2001-02-06.LA RAZON.LA ESTOKOCRACIA DALMACIO NEGRO
Publicado: 2001-02-06 · Medio: LA RAZON
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LA ESTOKOCRACIA LA RAZON. 6 FEBRERO 2001 DALMACIO NEGRO Estokocracia significa el mando o gobierno del azar. Roger de Sizif ha escrito «una modesta proposición para que el pueblo de Francia sea felizmente gobernado gracias a la instauración de una selección política aleatoria». Sugiere una democracia-loto. La propuesta, sencilla y simple como las verdaderas teorías científicas, solucionaría el problema del Estado de Partidos al que Antonio García-Trevijano dedica su último libro, Pasiones de servidumbre, original por su concepción, formidable por la elaboración y raro en el panorama de la literatura política por su contenido y actualidad. En él hace una disección de los aspectos afectivos en que descansa el Estado de los Partidos, en el que una oligarquía domina sin contradicción a la inmensa mayoría que, cegada por sus pasiones, se deja seducir por esa minoría. García-Trevijano no abriga muchas esperanzas en que una reforma intelectual y moral cambie el estado de cosas. Sin embargo, el pequeño libro de Sizif, amparado en ejemplos históricos, en la autoridad de Aristóteles, Harrington contrario sensu pues era partidario del gobierno aristocrático, Montesquieu, Rousseau y hasta en la opinión de Benjamin R. Barber, consejero del inefable presidente Clinton, contiene la solución: la designación de todos los cargos políticos por sorteo. El sorteo universal coincidiría con el auténtico sufragio universal al no influir los votos en blanco o de los muertos ni las abstenciones y no tener sentido las amenazas o las promesas. Sería relativamente fácil de establecer gracias a la informática y todo serían beneficios: el primero que, por su sola virtud, desaparecerían de pronto los partidos políticos, cuyos miembros, deudos y clientes, al incrementar el censo de trabajadores, contribuirían así a aumentar la renta nacional y a reducir la necesidad de inmigrantes; disminuirían también los dispendios públicos y los impuestos al ser menos sólo los justos los designados por sorteo que por elección, sin poder nombrar adláteres, paniaguados ni tener que pagar a cobistas y promotores. Naturalmente, el autor francés da los detalles pertinentes sobre la organización, realización y el resultado de los sorteos y se anticipa a las críticas obvias. La organización y realización se regiría, con ayuda de la estadística, por el sentido común, lo que es una garantía, mediocre pero más honesta y segura que la demagogia, y, en cuanto al resultado, la misma estadística descarta que puedan acceder a los cargos públicos más tontos, orates, inútiles, ganapanes, ambiciosos y desaprensivos que ahora. Al contrario: las leyes de probabilidad estadística Sizif hace el cálculo pertinente para Francia garantizan que su número seria muchísimo menor y que difícilmente podrían repetir mandato. El sorteo tiene muchas ventajas que no cabe resumir aquí. Por ejemplo, la estadística garantiza asimismo que los representantes de la nación serían elegidos proporcionalmente a las clases, estamentos, estratos, categorías sociales, grupos, ONGs, edades, ideologías, religiones serias y adoradores de algo, oficiales y militares sin graduación, profesores y estudiantes, intelectuales de verdad y ganadores de premios y concursos, ascetas y macarras, amos y amas de casa, futbolistas y ajedrecistas, alpinistas y buzos, famosos y famosas, etc., aparte de acabar con las virtuosas pero engorrosas discusiones sobre los cupos y, con ello, con la guerra civil entre los sexos, pues para la estadística sólo hay unisex. Excluida por definición la demagogia, la selección de los gobernantes, sean jefes de gobierno, ministros, diputados, alcaldes, concejales o defensores de cualquier quisicosa, es decir, la representación sería por fin realmente objetiva, auténtica, irreprochablemente democrática y se evitaría el peligro, dada la heterogeneidad de la muestra y la duración del cargo, pues cuatro o seis años son pocos, de que se formasen nuevos partidos o que la razón y la voluntad públicas estuviesen en peores manos. No obstante, el imaginativo y políticamente muy incorrecto escritor francés se muestra algo pesimista al final de su brillante exposición, viniendo a coincidir con García-Trevijano: para instaurar pacíficamente este sistema habría que hacer una reforma constitucional promovida por los políticos profesionales.