1974-08-17.FUERZA NUEVA.LA CONSPIRACION DE PARIS JOSE LUIS GOMEZ TELLO.FILOSOFIA.ORG

Publicado: 1974-08-17 · Medio: FUERZA NUEVA

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Impreso el domingo 24 de enero de 2021

Fuerza Nueva 
Madrid, 17 de agosto de 1974

año VIII, número 397 
páginas 8-10

El mundo en que vivimos

por José Luis Gómez Tello

La conspiración de París

Santiago Carrillo-Calvo Serer: vuelve el Frente Popular · Moscú ha dado la consigna para derrotar a Europa · Lo que
tenemos que preguntarnos es si el contacto de París es nuevo o si ya venía de la época del diario Madrid

La “Junta democrática”,  última  denominación  del  contubernio  permanente  entre  el  comunismo  y  sus  cómplices,  cuyo  nacimiento  ha
sido anunciado en París por el secretario general del Partido Comunista llamado español, Santiago Carrillo, y el demoliberal Calvo Serer,
significa de hecho la repetición de la misma maniobra ordenada por el comunismo internacional, con sede en Moscú, en 1934: creación
de  “frentes  populares”.  Como  esta  expresión  ya  no  puede  engañar  más  que  a  los  que  quieren  engañarse,  para  tranquilizar  a  los
ingenuos  y  suicidas,  se  ha  escogido  la  aparentemente  más  anodina  de  “Junta  democrática”,  que  ni  es  junta,  sino  contubernio,  ni  es
democrática, sino “caballo de Troya del comunismo”.

Como  en  1934  por  la  Komintern,  ahora  la  consigna  de  los  soviéticos  ha  sido  dada  para  toda  la  Europa  occidental,  y  también  para
España, esperando sin duda que hayamos olvidado la siniestra conspiración que en 1936 estuvo a punto de entregar a nuestro pueblo a
la esclavitud y reduciéndonos a la condición de una colonia soviética. Toda la tenaz campaña que desde diversos puntos del horizonte se
realiza  contra  nuestra  Cruzada  –que  así  se  denomina,  les  guste  o  no  a  los  “comunistillas  de  sacristía”,  como  les  llamó  el  cardenal
Ottaviani– obedece a eso: a que el pueblo español hizo fracasar el asalto del comunismo internacional, no sólo en nuestra Península,
sino  en  toda  Europa,  a  la  que  la  tragedia  española  sirvió  de  advertencia.  El  episodio  protagonizado  en  París  en  estos  días,  el  pacto
infame entre Carrillo y Calvo Serer, nos da además la clave de la sistemática tarea de “lavado de cerebro” a que se está sometiendo a
las nuevas generaciones con el pretexto de la “objetividad”: se las quiere mantener en la ignorancia de que el Alzamiento Nacional fue,
en  última  instancia,  el  desesperado  gesto  de  los  españoles  contra  ese  contubernio  entre  la  izquierda  burguesa  y  el  comunismo,  con
algunas gotas de demoliberalismo y hasta de un “catolicismo de izquierda”, personificado por Bergamín, entre otros. El ataque contra las
ideas y las instituciones nacidas de nuestra victoria de 1939, la apología directa o indirecta de los personajes y los episodios de aquel
Frente Popular de 1936 –Azaña, Negrín, Besteiro, Carrillo, el separatismo catalán, &c.–, hay que interpretarlos como lo que realmente
son: operaciones de reblandecimiento de la conciencia nacional, con el objetivo de abrir las puertas al pacto Carrillo-Calvo Serer.

Estos,  naturalmente,  no  hablan  ahora  de  “frente  popular”  como  en  1936,  sino  de  “democratización”.  Es  la  misma  expresión  que
manejan para adormecer a España hombres conocidos como amigos de Calvo Serer cuando éste se encontraba en nuestro país, una
antología de los cuales puede encontrarse, por cierto, en el libro que el antiguo propietario de “Madrid” escribió para la editorial Ruedo
Ibérico  de  París.  La  “democratización”  de  España,  después  de  la  “democratización”  de  Portugal  y  de  Grecia,  tan  estrepitosamente
jaleada  que  hasta  la  prensa  extranjera  se  dio  cuenta  de  que  el  entusiasmo  por  lo  sucedido  en  Lisboa  y  Atenas  –y  también  por  la
“democratización” que se esperaba en Francia, si hubiera ganado el tándem Mitterrand-Marchais– no era otra cosa que una cortina de
humo con la que apenas se disimulaba la esperanza de que España fuera “democratizada” también.

Así,  de  hecho,  estaba  preparándose  la  atmósfera  para  el  gran  asalto  lanzado  por  Santiago  Carrillo,  secretario  general  del  Partido
Comunista llamado español, primero con una conferencia de prensa en París, después con el llamamiento en común realizado, también
en  Francia,  por  el  mismo  Carrillo  y  el  nuevo  Kerensky  a  que  aspira  ser  Calvo Serer.  La  pregunta  que  hay  que  hacerse  es  la  de  si
estamos  ante  un  contubernio  nacido  ahora  o  si  entre  los  comunistas  de  Santiago  Carrillo  y  el  antiguo  miembro  de  las  Brigadas
Internacionales  en  España,  a  las  órdenes  de  Moscú,  Calvo  Serer,  no  existían  ya  “puentes”  en  la  época  del  periódico  “Madrid”,  por
ejemplo. Y sería interesante, muy interesante, el saberlo para sacar las consecuencias que se imponen.

La reunión de Bruselas

La  Unión  Soviética  juzga  que  el  momento  es  propicio  para  desencadenar  un  nuevo  asalto  para  apoderarse  de  Europa  occidental.
Naturalmente,  la  experiencia  le  ha  demostrado  que  la  violencia  no  es  rentable,  salvo  cuando  está  respaldada  por  las  bayonetas  del
Ejército rojo. Son conocidas las reiteradas declaraciones de los más altos dirigentes del comunismo internacional y de las conferencias
comunistas según las cuales la coexistencia ideológica seguirá siempre, aunque se hable de una “coexistencia” de Estados de régimen
distinto,  puesto  que  gracias  a  la  última  la  URSS  se  beneficiará  de  créditos  y  de  ayudas  económicas  y  técnicas,  aparte  de  facilitar  su
penetración en el mundo no comunista.

No se ha renunciado a la lucha armada –expresión utilizada con más frecuencia de lo que se dice– ni a las guerras contra el mundo
occidental,  aunque  se  opte  por  la  ayuda  a  las  guerras  de  países  terceros  o  se  subvencionen  las  innumerables  formas  de  guerra
subversiva, que incluyen desde la ayuda al terrorismo internacional hasta la subvención de actividades “culturales”, publicación de libros
y  periódicos,  desarrollo  de  las  “organizaciones  de  fachada”.  Pero  la  experiencia  ha  demostrado  a  los  soviéticos  goces  más  rentable  y
menos arriesgado aprovechar la ingenuidad –y también la complicidad– del mundo occidental, preocupado sólo del hedonismo, llegando

  
al  poder  por  “métodos  democráticos”,  que  ofrecen  además  la  ventaja  de  poder  utilizar  como  asociados  a  sectores  políticos  cuyas
ambiciones y cuyos procedimientos tortuosos se ponen enseguida al servicio del comunismo.

De  aquí  que  en  la  reunión  celebrada  en  enero  de  este  año  en  Bruselas,  con  la  participación  de  representantes  de  una  veintena  de
partidos comunistas de la Europa occidental, se lanzara un llamamiento a “las fuerzas obreras y democráticas” para llevar a cabo una
“política de amplia alianza de todas las fuerzas democráticas, progresistas y pacíficas del mundo”, con objeto de transformar la sociedad
y  para  “la  construcción  del  socialismo,  mañana”.  En  el  lenguaje  comunista,  esto  resulta  meridianamente  claro.  Primero,  la  llegada  del
comunismo  al  poder,  directa  o  indirectamente,  gracias  a  esta  “amplia  alianza  con  los  demócratas,  los  progresistas  y  los  pacifistas”.
Segundo, la “construcción del socialismo”, es decir, la eliminación de todos estos cooperadores burgueses, demócratas y pacíficos, y el
dominio total del poder por los comunistas, una vez que pueden prescindir de la máscara de la democratización.

Y una vez más hay que preguntarse: los que nos quieren “democratizar” como a Portugal y Grecia, ¿saben o no que son instrumentos
de Moscú? En cualquiera de ambos casos, se impone sacar las consecuencias si una sociedad amenazada se quiere defender. Y si no
se  quiere  defender,  porque  tiene  una  vocación  de  suicidio,  hay  que  sacar  también  las  consecuencias,  aunque  sea  contra  la  sociedad
suicida, corrompida y traicionada.

Antes de que sea tarde, como en 1936.

Portugal, una experiencia

Moscú había estudiado con atención las experiencias de esta táctica en dos países, Francia e Italia, con características muy similares

y susceptibles de aplicación en otras zonas mediterráneas.

En  Francia,  la  muerte  de  Thorez  facilitó  el  paso  a  una  nueva  maniobra  de  infiltración.  Es  verdad  que  Thorez  fue  el  encargado  de
realizar en Francia el primer Frente Popular, con el socialista Leon Blum y el radical socialista Herriot. Pero su identificación con Stalin
aparecía como un inconveniente para una nueva versión: la masa del pueblo francés, incluso los socialistas de Guy Mollet, desconfiaba
de un hombre que había trenzado los más hiperbólicos elogios al sangriento georgiano condenado por su propio sucesor, Kruschev. Con
Marchais, de biografía anodina y muy maleable, las cosas se presentaron más fáciles, y se llegó al pacto para “un programa de gobierno
popular”, en el que participaron los socialistas de Mitterrand –un tránsfuga que ha pasado por todos los partidos– y los radical socialistas
de izquierda. En las últimas elecciones presidenciales, la disciplina impuesta a la alianza por los comunistas y la división de los partidos
no  comunistas  estuvieron  a  punto  de  convertir  a  Mitterrand  en  presidente  de  la  República,  con  un  Gobierno  en  el  que  los  comunistas
reclamaban ya seis carteras. Las consignas dadas por el Partido Comunista en estas elecciones son fácilmente reconocibles en otros
muchos países: “democratización”, el Partido Comunista “es un factor de orden”, hay que unirse “contra la resurrección del fascismo”, &c.

Esta  misma  táctica,  pero  más  profundamente,  es  la  que  siguen  Berlinguer  y  sus  compañeros  de  Via  Bottegue  Oscure,  en  Italia.  La
situación es, a la vez, más fácil y más profunda. Más fácil, porque tienen ya cómplices en el interior del Gobierno: los socialistas y el ala
izquierda  de  la  Democracia  Cristiana,  que  les  han  ido  paulatinamente  asociando  al  poder,  aunque  todavía  de  manera  indirecta.  En
espera de lo que los comunistas llaman “el compromiso histórico” –su alianza formal con los socialistas y la Democracia Cristiana–, en el
Gobierno  de  centro  izquierda  de  Mariano  Rumor  se  ha  llegado  a  la  monstruosidad  de  proceder  a  consultas  regulares  con  el  Partido
Comunista en muchas cuestiones. El “antifascismo”, nostalgia de 1945, es un buen cemento de estas complicidades, y sirve para agitar
los  mismos  eslóganes:  “democratización”,  “coexistencia”,  &c.  En  cambio,  han  tropezado  con  una  dificultad  que  no  esperaban:  los  tres
millones  de  electores  del  Movimiento  Social  Italiano-Derecha  Nacional,  que  cierran  el  paso  a  la  monstruosa  alianza  Democracia
Cristiana-comunismo y pueden atraer a sus filas a la extensa zona derechista y anticomunista del partido de Moro y Fanfani. También,
aunque en grado menor, no pueden descartar la oposición de las Fuerzas Armadas a la presencia de los comunistas en el Gobierno,
como  etapa  para  su  control  total  del  poder.  Este  obstáculo  se  está  eliminando  con  la  misteriosa  oleada  de  atentados  terroristas,  cuya
responsabilidad se atribuye a los “fascistas” del MSI –aunque éstos sean los que más se perjudican con un terrorismo que devasta sus
centros  y  produce  muertos  entre  sus  afiliados,  así  como  pérdida  de  votos–  y  a  la  “extrema  derecha”.  Paralelamente,  se  atribuyen
complots a jefes militares, como el general Lorenzo, y a la SIFAR.

Por este camino, los comunistas, “partido de orden”, entrarán en el Quirinal por una alfombra persa.

Portugal y Grecia

Democratización,  “portugalización”…  Estas  expresiones  son  de  Santiago  Carrillo,  secretario  general  del  Partido  Comunista  llamado
español,  aliado  con  Calvo  Serer  en  la  empresa  de  aplicar  a  España  la  “receta”  portuguesa.  Esa  receta  portuguesa  que  ha  llevado  al
poder  a  los  comunistas,  aliados  primero  con  los  centristas  de  Saa  Carneiro  y  de  Palma.  Eliminados  éstos,  estamos  ya  en  el  segundo
Gobierno desde abril de este año. Y es un Gobierno con una orientación hacia la izquierda más aguda que el anterior y que se propone
desbordar al general Spinola. El autor de “El futuro de Portugal”, utilizado, consciente o inconscientemente por parte suya, para cubrir las
apariencias de la “democratización” del 26 de abril, ha visto ya destrozada una de sus utopías: la posibilidad de mantener las provincias
ultramarinas estrechamente asociadas a la metrópoli dentro de la independencia y que ésta se realizara pacíficamente. Los comunistas
de  su  Gobierno  han  impuesto  la  independencia  cuanto  antes,  y,  como  podía  esperarse,  la  sangre  ha  empezado  a  correr  en  Angola  y
Mozambique, donde son de temer matanzas. En cuanto a Spinola y sus ilusos compañeros “democratizadores” del Ejército, no pueden
hacerse  ilusiones:  se  les  mantendrá  mientras  el  Ejército  sea  preciso  para  impedir  una  reacción  popular  a  causa  de  la  pérdida  de
Ultramar, el paro obrero, las huelgas, la violencia que se extiende poco a poco, y, más tarde les llegará la hora de ser despedidos con
todos los honores o enviados a Caxias. El último cambio de Gobierno fue precisamente la prueba de que los “comisarios políticos” que
figuran  en  el  grupo  de  “capitanes”  del  26  de  abril  ya  habían  cortado  brutalmente  el  tímido  intento  de  Spínola  de  dar  un  pequeño  giro
hacia la derecha a la nave lusitana, amenazada de estrellarse contra el comunismo.

¿Es preciso decir que éstas son lecciones que no debemos olvidar los españoles? Entre otras razones, porque los españoles tenemos
la trágica experiencia de 1936. Entonces fuimos las primeras víctimas del frentepopulismo planificado por Moscú y ahora no dejaremos
que se nos convierta en las últimas víctimas de la “democratización”, igualmente planificada por Moscú, con Santiago Carrillo y Calvo
Serer como instrumentos.

Ni Portugal ni Grecia, donde Karamanlis, hombre de la derecha autoritaria, ha tenido la debilidad de creer que la única salida para su
país era formar un Gobierno de salvación en que comprometía a una derecha sinceramente nacional con una izquierda internacionalista
que no tiene más que un objetivo: apoderarse del país como sea. Incluso a la sombra del mismo Karamanlis al que cubría de insultos –el
más  suave  era  “fascista”  o  “ultra”–  cuando  decidió  exiliarse  voluntariamente  en  París  hace  trece  años.  Es  decir,  en  la  época  del  rey
Pablo, cuando Grecia no era aún la “Grecia de los coroneles” a la que se quiere hacer responsable de la situación del país.

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