1997-01-27.EL MUNDO.LA HUMANIDAD DEL CRIMEN AGT
Publicado: 1997-01-27 · Medio: EL MUNDO
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EL MUNDO. LUNES, 27 DE ENERO DE 1997 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO La desorganización de la ética se ha hecho más patente en España desde que el delito dejó de ser símbolo y criterio de gobierno, y la caricatura de la honradez ocupó su lugar. El establecimiento penitenciario y el manicomio tienen fundamentos más complejos que los de la simple reclusión de anormales con acusados síntomas de peligrosidad social. Si ésta fuera su única utilidad, ocuparían al menos una quinta parte de la superficie edificada en cada país. Pero a las instituciones de reclusión no las justifican las anormalidades que las habitan, ni el peligro de dejarlas sueltas, sino la confianza que merece dar a los que están fuera. La organización de la ética exige criterios claros de distinción. Como el de definir a los normales por su exclusión del mundo de los anormales. Algo parecido está fraguándose en la ideología dominante para poder distinguir entre el cerrado mundo político del Estado de partidos, reservado a las ambiciones de los locos morales, y el abierto mundo civil de la sociedad, donde se organiza la ética social, contra lo imaginado por Hegel y Croce. Esta vil hipótesis viene avalada por el predominio de la idea de Estado mínimo, por la tolerancia en la sociedad civil de la corrupción de la clase gobernante y por el despropósito moral de la sociedad política. Los electores meten en el Estado a los políticos que desprecian, como los periodistas los alaban, para tener la satisfacción de sentirse superiores y no enterarse de los asuntos sucios antes de que se realicen. Están predispuestos a perdonar y olvidar lo que jamás osarían autorizar. Y sólo en esto se diferencian del gobernante impostor. Que siente como un imperioso deber (el crimen de Estado y la extorsión de partido) lo que no puede reconocer como obligación; y como insoportable sufrimiento (dejar de mandar y de ser honorado) lo que no puede admitir como digno de padecimiento. Y sin embargo, los electores prefieren votar la impostura antes que abstenerse, para sentirse importantes con la ilusión de estar decretando el destino de los que aspiran a permanecer encerrados de por vida en alguna de las pandillas de poder subvencionadas por el Estado. En el fondo de la ideología neoliberal que domina en los medios de comunicación late la cínica creencia de que -siendo inevitable la inmoralidad de los gobernantes y no queriendo saber que eso caracteriza a la oligarquía, pero no a la democracia-, la política ha de ser ocupación de los que están mejor preparados, por su instinto de poder, carácter camaleónico, incultura supina y experiencia de obrar en secreto, para ahorrar las molestias de pensar y de actuar con moralidad en los asuntos públicos. Así, la repulsión física que producen los gestos que no somos capaces de compartir queda limitada al mundo privado. Y Felipe González, preparado para la función que se espera de la política como el que más, puede pavonear su monstruosidad por el mundo público, sin provocar repugnancias invencibles y diciendo, como sospechoso del crimen español, esas palabras de afecto que no diría como gobernante a los condenados por el crimen italiano. Sin la finura de mente que sería menester en esas situaciones y sin los buenos sentimientos que le atribuyen sus partidarios, no mostrados ante quien debería sentirse obligado, González se expresa humanamente con Andreotti y Craxi, en la medida en que son humanos los lazos espirituales entre delincuentes del mismo oficio, por un especial sentido del deber político -entre colegas de una sola y criminal razón de Estado- que no puede asumir como obligación y que le priva, por eso, de toda otra humanidad diferente a la del crimen.