1995-11-27.ABC.LA CONJURA JAIME CAMPMANY

Publicado: 1995-11-27 · Medio: ABC

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OPINIÓN

LUNES  27-11-95

Panorama

LOS  PERROS
LA ciudad  me  ha deparado  un hecho  insó-

lito:  ver  cómo  una  mujer,  una  señora  en
toda  la  extensión  de  la  palabra,  recogía  del
suelo algo  indeseable que su perrito acababa
de  excretar.  Con  la  mayor  naturalidad,  creo
que  producto  de  la costumbre,  tomó  aquello
con un plástico ad hoc y, minutos después, lo
arrojó a uno de esos contenedores especiales
que  el  Ayuntamiento  ha  colocado  por  casi
todo Madrid.

La persona desconocida por mí a la que me
refiero es una de las pocas que aquí, en la Vi-
lla y Corte y, por supuesto, en el resto de Es-
paña, contribuyen a mantener decorosamente
limpias  las  calles  de  nuestra  Patria.  Se trata,
sin duda alguna, de francotiradores del aseo y
la higiene  urbanas, cuya ejemplaridad  apenas
cunde.

En todo este asunto, que tantos  berrinches
y fobias  produce,  hay un inocente, el perro, y
un  culpable,  el  amo,  aunque  los  canes  que
dejan  parte de  su  peso en cualquier  lugar de
la «polis» son, según la aplastante mayoría de
sus  dueños,  lo  más  similar  a espíritus  puros,
inmateriales,  o,  en todo  caso,  educados  ani-
malitos que se alivian en el inodoro y luego ti-
ran  de  la  cadena.  Mas  la  verdad  es  que  el
común  de  los  amos  disfruta  de  todas  esas
cosas estupendas y maravillosas que dan los
chuchos  -cariño,  fidelidad,  compañía...- y le
endilgan  a  sus  conciudadanos  las  miserias
que,  por  conocidas  e  incluso  padecidas,
huelga  citar.  El gamberrismo,  la insolidaridad,
la collonería  y  el  insolente  zullarse  en  el res-
peto  a  la convivencia  son,  por  lo  menudo, el
acompañamiento  de quienes tratan a sus pe-
rros como animales degenerados,  cochinos y
odiosos  -lo  que  no  son-,  y  a  sus  prójimos
como escoria social.

Algunos españoles  opinan que el problema
que nos  ocupa  es  de exclusiva  competencia
del  Poder  y  que  éste  tendría  que  resolverlo
con  mano  dura.  Dudo  de  que  la  vara  del
señor  alcalde  se  torne  severa  o  mágica.  La
mayoría  de  los  ediles  atacan  el  asunto  con
los  consabidos  paños  calientes:  multas  que
brillan  por  su  lenidad,  lugarcitos  enarenados
que hacen las veces de excusados perrunos,
dispensa gratuita de bolsitas de plástico para
la  recogida  de  heces,  etcétera.  Todo  este
conjunto  de  buenas  intenciones  se  estrella
contra  la prepotencia  de  la práctica  totalidad
de  las  amitas  y  los  amitos,  renuentes  a ser
educados  en el auténtico  amor a los perros y
el respeto a sus conciudadanos. Y así las co-
sas,  los  alcaldes  miran para otro  lado, senci-
llamente  porque  la nómina  de  los  que tienen
perros es miilonaria y, dado que cada hombre
es  un  voto,  los  ediles,  con  los  ojos  siempre
puestos  en  los  comicios  municipales,  se ha-
cen  los distraídos, y aquí paz y después glo-
ria.

¡Guay!  del alcalde  que tratase  de  meter en
cintura,  no  a los  canes,  pura inocencia inani-
mada, sino a sus indóciles dueños. Pero tran-
quilos,  que  no  pasa  nada,  pues  como  los
munícipes,  en el  poder  o  en  la oposición,  no
quieren  sufrir  descalabros  electorales,  evitan
constreñir,  hoy  o  mañana,  a  los  desaprensi-
vos,  antisociales  ciudadanos  de  marras.  O
sea,  prefieren  que  los  amos  sigan  ladrando,
con  perdón,  sin  problemas,  alegremente,
quizás por aquello de... ladran, luego cabalga-
mos...

Cristóbal PÁEZ

Escenas políticas
LA  CONJURA

la conjura,  Felipe  González  no  hace
más  que  avisar  de  que  viene  la  conjura.
Eso empezó  en el  «sindicato  del crimen», cosa
de  nada,  un  escarceo  entre  José  Luis  de Vila-
llonga  y  Antonio  García  Trevijano,
que  está  predestinado  a  presidir  la
Tercera República, y ya ven ustedes
en  lo  que  se  está  convirtiendo.
Anda,  para  que te  pees  llevando  el
cirial y luego digas que chisporrotea.
Lo  de  la  conjura  lo  sabe  ya  hasta
Rosa  Posada.  Primero,  se  quita  de
ahí a Felipe. Mientras esté  Felipe, la
conjura estaré bajo control. Se quita
de  ahí a  Felipe  González y  se  pone
ahí a José  María Aznar,  que  lleva  a
Azaña encuadernado  bajo  el brazo,
regalo  de  Federico  Jiménez  Losan-
tos.  Segundo,  abdicación  de  Don
Juan Carlos, coronación del príncipe
Felipe,  todavía  inexperto  en  conjuras.  Tercero,
golpe  de  Estado,  hachazo  al Trono y  elevación
del Trevi a la presidencia de la República.

Han entrado en la conjura, no soto Javier de la
Rosa,  Mario  Conde  y  Manolo  Prado,  sino tam-
bién el niño de Pujol, Pepet Pujol, en Castilla Pe-
pito,  el juez  Eduardo  Moner  con  el  suplicatorio
contra  Barrionuevo,  que  es  el  poder  legalmente
constituido, Fernando Fernán Gómez, que ha es-
crito un libro de la Puerta del Sol. Ya se sabe que
la Puerta del Sol es republicana, frente a la Puerta
de Alcalá, que es monárquica  de  Carlos  III y  de
Ana  Belén.  Hay  que  tener  mucho  cuidado  con
las puertas.  Los grandes cambios y las conmo-
ciones bélicas entran siempre por alguna puerta,
por la Porta Pía o por la Puerta de Brandeburgo.
Paco Umbral, que ya estaba en la conjura, ha
escrito otro libro, «Madrid 650», sobre las seiscien-
tas cincuenta repúblicas que cruzan todos los días
por los madriles, mineros, campesinos, pescado-
res,  estudiantes  y maricones. No sé si se han fi-
jado ustedes en que Sancho Gracia se ha pasado
a la conjura. Vayan ustedes al Teatro Español a ver
el Tenorio  de  este  año.  Me  dicen  que  Sancho
Grada recita los versos de la escena del sofá «¿no
es verdad, ángel de amor?», con un tufillo republi-

cano  tan  fuerte  que  es  como  una  invitación  al
amor  libre y  a  la quema  del  convento  de  Doña
Inés. Un poco más y cumple los consejos republi-
canos de don Manuel Azaña, «entrad en los con-
ventos, levantad las faldas a las mon-
jas y hacedlas madres para la patria».
Don Lorenzo Sanz se ha unido por
sorpresa  a  los  conjurados,  y  se
asoma  al  palco  del  Bemabéu,  que
siempre  ha  sido  un  palco  monár-
quico,  como  se  asomaría  Magia al
balcón de San Jaime para proclamar
la  república  catalana.  Me  cuenta
Martín  Prieto,  recién  llegado  de  mi
Buenos  Aires  querido,  que  Lady  Di
ha ido a Argentina a pedirle fondos a
Carlos Menem para financiarle a Pa-
blo  Sebastián  su  semanario  «La
República». Alguien me ha propuesto
que  resucitemos  los  Amigos  de  la
República, y evocar a Ortega, Marañón, Pérez de
Ayala y todos esos, y he respondido con una frase
de Valle-lnclán: «Sób los sinvergüenzas son repu-
blicanos». Raúl del Pozo aposló, rápido: «Sin em-
bargo, él se presentó después a diputado lerou-
xista. España se acuesta monárquica y se levanta
republicana». Terció Antonio  Burgos:  «Y al revés.
Además, Don Juan Carlos le hizo a Valle marqués
de Bradomín y to incorporó a la Monarquía aunque
fuese  a título  postumo».  Don  Ramón  María tam-
bién  era manco.  Como  Manolo  Prado,  pero  de
otra manera. En cambio, don Nfoeto, que presidió
la segunda República, fue tonto en Priego, en Al-
calá y Zamora. Lo dijo Rafael Alberti.

Caco  Señante,  el  más  reciente  conjurado,
entró  con  su banda a espiar en el Ministerio del
Interior.  Ahora  prepara  un  himno  de  Riego  con
ritmo de salsa. Rossy de Palma está metiendo la
nariz en la conjura, y ha olfateado allí a José María
Aznar.  En cuanto se hagan de la conjura Merce-
des  de  la  Merced  y  Norma  Duval,  proclamo  el
cantón republicano de Cartagena, y además cojo
a García Trevijano y lo saco al balcón de la antigua
Gobernación a que grite: «¡Viva yol».

Jaime CAMPMANY

ABC (Madrid) - 27/11/1995, Página 22
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