1998-12-28.LA RAZON.LA JUSTA INDIGNACIÓN AGT

Publicado: 1998-12-28 · Medio: LA RAZON

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LA JUSTA INDIGNACIÓN
LA RAZÓN. LUNES 28 DE DICIEMBRE DE 1998
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO
Al decaer la democracia griega, la política	dejó de ser noble como acción, pero los filósofos la ennoblecieron como vocación. Al perder la república romana su dignidad cívica, los escritores dignificaron la virtud republicana. Y desde entonces no cesa de repetirse el mismo contrasentido: la política deviene, en teoría, la más noble de las vocaciones cuando, tras una breve vigencia de los ideales democráticos y republicanos, pasa a ser, en la práctica, la más innoble de las acciones. Se entonan cantos a la dedicación política cuando se ha desvanecido toda esperanza de dar nobleza y dignidad, con la acción pública, a las relaciones humanas. La adulación al poder más parece una función histórica de la condición subalterna del intelectual, que un reflejo de la inseguridad personal que produce el imperio de la arbitrariedad en las sociedades miserables. Cuando carece de motivos para loar las acciones, la adulación los inventa en las vocaciones. El gran Virgilio ennoblece la progenie de Augusto, haciéndolo descender, aduladoramente, de los dioses. Pero salva el honor de su visión del mundo, poniendo en la piedad de Eneas, por los sufrimientos de su padre y de su desterrado pueblo troyano, la esencia del patriotismo romano.
La relación de poder, la dominación de unos hombres sobre otros, no puede estar basada, como es fácil de suponer, en el amor a la humanidad o al prójimo. La vocación política fundada en la idea de servicio a los demás es sospechosa de impostura. Sólo logra nobleza si está fundada en el sufrimiento: en ese insoportable dolor personal que produce el malestar social tan pronto como se concibe la posibilidad de mitigarlo o suprimirlo. Lo que sólo acontece en personas de acusada sensibilidad, firme coraje moral, predisposición mental para la acción, mayor imaginación creadora que las demás, y en las excepcionales situaciones de injusticia común que, hecha abstracción de la diferencia entre rico y pobre, hacen indigno el lazo social entre los hombres.
Aunque la causa de la indignidad social pueda residir, en último término, en la dominación de clase, sus dos caras miserables y grotescas, las que mueven a compasión intima y a indignación pública, las que ennoblecen la llamada a la acción política en las vocaciones genuinas, las hace visibles la falta de libertad política, en los gobernados, por un lado, y la falta de sinceridad en la retórica de los gobernantes, por otro. El servilismo de aquellos se justifica, como pretexto intelectual, con la mentira de éstos. La música de la vocación política no suena con nobleza en el metal egoísta de la ambición de cargos, ni en la sensible fibra del altruismo. Una persona moralmente equilibrada no acepta de buen grado entrar en posiciones de dominio sobre los demás, si no está embargada por un sentimiento de indignación pública, a causa del servilismo que, mire donde mire, la rodea, y de la mentira que, oiga la que oiga, lo disfraza con ropones o harapos de libertad. Cada forma de gobierno tiene sus servidores de la dominación. Conocimos los de antes. Conocemos los de ahora. Sólo que la democracia aún no ha encontrado, en España, los suyos.
En la justa indignación por el reparto de riquezas y de honores inmerecidos, entre los partidarios del poder, y de tribulaciones, igualmente inmerecidas, entre sus opositores, está el motor de esa pasión por la justicia y la libertad que hace dignas las vocaciones políticas. Sin esa capacidad de indignación, por las injusticias sufridas en carne ajena, no puede nacer o mantenerse la dignidad pública en la política, como tampoco el decoro civil en las relaciones sociales. La persona digna no es la que guarda una «posición intermedia» entre suficiencia y servilismo, como sostuvo razonablemente Aristóteles en una sociedad esclavista, sino la que precisamente huye de términos medios, porque sabe comportarse, sin estridencias y haciendo natural abstracción de la relación de poder en que está situada con la tranquilidad de ánimo y el sentido de la responsabilidad, que la conciencia moral y el sentimiento de la libertad prestan siempre a quienes ponen la causa de la indignidad política, más que en las personas, en las instituciones indignas.