2001-02-06.LA RAZON.LA ESTOKOCRACIA DALMACIO NEGRO

Publicado: 2001-02-06 · Medio: LA RAZON

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OPINIÓN

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LA RAZÓN
MARTES, 6 - II - 2001

LA ESTOKOCRACIA

OTRAS RAZONES

EL MILAGRO DE LAS VACAS LOCAS
A medida  que

de premios y concur-
sos,  ascetas  y  maca-
rras, amos y amas de
casa, futbolistas y aje-
drecistas, alpinistas y
buzos, famosos y fa-
mosas, etc., aparte de
acabar con las virtuo-
sas  pero  engorrosas
discusiones sobre los
cupos y, con ello, con
la guerra civil entre los sexos, pues para la es-
tadística sólo hay unisex. 

Excluida por definición la demagogia, la se-
lección de los gobernantes, sean jefes de go-
bierno, ministros, diputados, alcaldes, conce-
jales o defensores de cualquier quisicosa, es
decir, la representación sería por fin realmente
objetiva, auténtica, irreprochablemente demo-
crática y se evitaría el peligro, dada la hetero-
geneidad de la muestra y la duración del car-
go, pues cuatro o seis años son pocos, de que
se formasen nuevos partidos o que la razón y
la voluntad públicas estuviesen en peores ma-
nos. 

No obstante, el imaginativo y políticamen-
te muy incorrecto escritor francés se muestra
algo pesimista al final de su brillante exposi-
ción, viniendo a coincidir con García-Trevija-
no: para instaurar pacíficamente este sistema
habría que hacer una reforma constitucional
promovida por los políticos profesionales.

Dalmacio NEGRO

el 
tiempo
pasa  me  re-
sulta  más  evidente
que la divina provi-
dencia se manifiesta
siempre cuando me-
nos  lo  esperamos  y
cuando más lo nece-
sitamos.  Lo  difícil,
claro está, es advertir
que el Todopoderoso nos da un toque de
atención para indicarnos que el camino que
seguimos nos conduce al precipicio; lo cual
no es tanto una cuestión interpretativa co-
mo de receptividad. Darse cuenta de por
dónde van los tiros no es nada fácil y re-
quiere un punto de intuición, dos de tran-
quilidad de espíritu y tres de reflexión pau-
sada. Algo  difícil  de  conseguir  en  estos
tiempos en los que todo se hace a toda pri-
sa. Así, por ejemplo, quién iba a decirnos
que esta diabólica espiral de las vacas lo-
cas en realidad no es sino una señal del cie-
lo dirigida a regenerar nuestra alicaída ci-
vilización occidental. Pues más allá de que
los eurócratas nos obliguen a dejar de lado
los deliciosos chuletones, lo realmente tras-
cendental es que la mayor parte de los pro-
ductos alimenticios que hoy la vorágine
publicitaria nos incita a consumir son tóxi-
cos. Empezando por las hamburguesas y
las salchichas de los repugnantes «fast food»
y siguiendo por los incomibles bollos de

LAS MEDALLAS DE TRILLO

L os militares conceden a las conde-

coraciones un merecido valor, que
los  paisanos,  como  es  el  caso  de
Juan Bravo, no llegan a comprender del to-
do. Esa es sin duda la razón de que no se
preste la debida atención al malestar que ha
causado en el medio castrense la devalua-
ción de las medallas en el Ministerio que
dirige Federico Trillo-Figueroa.

Parecía difícil superar al anterior Gabi-
nete, que se vio obligado por aquello de no
hacer distinciones a condecorar a un dipu-
tado antimilitarista que, como es lógico, ni
siquiera se dignó en recoger la medalla. Pe-
ro lo de ahora, y así lo cuenta el espía mi-

litar, es peor, porque el equipo de Trillo ha
condecorado a una persona, un civil, una
mujer  que  no  se  ha  distinguido  precisa-
mente por sus valores castrenses. Cuentan
en el Ministerio que el único merecimiento
de la agraciada con una distinción al méri-
to militar es el de haber ayudado a la re-
dacción de un informe encargado a dedo
por Defensa a un consultor privado. Se da
la circunstancia de que la condecorada ha
sido despedida del prestigioso instituto en
el que colaboraba tras la escandalera for-
mada por el informe de marras.

Juan BRAVO

REBOREDO Y SAÑUDO

E stokocracia sig-

nifica el mando
o gobierno del
azar. Roger de Sizif ha
escrito «una modesta
proposición  para  que
el  pueblo  de  Francia
sea felizmente gober-
nado gracias a la ins-
tauración de una selec-
ción política aleatoria».
Sugiere una democracia-loto. La propuesta,
sencilla y simple como las verdaderas teorías
científicas, solucionaría el problema del Esta-
do de Partidos al que Antonio García-Trevija-
no dedica su último libro, Pasiones de servi-
dumbre,  original  por  su  concepción,
formidable por la elaboración y raro en el pa-
norama de la literatura política por su conte-
nido y actualidad. En él hace una disección de
los aspectos afectivos en que descansa el Es-
tado de los Partidos, en el que una oligarquía
domina sin contradicción a la inmensa mayo-
ría que, cegada por sus pasiones, se deja se-
ducir por esa minoría. García-Trevijano no
abriga muchas esperanzas en que una reforma
intelectual y moral cambie el estado de cosas.
Sin embargo, el pequeño libro de Sizif, ampa-
rado en ejemplos históricos, en la autoridad de
Aristóteles, Harrington contrario sensupues
era partidario del gobierno aristocrático, Mon-
tesquieu, Rousseau y hasta en la opinión de
Benjamin R. Barber, consejero del inefable
presidente Clinton, contiene la solución: la de-
signación de todos los cargos políticos por sor-
teo.

El sorteo universal coincidiría con el autén-
tico sufragio universal al no influir los votos
en blanco o de los muertos ni las abstenciones
y no tener  sentido las amenazas o las prome-
sas. Sería relativamente fácil de establecer gra-
cias a la informática y todo serían beneficios:
el primero que, por su sola virtud, desapare-
cerían de pronto los partidos políticos, cuyos
miembros, deudos y clientes, al incrementar
el censo de trabajadores, contribuirían así a
aumentar la renta nacional y a reducir la ne-
cesidad de inmigrantes; disminuirían también
los dispendios públicos y los impuestos al ser
menos –sólo los justos– los designados por
sorteo que por elección, sin poder nombrar
adláteres, paniaguados ni tener que pagar a co-
bistas y promotores. 

Naturalmente, el autor francés da los deta-
lles pertinentes sobre la organización, realiza-
ción y el resultado de los sorteos y se anticipa
a las críticas obvias. La organización y reali-
zación se regiría, con ayuda de la estadística,
por el sentido común, lo que es una garantía,
mediocre pero más honesta y segura que la
demagogia, y, en cuanto al resultado, la mis-
ma estadística descarta que puedan acceder a
los cargos públicos más tontos, orates, inúti-
les, ganapanes, ambiciosos y desaprensivos
que ahora. Al contrario: las leyes de probabi-
lidad estadística –Sizif hace el cálculo perti-
nente para Francia– garantizan que su número
seria muchísimo menor y que difícilmente po-
drían repetir mandato.

El sorteo tiene muchas ventajas que no ca-
be resumir aquí. Por ejemplo, la estadística ga-
rantiza asimismo que los representantes de la
nación serían elegidos proporcionalmente a las
clases, estamentos, estratos, categorías socia-
les, grupos, ONGs, edades, ideologías, reli-
giones serias y adoradores de algo, oficiales y
militares sin graduación, profesores y estu-
diantes, intelectuales de verdad y ganadores

pastelería  industrial.
Yo que siempre había
sospechado  que  una
comida tan lamenta-
ble no podía ser bue-
na  constato  una  vez
más con resignación
cómo  se  cumple  in-
eluctablemente  ese
sabio refrán castella-
no  de  piensa  mal  y
acertarás, porque todo aquello que nos sir-
ven al por mayor no sólo es indigerible si-
no que es mortal de necesidad. Principal-
mente porque parece que lo de los priones
y las harinas cárnicas es sólo la punta del
iceberg y que lo que en principio era un gi-
gantesco fraude amenaza ahora con con-
vertirse en un genocidio general hacia el
que nos conducen todos y cada uno de los
escalones de la cadena alimenticia. De se-
guir así las cosas va a ser preciso etiquetar
los comestibles con la misma coletilla que
le ponen a las cajetillas de tabaco: «las au-
toridades sanitarias advierten que esto de
aquí dentro puede resultar perjudicial para
la salud». Que quien quiera oir oiga, que el
que desee entender entienda y que quien no
se dé por aludido acabe teniendo el cerebro
espongiforme de res desquiciada. Así que
fuera hamburguesas, salchichas, pasteles
industriales, barras de almidón que llaman
pan, lamentables precocinados chiclosos en
estado de congelación y otros desechos de
tienta que los especialistas en «marketing»
llaman eufemísticamente alimentos. Por-
que el siglo XXI exige que volvamos la
vista atrás, hacia aquellos tiempos de la
España profunda en los que en diciembre
los cerdos engordados a lo largo del año
eran sacrificados tras un truculento rito que
terminaba en una ristra de deliciosas mor-
cillas y suculentas corras de chorizos y sal-
chichones, en lomo de la olla, en jamones
y en paletillas que daban para casi todo el
año. Entonces en cada pueblo había varias
yuntas porque aún se cultivaban las tierras
y de rebote en el monte había perdices en
invierno y codornices en verano, animales
bravos y no de criadero como los de aho-
ra. Una época en la que el que más y el que
menos tenía su huerta y se atiborraba de
patatas, melones, sandías, calabacines, ca-
labazas, pimientos, tomates, pepinos y de-
más hortalizas a cuál más apetecible. Un
tiempo en el que las madres y las abuelas
hacían tartas y pasteles y nos cocinaban
platos para chuparnos los dedos toda la fa-
milia un día sí y otro también. Una era en
la que no había hipermercados e ir al res-
taurante era algo excepcionalmente reser-
vado para las grandes ocasiones. Menos
mal que cuando estábamos a punto de ol-
vidarnos de una edad tan privilegiada la di-
vina providencia ha vuelto a acordarse de
nosotros pues, si Dios quiere, tras la crisis
de las vacas locas no vamos a tener más re-
medio que abandonar un modelo civiliza-
torio que además de ser aséptico, inodoro,
incoloro, insípido y aburridísimo, mata. Así
que del mismo modo que ocurre con las
meigas en esa entrañable tierra que es Ga-
licia, cuando me pregunten por los mila-
gros  no  tendré  más  remedio  que  decir
aquello de: «creer no creo pero haberlos
haylos».

Bruno AGUILERA