1995-06-25.EL MUNDO.LA CONJURA FANTASMA CONSUELO A. DE TOLEDO
Publicado: 1995-06-25 · Medio: EL MUNDO
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LA CONJURA FANTASMA EL MUNDO. 25/06/1995. Página, 41 CONSUELO A. DE TOLEDO «Espero que a estas alturas nadie dude de que estamos ante un pulso al Estado». Es la respuesta de Felipe González al último escándalo que afecta a su Gobierno, el de las escuchas del CESID. Al presidente, una vez más, le salen conspiradores de debajo de las piedras. Como a Ricardo III, las pesadillas le acechan antes de la batalla final EN Presidencia del Gobierno todo se han vuelto sombras de sospecha. Fantasmas de conjuración atormentan al personaje. Felipe González vive sus últimas horas de poder como Ricardo III. Hace tiempo que alcanzó la cumbre, llegó a creerse en la gloria, y sin embargo está solo. Los rostros de tantos que le sirvieron y fueron sacrificados le persiguen como testigos mudos de una historia de ambición. Felipe González daría su reino por un caballo que fuera capaz de librarle al galope de una realidad insoportable. ¿Cómo es posible que a él, capaz de sacrificar su libertad por la de todos los españoles, no le quieran? No puede ser más que una conjura, una terrible conspiración contra él. ¡Cielos, qué terrible destino el del que, habiendo sido maestro en urdir planes para tener el poder, sea ahora víctima de sus propias artes! Felipe González podría recitar el monólogo del Ricardo III de William Shakespeare, acosado por temibles pesadillas, antes de la batalla final: «Soy un malvado; pero miento, no lo soy. Necio, habla bien de ti mismo; necio, no te adules. Mi conciencia tiene mil distintas lenguas y cada una de ellas narra una historia diferente y cada historia me condena por malvado. El perjurio más execrable de los perjurios; el crimen, el crimen más cruel y más atroz; todos los pecados practicados en todos sus grados suben para gritarme: culpable, culpable. Me abandonaré a la desesperación. No hay nadie que me ame y si muero, nadie tendrá compasión de mí; y ¿por qué deberían de tenerla, si yo mismo no la tengo?». Aferrado a la teoría de la conspiración, Felipe González se niega a admitir la realidad. Tiene una vieja querencia a sentirse perseguido, objeto de oscuras maniobras para arrebatarle lo que más le gusta, ese poder conseguido tenazmente, desde que siendo tan sólo un estudiante Alfonso Guerra le enseñara la tierra a conquistar. Y es que cree el conspirador que todos son de su condición. El «clan de la tortilla» Recuerda ahora cómo en 1973 él y sus amigos sevillanos, el «clan de la tortilla», urdieron la trama para desbancar a los viejos socialistas exiliados, los Llopis de toda la vida, anclados en un pasado que había que marginar. En aquel entonces, Alfonso Guerra, Luis Yáñez, Pepote Rodríguez de la Borbolla y Felipe González se «conjuraron» para hacerse con el PSOE y un año después lo conseguían. Desde entonces han rodado las cabezas de todos los que se interponían entre González y el poder. Pablo Castellano, Francisco Bustelo, Nicolás Redondo, Enrique Múgica, Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Fernando Morán, Mariano Rubio, José Luis Corcuera, José Barrionuevo, Rafael Vera. Incluso, también, ¿y por qué no?, la de su amigo Alfonso, Alfonso Guerra. Un empedrado de lujo en el camino de su ambición. Para sus fines incumplió promesas, sacrificó personas, urdió traiciones. En 1977, recién elegido el primer Parlamento democrático, intentó derribar a Adolfo Suárez, alentando la división interna de UCD. Más tarde oyó los cantos de sirena de salvadores de la patria dispuestos a montar «gobiernos de salvación» para concluir su brillante historial de opositor con el acoso y derribo de quien le había «mimado» con esmero de estadista, aquel Suárez empeñado en hacer de González y el PSOE garantía de la alternancia constitucional. Ya en el poder, el presidente González no tuvo empacho en decir «digo donde había dicho Diego»; entró en la OTAN, despreció a UGT, se encandiló con los poderosos mientras se organizaba el GAL, Filesa y los fondos reservados eran como el botín de unos nuevos bucaneros. Con el poder absoluto entre sus manos controlaba hasta el más mínimo resquicio de las intimidades personales. Nadie podría ya ganarle un pulso. Y el que osara disputarle el trono sería, naturalmente, un «antidemócrata incapaz de respetar las reglas del juego», unos «irresponsables que no aceptan el resultado de las urnas», «cazarrecompensas», «usurpadores». En una palabra: conspiradores. Primeros altercados Y es que para Felipe González es «conjura» todo aquello que puede poner en peligro su permanencia en la Presidencia del Gobierno y escape a sus designios. Elevado a categoría de «dios» se le hacía insoportable verse tratado como humano. Y así fueron tratados como «conjurados» los estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid que le abuchearon por culpa de Filesa. Aquello era, dijeron en Moncloa, «un altercado organizado» por los extremistas de la derecha. Sorprendido, ofreció reparaciones y prometió «asumir responsabilidades» que pronto fueron olvidadas. Ya entonces «la conjura» comienza a tomar forma en los pensamientos de González y así lo confiesa en una entrevista en un periódico de Cataluña. Cuantos más escándalos surgían a la luz pública, más engrosaba la lista de conspiradores. Y sólo cuando ya no tenía otra salida, entonces descubría que «en el PSOE no estamos preparados para tener en nuestras filas a los corruptos». Puso la mano en el fuego por Mariano Rubio. Quienes acusaban al gobernador del Banco de España y revelaban las picardías de Ibercorp, lo hacían instigados por oscuros intereses financieros. El «pastel» de la conspiración requería de varios ingredientes: una mitad de banquero, un cuarto de periodista y otro cuarto de resentidos. Mario Conde, Pedro J. Ramírez y Baltasar Garzón, eran el perfecto prototipo, el retrato-robot que González necesitaba para construir su «línea Maginot». Pero faltaba la «guinda». González no dudó en implicar a la Jefatura del Estado en la elaboración de la «teoría de la conjura» imprescindible para zafarse de su responsabilidad como presidente de un Gobierno implicado o tolerante en la mayor crisis de la democracia. Por activa o por pasiva, la Monarquía aparecería siempre como telón de fondo de una puesta en escena perfectamente diseñada. Felipe González había sido en realidad el padre de algunas de estas criaturas que ahora se rebelaban contra él. Y confundiendo su propia persona con la democracia, llegaba a la conclusión de que tras la defensa de sus intereses, principios o responsabilidades, lo que había era «un golpe contra la legitimidad constitucional». Algunos divertimentos intelectuales de tinte republicano protagonizados por personajes como Antonio García-Trevijano propiciaron la coartada para teñir de ideología la «maniobra desestabilizadora». Durante los años de bonanza económica, aquellos en los que, según Carlos Solchaga, en España era muy fácil enriquecerse, González «descubrió» la belleza de la economía especulativa. Si Javier de la Rosa encontraba en Economía y Hacienda los avales imprescindibles para ejercer como «embajador» de KIO en España -miles de millones para hacer la campaña en la guerra del Golfo- no menos contentos estaban en el Gobierno con un Mario Conde capaz de dar el pelotazo con la venta de Antibióticos a los empresarios italianos que tan buenas relaciones tenían con el PSOE. En Sevilla, Manuel Prado y Colón de Carvajal, amigo del Rey, se convertía en un «rey Midas». Eran días de vino y rosas. Felipe González confesaba su admiración por los banqueros como Sánchez Asiaín y Pedro de Toledo. La economía productiva era una ordinariez en comparación con la dulce práctica especulativa. Pero González era un presidente admirado en todo el mundo y dentro de las fronteras un «alevín» de político, llamado José María Aznar, era observado con desprecio. En este paraíso, la manzana de la discordia fructificó bajo la forma del derecho a la información. La libertad de expresión sobrevivió a los embates gubernamentales. Los escándalos de la corrupción hicieron mella. El paraíso de la mayoría absoluta se perdió a pesar de que Baltasar Garzón, el hombre con mayor fama de honesto, una especie de «Cid Campeador anticorrupción» figurase como candidato del PSOE, número dos en la lista por Madrid, inmediatamente después de Felipe González. El juez Garzón tardaría muy poco en percibir que Felipe González, como Ricardo III, pensaba: «Cada cual a su puesto, que no deben ridículos sueños espantarnos. Palabra nada más es la conciencia que emplean los cobardes; inventada para infundir pavor al hombre fuerte». La hora de la Justicia Garzón, no hay que olvidarlo, se marchó porque González se negó a investigar Filesa. Pecata minuta en comparación con lo que vendría después. Fue llegada la hora de la Justicia. Trajín de prisiones y de cárceles. Conde y De la Rosa, entre rejas. También de entre las rejas se eleva la voz de Julián Sancristóbal: «Conjuración, conspiración». Los periódicos vomitan las heces escondidas por Moncloa. Joaquín Leguina hace de vocero mientras Narcís Serra escucha en secreto los micrófonos. Otra vez Shakespeare en Macbeth: «Tengo noticias de él por mis numerosos espías. Mañana temprano iré a ver a las brujas. Quiero apurarlo todo y averiguar el mal, aunque sea por medios torcidos. Todo debe rendirse a mi voluntad. Estoy nadando en un mar de sangre, y tan lejos ya de la orilla, que me es indiferente bogar adelante o atrás. Es tiempo de obras y no de palabras. Descienda el pensamiento a las manos». Y manos a la obra, la «conjura», como Torre de Babel en donde anida la confusión, se extendía por cenáculos y lugares de confidencia. Cortesanos «de prestigio» alentaban los rumores como vulgares «comadres» si no de Windsor, sí de La Zarzuela. Recaditos de ida y vuelta advertían de maniobras con quintacolumnistas de ocasión capaces de «vender» su patriotismo. Y mientras, el pueblo soberano, vota y calla. Aznar revalida en las urnas su credibilidad entre los demócratas. Va a heredar una España destrozada. González es derrotado limpiamente. Es la más insoportable de las humillaciones. Porque Felipe-Ricardo III-González-Macbeth necesita una puesta en escena más «grandiosa». No puede «morir» políticamente a manos de un electorado asqueado de tanta corrupción. Hasta los más fieles servidores, aquéllos que le habían prestado sus conciencias, le abandonan. Los esbirros le «traicionan» y el CESID, al desnudo, muestra la más amarga cara del felipismo. El conjurador denuncia la conjura, pero ya nadie le cree, desvelada la tramoya del esperpento. Felipe González se ha quedado solo. Abandonado de todos y los suyos. Mientras tanto una voz en «off» recita el último verso de Ricardo III. Dice Shakespeare: «Si lo consiente Dios, sus sucesores darán a la nación benditas paces, prosperidad y plácida abundancia. Señor, su filo a la traición embota, porque no tornen tan aciagos días, y "España" un raudal de sangre llore. No goce su futuro poderío quien herir con traiciones amenace el bien de la nación. Cesó el impío desconcierto civil. La paz renace. ¡Que prospere! ¡Decid amén, Dios mío!». APOYO Los últimos acusadores Felipe González/4-Noviembre.-94 «Tienen que saber los ciudadanos que se está falseando la verdad conscientemente y que ese juego de mentiras, difamación y cobardía moral es la peor de las corrupciones... Hay un proceso más o menos organizado de deslegitimización institucional que toca no sólo al Gobierno, sino a todas las instituciones». Alfredo Pérez Rubalcaba/5-Noviembre.-94 «¿No cree usted que hay muchos ciudadanos en España que piensan que hay una campaña contra el Gobierno y más en concreto contra su presidente?». Narcís Serra/20-Enero.-95 «Hay una multitud de actuaciones tendentes a erosionar al Gobierno o incluso a que el presidente tenga que dejar su cargo por parte de gentes que quieren llegar al Gobierno sin pasar por las urnas». Joaquín Leguina/7-Febrero.-95 «El Gobierno y Felipe González, el presidente, tienen la obligación de resistir ante la conspiración en marcha que pretende la destrucción del Partido Socialista». Pascual Maragall/9-Abril.-95 «Existe una conspiración para cambiar el sistema democrático actual». Luis Yáñez/21-Junio.-95 «Hay que estudiar las relaciones de Mario Conde con Antonio García-Trevijano y José Amedo y si tiene alguna en el PSOE».