1997-05-17.EL MUNDO.LA NOBLE FUNCIÓN DEL INSULTO AGT
Publicado: 1997-05-17 · Medio: EL MUNDO
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INSULTO EL MUNDO. SÁBADO, 17 DE MAYO DE 1997 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO Estamos saliendo de una situación de inflación, corrupción y paro, cuyas causas institucionales no entendimos bien, y estamos entrando, con las mismas instituciones, en otra de congelación, insulto y paro, cuyos efectos a largo plazo tampoco conocemos. La economía dirige, como nunca antes, el factor institucional se trata, fuera de toda consideración moral, como invariante económica. Pese a que no se roba por patriotismo, la corrupción ha sido económicamente justificada por sus efectos innovadores sobre la redistribución nacional de discute a los partidos socialistas el mérito de haber sido, en este sentido, los más innovadores. Pero, aunque todos insultan en nombre de la nobleza pública, aún no se ha formulado una teoría de la función política del insulto en la renovación de la clase dirigente. Y, sin embargo, el paso desde la corrupción al insulto no se entiende sin la permanencia de unas instituciones que prohíben el disentimiento. El consenso ha sido la matriz de su final, sin legitimar la disensión, marcará el comienzo del noble insulto. Más fácil que descubrir su función común es catalogar, por sus formas de expresión, los distintos tipos de insulto político. Hay tantos como motivos de agravio, resentimiento, rivalidad, miedo, envidia o antipatía. En los países latinos prosperaron los que, además de ser perniciosos para los sentimientos comunitarios, dañan sobre todo a los que los ponen en circulación: el derivado del odio de clase y el difamatorio. Los estoicos no fueron en esto demasiado sutiles. La conciencia de superioridad, aunque esté justificada, no siempre aconseja el silencioso desdén. Contestar con distanciamiento personal y con ironía a insultos ingeniosos, a veces, engrandece. Frases como «tahúr del Mississippi», «Mariquita Pérez vestida de Luis XIV» o «Menestra de Cultura», dichas con ánimo de insultar, no caen sin embargo en la ineficacia del mal gusto ni en la repugnancia de la calumnia y la difamación, el insulto sin vulgaridad y con crítica objetiva denota buena salud política y debe ser, como el saludo, devuelto por cortesía. El insulto es, con frecuencia, la forma no degradante de reconocimiento del adversario inmoral. Pero insultar con nobleza es casi tan difícil como saber elogiar. Los anglosajones dominan el arte del insulto edulcorándolo con sentido del humor. En España no hay una costumbre cultural que produzca buenos y sanos insultadores. El arte de insultar es imposible sin un dominio del idioma que permita sustituir el vulgar calificativo denigratorio por la elipsis de un verbo apropiado, sin manifestar sentimientos personales. Decir a un catedrático de medicina, que amenaza con vituperios injuriantes a un colega, «pégame, pero no me recetes», es más destructivo y pudoroso que llamarle ignorante matasanos. El insulto político no es, por sí mismo, signo de crispación, del mismo modo que el hipócrita palabreo versallesco tampoco lo es de sosiego. Las llamadas a la calma chicha son impúdicos gritos de añoranza a todos los que desean recomponer el idilio de la clase dirigente que se repartió el poder bajo Suárez, y el culpable silencio general que permitió la corrupción y el crimen de Estado bajo Felipe. No es fruto del azar que las ideas de reparto fiscal, de emisoras de radio o de televisión a dedo, y las de vista gorda judicial en las causas anticorrupción se conciten otra vez en nombre del sosiego. Si Aznar-Felipe-Pujol-Arzalluz se sosiegan en La Moncloa, y los medios de información coartan la crítica democrática al consenso, el insulto cumplirá la noble función del disentimiento.