2004-03-25.LA RAZON.LA IMBECILIDAD AGT
Publicado: 2004-03-25 · Medio: LA RAZON
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OTRAS RAZONES 26 LA RAZÓN JUEVES, 25 - III - 2004 OTRAS RAZONES LA IMBECILIDAD TAMBIÉN SE MUERE EL MAR migo y perjudicarás a un amigo. Este modo idiota de pensar, que a escandalizaría Emerson y Gramsci, deriva de una falta de seguridad en tu pro- pio juicio y de una falta de confianza en ti mismo. O sea, de un complejo de infe- rioridad. No pienso, sin embargo, que la decisión de Zapatero sea la adecuada a la prudencia política, aunque responda a las exigencias de esa imprudente virtud de humildad gober- nante que nada ni nadie le pide. Al remitir la retirada de las tropas a la fecha de caducidad del envío y a la presencia de la ONU, Zapa- tero ha eliminado el efecto estético (catarsis) y moralmente conmovedor que habría teni- do, por ejemplo, la promesa incondicional de traer los soldados a los dos meses. Plazo más que suficiente para reemplazarlos por los de otro país de la alianza y un modo previsor de evitar la ingerencia en los asuntos españoles de los Kerry y los Powell. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO H ace ya treinta y cuatro años que Alvin Gouldner describía así la situación de su tiempo: «Los teóricos sociales de la actuali- dad trabajan dentro de una matriz social que se derrumba, con cen- tros urbanos paraliza- dos y universidades arrasadas. Algunos po- drán taparse los oídos con algodón, pero eso no impedirá que sus cuerpos sientan las on- das del impacto. No es exagerado afirmar que hoy teorizamos entre el estruendo de las ar- mas de fuego. El viejo orden tiene clavadas en su piel las picas de cien rebeliones». Gouldner hablaba provocativamente. Casi creyendo en lo que decía. De hecho, su libro básico, «La crisis de la sociología occiden- tal», fue saludado como un análisis de victo- ria de los grandes movimientos sociales de los 60 y comienzos de los 70. El movimiento estudiantil, la lucha por los derechos civiles de las minorías marginadas, los movimientos de liberación de la mujer, la búsqueda de la extensión de la democracia a la industria y a la administración y el escándalo Watergate. TAMBIÉN LLORÉ M adrid había amanecido llovido, tris- tón. Era día de funeral, gris, y el tiem- po acompañaba. La ciudad estaba ahíta de tráfico, calles cortadas, sirenas con manda- tarios extranjeros que iban y venían. Sé que la crónica exacta del funeral por las víctimas del 11-M, nuestros héroes, admite muchos matices: quién estaba, quién no, cuántos obispos, cuán- tos cardenales, la organización. Si fue o no (yo creo que no) lo suficientemente ecuménica la ceremonia en la catedral de La Almudena, que pronto será testigo de acontecimientos más ale- gres. El valor político de algunas presencias y las ganas de figurar de alguno. Cosas, ayer, me- nores. Telespectador absorto (cualquiera se acer- caba por allí, con la obligada limitación de mo- vimientos de los transeúntes, aunque lleven, que no a todos se la dieron, credencial de periodis- ta), quedé fascinado por la emotividad de la co- sa. Claro, allí estaban, destrozadas, las familias, que tanto han perdido, de los casi doscientos muertos. Y de quienes queda- rán lesionados para siempre. Cuando los Reyes, y sus hi- jas, y doña Letizia, recorren, fila a fila, los rostros y los abrazos de esos familiares, la frialdad de un funeral se quie- bra y entra a raudales la humanidad. Hubo ges- tos desabridos y ese es el valor de la mano tendida, que a la mayoría le sirvió, se veía, de no escaso consuelo. Ví al Príncipe, abandonado todo hie- ratismo, angustiado ante la angustia, y a Urdan- garín, el rudo deportista de dos metros, lloran- do sin recato. Sí, confieso que yo también derramé, perdida la necesaria frialdad crítica del especta- dor que luego será cronista, alguna lágrima. Y se me echaron encima las imágenes de hace dos se- manas, que nos han dejado sin dormir, de tanta ra- bia que provocan. Nunca más, nunca más. FFeerrnnaannddoo JJÁÁUURREEGGUUII REBOREDO Y SAÑUDO L os peligros de la idiotez go- bernante no suelen venir de idio- tas. Éstos no pueden engañarnos haciéndo- nos creer que son per- sonas inteligentes. Pe- ro es casi inevitable que las pasiones de poder de los listos les hagan pensar como tontos o, cuando menos, decir tonterías que puedan despistar incluso al sentido común de la filosofía escocesa. Es lo que hoy sucede a gran escala respecto de la retirada de las tropas españolas en Iraq. Antes del atentado terrorista en Madrid, la inmensa mayoría de la población había ma- nifestado su voluntad contraria a la invasión de Iraq y su deseo de que España no partici- para en las tareas militares inherentes a la ocupación extranjera. Contra la voluntad de los gobernados, el Gobierno Aznar se alió con los dos invasores, y les ayudó con un pe- queño contingente. El candidato del PSOE, Sr. Zapatero, se comprometió sin ambigüe- dad a retirarlo si fuera elegido presidente. Y tres días antes de su elección ocurrió el 11- M. La manifestación del pueblo español en- tero, sin saber aún la identidad de los auto- res, fue inequívoca en el rechazo de todas las causas terroristas. Horas antes de las elec- ciones cundió la indignación nacional con- tra el terrorismo fundado en la ocupación de Iraq. Tras su victoria, Zapatero reitera su pro- mesa de retirar las tropas, si la ONU no asu- me la seguridad. El candidato demócrata, Kerry, le pide que retire su palabra porque los terroristas no pueden ganar. Para el De- partamento de Estado y la prensa de EE UU y Japón, la retirada de esas tropas sería una victoria del terrorismo. Para muchos espa- ñoles, una claudicación de España ante el te- rror islámico como la de Cataluña-Carod an- te ETA. ¿Es decente pedir a Zapatero que no cum- pla su compromiso electoral ante el pueblo español? ¿Debe éste renunciar a su victoria moral para que no la disfruten los criminales de Atocha entre los que no hay un iraquí? ¿No borra la decisión de Zapatero la mala imagen de España ante las masas mundiales que se movilizaron, incluso en EE UU, con- tra la guerra de invasión? ¿Influye en la se- guridad de Iraq la retirada del 0,3 % del ejér- cito ocupante? ¿Ha ofrecido Zapatero algo al terrorismo islámico para que deje de aten- tar en España? ¿Es coherente condenar la in- vasión militar y defender la continuidad de tropas españolas de ocupación? ¿No están demostradas las mentiras de Aznar para jus- tificar su expedición militar? Si el terrorismo no puede decidir la política exterior de Es- paña, como el 11-S decidió la de EE UU, ¿por qué el 11-M debe quebrantar la de Za- patero? Si éste no cumpliera su promesa, el terrorismo lo habría doblegado. La imbecilidad consiste en creer que todo lo que beneficia a un interés contrario al tuyo te perjudica. De ser cierto, jamás se habría celebrado un contrato de compraventa. La suma imbecilidad consiste en renunciar a un beneficio propio para que tu enemigo no se haga la ilusión de que lo has favorecido. La gran imbecilidad consiste en abstenerte de hacer tu propio juego, ante la seguridad de que hagas lo que hagas favorecerás a un ene- Todos ellos contribu- yeron a socavar la apa- rente confianza en los Gobiernos y sacaron a la luz pública los con- flictos que subyacían al aparente consenso en torno a los valores básicos de la conviven- cia. Pero Gouldner exageraba hasta el pa- roxismo. A pesar de la precaución que supo- nía afirmar que «las picas» de estas rebelio- nes no atravesaban la piel del viejo orden, su descripción de centros urbanos paralizados y universidades arrasadas conectaba con un apocalipsis inexistente. De hecho, el consen- so volvió a ser real pocos años después y en su forma más negativa. Coincidiendo con la recomposición del pensamiento conservador y con la pretensión de crear un modelo neo- pluralista de democracia en el que primaba la justificación y el aplauso hacia la ausencia de participación ciudadana en los asuntos públi- cos. Cuanta menos participación, mayor de- mocracia. Cuanto mayor democracia inesta- ble, desbordada por demandas y promesas inatendidas. Como las «Plegarias atendidas» de Truman Capote. Como la nada redonda y sin aristas que veía Borges en el pensamiento barroco. Sin embargo, del propio núcleo neocon- servador brota, con adornos liberales y pro- gresistas, el modelo de democracia participa- tiva. Durante casi media centuria, el desarrollo de la teoría de las érites y el prin- cipio de la democracia participativa polariza- ron el análisis democrático con diversas mo- dulaciones. Ninguna de ellas atravesaba la piel del viejo orden. Ninguna cuestionaba su legitimidad. Ante el surgimiento de ciertas te- sis de la vieja izquierda que clamaba sobre la crisis de participación en las democracias avanzadas, que estaban desembocando en fic- ciones democráticas con profundo sabor a oligocracias cada vez más reducidas, peli- grosamente proclives a un autoritarismo sin principios ni responsabilidad, el neoconser- vadurismo hizo hincapié en la «ingobernabi- lidad» de la democracia. Una mayor partici- pación de los ciudadanos en la vida pública daría al traste con los propios cimientos de la democracia liberal. Es cierto que la conver- sión del súbdito en ciudadano es una prome- sa clásica de la democracia que, como obje- tivo, debe seguir figurando en el santoral democrático. Pero si se quiere preservar la democracia existente, es preciso reducir las demandas ciudadanas y realizar una honda privatización de los servicios básicos del Es- tado del bienestar. ¿Cómo se reducen esas de- mandas? Si falla la ingeniería del consenso y los líderes de la nueva contestación no admi- ten la fatal existencia de hipotecas y servi- dumbres propias de la condición humana, queda la represión. En lugar de «poner bridas a las pasiones del soberano», como decía Bu- chanan, poner grilletes en las gargantas de los nuevos tribunos de la plebe. Si el mecanismo represor falla, habrá que rebuscar soluciones más radicales en los océanos del terror. Son inacabables. Claro que no se puede olvidar la sabia máxima de nuestro Federico García: «También se muere el mar». No tiene nada que ver con el poder fáctico que llora don Az- nar. JJooaaqquuíínn NNAAVVAARRRROO