el sentido de lo que está sucediendo. La ac- ción militar no pare- ce tener otro móvil que sedar el pánico y calmar la sed de pa- triotismo en Estados Unidos. Su Presiden- te dice que la guerra antiterrorista puede durar una década. Guerra contra un enemigo anónimo y dis- perso por el mundo. La angustia vital se expande si el futuro no puede ser concebi- do como continuación del presente o triun- fo de lo conocido. En las revoluciones, el temor de unos se compensa con la espe- ranza de otros. El terrorismo de justicia is- lámica ha levantado una furiosa ola de te- mor de civilización, sin un remanso de verdadera cultura de justicia civilizada que la domestique. Los que reconocen la no- vedad de lo que acontece no osan aventu- rar en qué consiste. La cultura nació, antes que la civiliza- ción, sin proceso de ruptura con la Natu- raleza. Los modos de vida se fueron sepa- rando de sus matrices naturales a medida que los pueblos avanzaban en el dominio técnico de la energía. La necesidad de nombrar este progreso mediante una nue- va palabra se hizo sentir cuando se acele- ró con el maquinismo. Ferguson y el mar- qués de Mirabeau, dos creyentes en el progreso continuo, crearon la voz «civili- zación». Y Kant no la separó de las raíces culturales que la sostenían. Pensó la civi- lización como «decoro» externo de la de- cencia íntima de la cultura. El proceso de civilizarse, de progresar por medio de ciencia y técnica, dependió del valor preferencial que tenían la liber- tad o la justicia en cada cultura tradicional. No podía ser homogéneo ni realizarse al mismo compás. Unas naciones se empe- ñaron en la libre explotación de los recur- sos naturales, sin miramiento a la justicia natural. Y donde se idealizó (Descartes) la libertad de acción sobre la Naturaleza, su- cedió la revolución de la libertad entre los hombres. Desde entonces, la civilización responde a una doble exigencia. Libertad de acción antiecológica e inhumana, en la explotación del planeta. Libertad liberal y democrática en el sistema político. La cul- tura musulmana, que tenía las mismas raí- ces grecolatinas que la occidental, no in- corporó al islamismo los elementos que, en el cristianismo, hicieron prevalecer, con Renacimiento y Reforma, la libertad de ac- ción sobre el ideal de justicia. Los musul- manes no se han alzado contra sus diri- la civilización gentes occidental por la libertad. Pero pueden ha- cerlo por la justicia entre naciones. feudales, ni El mensaje de Ben Laden, del que no se desprende que haya sido el responsable, legitima en la justicia el terror del 11 de septiembre. Y acusa a la impiedad del mundo conmovido por este atentado, de que no haya levantado un dedo contra el terror de Estado que asesina niños en Irak o Palestina. Aunque su alegato sea fácil de desmontar con las ideas básicas de la civi- lización de la libertad, sería imperdonable no prevenir el fatalismo de tragedia griega que los sentimientos de venganza tendrán en masas inmersas en la cultura de la justi- cia instintiva, latente en las dos religiones del Libro. La elegan- cia natural de Ben Laden no ha refinado su apego primitivo a la justicia tribal del talión. La alternativa co- munista al capitalismo no era, ni siquiera en teoría, un conflicto de civilizaciones, pero sí una oposición irreconciliable entre libertad y justicia social en un mismo tipo de civilización industrial. Lo que hoy su- cede no puede ser inicio de un «choque de civilizaciones», como se empieza a decir sin saber de qué se habla. Frente al occi- dental no hay ningún otro proceso civili- zador. Lo que estaba inédito en la historia de las naciones estatales era el conflicto sangriento de la civilización de la libertad con una cultura de la justicia. Lo descono- cido en la política era el terror de Estado, en guerra con el terrorismo civil. Son las dos novedades históricas de esta guerra de golpes innobles, sin batallas leales a su propia causa. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO dos en las ha- zañas bélicas contra Afganistán re- piten incansables que la acción está autori- zada por la ONU. Pe- ro no es cierto. Cuan- do el Consejo de Seguridad «instó» a luchar contra el terro- rismo mediante medidas políticas y econó- micas de todo tipo, no estaba autorizando el recurso a las armas y, desde luego, no existe resolución alguna en que se acuerden accio- nes armadas contra Afganistán o se establez- can las condiciones en las que sería legítima esa actuación. Es mentira. USA se ha man- tenido cuidadosamente al margen de la ONU. Por encima de las Carta de Naciones Unidas. Preguntado Colin Powell si se iba a contar con una resolución del Consejo de Se- guridad dijo desdeñosamente que no era pre- ciso. «Nuestra Constitución y nuestras leyes nos bastan». Pero no es verdad. La Carta asigna a la ONU, como objetivo primordial, «mantener la paz y la seguridad internacio- nal y tomar medidas colectivas eficaces pa- ra prevenir, descartar o reprimir las amena- zas a la paz, la ruptura de la paz o cualquier agresión contra la misma». Todos los miem- LEER A MARX P ero ¿cómo no estar en contra de una religión, de cualquier religión, que pretenda ir más allá de la creencia personal y la práctica individual para aspirar a subordinar a la colectividad humana, sus leyes, derechos y libertades a su única y totalitaria doctrina pretendi- damente intocable y superior dada su con- dición divina? ¿Cómo no oponerse a tal aberración si, además, esa doctrina con- culca frontalmente los más elementales derechos del ser humano, si proclama la desigualdad de sexos, si no admite la li- bertad de pensamiento y creencias, si pre- coniza dictaduras teocráticas por encima de la soberanía popular y el poder demo- crático surgido de la libre voluntad de los pueblos expresada en votos? Tamaña y te- nebrosa barbaridad me- dieval no es admisible ni para el cristianismo ni para el islam. Ya no un marxista sino cual- quier humanista y hasta un hombre del Renaci- miento, recién librado del yugo de los terribles dioses de la Cruzada y la Guerra Santa, estaría en frente. ¿Cómo no va a estarlo cualquiera que transite por el siglo XXI? Hoy decirlo es NO políticamente correc- to. Pero callarlo es traicionar a la verdad. Pero los progres del siglo XXI no han leído a Marx. AAnnttoonniioo PPÉÉRREEZZ HHEENNAARREESS REBOREDO Y SAÑUDO bros de la ONU se comprometen a con- fiar la realización de este objetivo supremo al Consejo de Seguri- dad. Es éste el único legitimado para deci- dir cualquier acción de fuerza cuando lo considere imprescin- dible para restablecer la paz o la seguridad rotas por una agresión. Cuando algún país se sienta en la necesidad de ejercer la legítima defensa, sin tiempo pa- ra solicitar la intervención del Consejo, lo pondrá inmediatamente en conocimiento del mismo para que éste actúe en la forma que estime necesaria para respaldar y regular esa utilización instantánea de la fuerza. Así lo or- dena la Carta de la ONU en su capítulo VII, artículos 41 y 42. No hay acto lícito de fuer- za al margen del Consejo de Seguridad. Un mes ya desde las abominables matan- zas del 11 de septiembre y nadie ha solicita- do una resolución del Consejo de Seguridad, que ha sido deliberadamente ignorado. No han faltado analistas que, con toda desenvol- tura, dicen que USA no quería verse «ma- niatada» por una resolución del Consejo. Mejor sin limitaciones ni obstáculos legales. Al parecer, el Derecho internacional sólo vincula a países débiles y pobres. ¿Es ésta la igualdad de las naciones «grandes y peque- ñas» que proclama la carta? Tanto USA co- mo sus aliados insisten en que la mayoría de la comunidad internacional apoya los ata- ques contra Afganistán. Pero esta realidad, lejos de justificar unas acciones de guerra al margen de la ONU, las hace aún más inex- plicables. ¿Por qué se ha despreciado otra gran ocasión de estar junto al Derecho y en contra de la agresión? Tanto hablar de justi- cia y democracia frente al terrorismo para después reaccionar al margen del Derecho internacional y de la legalidad mundial. Fue- ra de la ley, como cualquier delincuente. Co- mo los príncipes absolutos: exentos de la su- misión a sus propias leyes. Otra vez la gran delincuencia internacional y el asesinato en masa. Además, en una situación en que los crímenes perpetrados contra USA habían suscitado la práctica unanimidad de la repul- sa. ¿Por qué no aprovecharla para definir qué es terrorismo y cuáles son las formas legales de combatirlo? ¿Por qué no someterse a la jurisdicción del Consejo de Seguridad, úni- co árbitro legitimado para utilizar, como úl- tima «ratio», el recurso a las armas si fraca- san otros medios políticos, económicos, policiales y judiciales para afrentar el con- flicto? ¿Por qué se ha prescindido de esta premisa básica para la superioridad ética y jurídica de la cultura de la paz sobre la bar- barie de la guerra? La afirmación del emba- jador afgano en Pakistán fue acongojante: «Esto es terrorismo». No le faltaba razón. ¿Acaso el imperio es incompatible con el Derecho internacional? ¿Una hegemonía acorazada de coerción? ¿La mayor máquina de fuerza y de violencia, que no admite lími- tes jurídicos? Con razón se opone USA al Tribunal Penal Internacional. Con razón ha sido desalojada de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. La nación más civili- zada del mundo dedicada a la gran delin- cuencia. JJooaaqquuíínn NNAAVVAARRRROO