1996-12-15.ABC.LA LIBERTAD HAY QUE TOMARLA JOAQUIN NAVARRO

Publicado: 1996-12-15 · Medio: ABC

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ABC  Pág. 48 

TRIBUNA ABIERTA 

DOMINGO  15-12-96 

LA  LIBERTAD  HAY  QUE  TOMARLA 

Por Joaquín  NAVARRO ESTEVAN 

Con mi amigo  Antonio  García  Trevijano «Frente a la Gran  Mentira" 

AFIRI 

: MA  Mon 
taigne  que  la 
taig: 
idea  de escribir 
idea 
el «Discurso de la ser 
vidumbre  voluntaria» 
se le ocurrió a Etienne 
De La Boétie  leyendo 
un  pasaje  de Plutarco 
donde éste cuenta  que la tiranía de un solo 
hombre en los pueblos asiáticos se prolongó 
hasta  la exasperación  porque  estos no 
sabían  decir  «no».  Cuando  aprendieron a 
pronunciar tan difícil palabra, la tiranía fue 
demolida.  Pero la eliminación  de la servi 
dumbre  forzosa  no supuso la libertad  polí 
tica  sino la servidumbre  voluntaria,  inven 
tada  por los  núcleos  oligárquicos  que aba 
tieron a los tiranos proclamando la igualdad 
absoluta del pueblo (compatible con las más 
abyectas  discriminaciones)  y su libertad 
para  someterse a los nuevos  amos del Es 
tado. La servidumbre política sustituyó a la 
esclavitud  y a la gleba.  Los que lucharon 
por su vida frente  a los tiranos se resigna 
ron a confundir  más  tarde la libertad  polí 
tica con el reconocimiento de su «legalidad» 
en  cuanto  ciudadanos  y, casi  con entu 
siasmo, pasaron  de la anterior  esclavitud a 
su actual servidumbre  voluntaria. 

Nace  así la filosofía  de la resignación, 
cuya  base  está en la obediencia. Sin perso 
nas genéticamente  valientes y sin la creen 
cia  universal  de que todos  actuarán  obe 
dientemente ante la eventualidad de un pre 
mio  o un castigo,  sería  inconcebible la 
servidumbre  de las masas.  Sería  también 
impensable sin un continuo cultivo de la su 
misión  a los poderes  políticos,  sociales y 
económicos  existentes  a través  de normas 
sociales  que se inculcan  mediante  largos 
procesos de interiorización  y alienación so 
cial. Aquellos  poderes, de naturaleza  y es 
tructura  oligárquica,  actúan  como verdade 
ras máquinas de producir docilidad política. 
La apatía, la resignación  o el miedo no son 
sino  manifestaciones  de un profundo  sen 
tido de la impotencia. 

Todo ello  conduce,  incluso  en espíritus 
cultivados y sensibles, a la conclusión de 
que  lo que existe  es ya, porque  existe, lo 
único que puede existir. Aunque, por  ejem 
plo,  Norberto Bobbio realiza una  crítica im 
placable de la «democracia real» destacando 
sus mutilaciones, frustraciones  e incumpli 
mientos, descarta  cualquier  cambio  sustan 
cial y termina  canonizando lo existente. Ya 
la democracia deja de ser «subversiva» para 
convertirse en un mercado político o en un 
compromiso entre las fuerzas  políticas más 
significativas.  El mercado político de la de 
mocracia se da en dos niveles: el «gran mer 
cado» de la negociación y el pacto entre los 
partidos  y el «pequeño  mercado»  que  su 
pone  cada  proceso  electoral  mediante la 
conversión  del elector  en cliente, la reduc 
ción  del voto de opinión  y el aumento del 
voto de intercambio. Esta  concepción  de la 
democracia  como mercado está vinculada a 
la idea de la democracia como compromiso o 
pacto.  É.ste se proyecta  en tres  niveles: 
pacto  entre  los partidos  que componen la 
mayoría  para  formar  gobierno; pacto  entre 
la mayoría y la oposición cuando se trata de 
materias o cuestiones  «de Estado», y pacto 
entre las diversas fuerzas  sociales para pro 
curar  grandes  consensos  en asuntos  esen 
ciales para la convivencia. 

Para Bobbio, no hay solución posible. No 
lo es el marxismo  porque  no toma  en serio 
la democracia  representativa e intenta  sus 
tituirla  por la democracia  directa.  No lo es 

bierno  representa 
tivo y gobierno  res 
ponsable, que se tra 
ducen  en el presu 
puesto  básico  de la 
libertad  de  acción 
política.  García  Tre 
vijano  define  la  de 
mocracia  como  «forma  de gobierno  consti 
tucional,  representativo  y responsable que 
una  sociedad  estatuye  libremente  como ré 
gimen del Estado, separando el poder  ejecu 
tivo del legislativo,  asegurando la indepen 
dencia judicial y estableciendo  el derecho 
de apelación  del pueblo como ga 
rante institucional de su libertad 
política». 

Es la definición  más sustan 
tiva,  original y ambiciosa  de la 
democracia  que se haya  formu 
lado en los dos últimos siglos, a la 
que  llega  García  Trevijano  des 
pués de una densa y rigurosa ela 
boración conceptual en la que se 
depuran,  por igual, tópicos y fal 
sedades,  ucronismos  y utopis-
fruslerías  y gazapos doctri 
mos, 
nales. Una definición  preñaSa de 
promesas y horizontes  de realiza 
ción  que en nada  se parece a las 
filosofías  de la resignación, de la 
alienación,  o del fatalismo en 
cualquiera  de sus vertientes. In 
cita, por el contrario, a la insumisión, a la re 
beldía, a la participación efectiva yliljre, a la 
pasión por la igualdad y la libertad  política. 
Aunque  alcanzar  la democracia  aparezca 
hoy, después de tanta  mixtificación  y false 
dad tanta,  como empresa  quijotesca  difícil 
mente  prosperable  ante  la voracidad  de la 
corrupción  de las clases gobernantes y ante 
el imperio de la «Gran Mentira» en las clases 
gobernadas, es una empresa  perfectamente 
realizable-si de verdad se lucha por ella con 
la acción y la pasión  necesarias. Como Sha 
kespeare  decía,  «las empresas  extraordina 
rias parecen imposibles a los que, midiendo 
la dificultad  material de las cosas, imaginan 
que lo que no ha ocurrido  no puede  suce 
der». 

Bertrand Rusell aseguraba, no sin desdén, 
que en muchas ocasiones la resignación y el 
fatalismo traducen falta de convicción en las 
propias ideas. 

Dijo Joseph  Conrad  que es cierto  que los 
hombres han llegado a volar,  pero el vuelo 
de muchos de ellos se parece  al del escara 
bajo; feo, fatuo y pesado. Pero  otros  vuelan 
como las águilas y los cóndores. Y les ocu 
rre,  a veces, como a los místicos: «Abatime 
tanto tanto / volé tan alto tan alto / que le di 
a la caza alcance». La democracia no es una 
empresa  mística  ni utópica  ni ucrónica. Es 
una aventura real y necesaria. Hay que com 
prometerse  con ella  pese a la fuerte  tenta 
ción de dejarse abatir por el desencanto, por 
el fracaso, o por la limitación de algunos éxi 
tos parciales. No podemos seguir dedicándo 
incluso  cuando  buscamos la verdad, a 
nos, 
coleccionar  escarabajos.  Como  decía  nues 
tro Elias Canetti, «los escarabajos  son siem 
pre  grises, tristes  e indiferentes».  Ni  pode 
mos  seguir  pensando,  como  el  poeta 
Brodsky, que «el paraíso es el lugar de la im 
potencia» y que consiste  en que «las  cosas 
no se prolonguen». No hay más paraíso hu 
mano que el de la libertad. Y, como decía Ig 
nacio Silone, «el hombre  que piensa con  su 
propia  cabeza es un hombre  libre y no va a 
mendigar su libertad a los otros; la libertad 
hay que tomarla». 

tampoco  el neoliberalismo,  que es la des 
trucción de la democracia por la derecha, al 
intentar  desmantelar  el Estado de Bienes 
tar.  También  queda  excluida la revolución. 
Para  Bobbio, la aceptación  de un régimen 
democrático  presupone  la aceptación de 
una  ideología  moderada o, como 
mucho,  reformista.  Tampoco es 
solución  una mayor  participa 
ción  de los ciudadanos,  porque 
esto  llevaría  al peligro  del «ciu 
dadano  total», que no es sino la 
otra cara del Estado total. Por úl 
timo,  tampoco  es alternativa la 
desobediencia  civil, ya que  en 
una  democracia  existe el deber 
de obediencia a la Constitución y 
a  las leyes  y la desobediencia 
desvía  fuerzas  indispensables 
hacia  soluciones  erróneas e  im 
practicables. La única  solución 
es  resignarse  con lo que existe, 
aunque  ello  suponga la  frustra 
ción e incluso la eliminación de 
la democracia. 

Nada de esto tiene que ver con la libertad 
política. Es, por el contrario, una de las re 
presentaciones  más zafias  del «Estado de 
partidos»,  magistralmente  fustigado  y de 
senmascarado  por Antonio  García  Trevi 
jano en su reciente  obra  «Frente a la Gran 
Mentira». La partitocracia,  o Estado  oligár 
quico de partidos, no es sino una  degenera 
ción  de cualquier  sentido  real y «decente» 
de la democracia.  Ésta  nada  tiene  que  ver 
con la brutalidad  mental del consenso, con 
el falseamiento  de la representación  y de la 
responsabilidad  política  o con el llamado 
«imperio de la ley», subproducto, en el me 
jor de los casos, del gobierno  constitucional 
de las leyes o si se prefiere  de la administra 
ción  de las cosas  como  sustitutivo  del  go 
bierno  de las personas.  Sobre  estos  presu 
puestos  de  gobierno  constitucional, go-

J.  Navarro  Estevan 
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ABC (Madrid) - 15/12/1996, Página 48
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