2002-08-22.LA RAZON.LA CANONIZACIÓN DE LO EXISTENTE JOAQUIN NAVARRO
Publicado: 2002-08-22 · Medio: LA RAZON
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LA CANONIZACIÓN DE LO EXISTENTE LA RAZÓN. JUEVES 22 DE AGOSTO DE 2002 JOAQUÍN NAVARRO Las promesas no cumplidas y los obstáculos no previstos que están en la raíz de la crisis de democracia no parecen suficientes para transformarla en un régimen autocrático. Algunos pensadores al estilo de Bobbio apuestan firmemente por la democracia existente, pese a todas sus limitaciones y deformaciones. Aseguran que no hay alternativa posible. Y lo dicen con tanta reiteración y convicción que parecen alejar cualquier alternativa para que permanezca incólume la situación actual. Lo que aparece como democracia, con toda su oligarquía y corrupción a cuestas, es lo que debe ser porque es lo único que puede ser. Como en su momento cupo hablar de «socialismo real» (que no era socialismo, sino colectivismo burocrático estatal) cabe ahora hablar de «democracia real». Bobbio y los suyos comenzaron criticando esta fórmula pero acabaron defendiéndola. Los que la atacan quieren destruir a la democracia. Hay que optar entre la existente, a la que se canoniza, y la falta de democracia. Como ha dicho Perry Anderson, «hay grandes afinidades electivas» entre las ideas de Bobbio y la crítica conservadora de la democracia. Anderson recuerda, por contraste, aquellas palabras de Bobbio, de 1975, en las que decía que la democracia es subversiva y que si dejara de serlo tendría que recuperarse su dimensión crítica y llevarla hasta el final. No criticar desde la izquierda las insuficiencias del sistema representativo, la falta de respuesta a problemas socioeconómicos cruciales y el olvido de la libertad política como médula del sistema es colaborar con la destrucción de la democracia. Pero, a partir de la década de los 80, Bobbio defiende una simple democracia formal, al estilo de Ross y Kelsen. Una democracia mínima y procedimental que se opone a cualquier planteamiento de democracia directa, inconciliable con la democracia representativa, que es la única existente. Rechaza también los excesos neoliberales, que conducen a la destrucción del Estado, por la derecha, al desmantelar el Estado de bienestar. Liberalismo y democracia no pueden marchar juntos. Mientras el empresario económico tiende a la maximización de los beneficios, el empresario político busca la maximización del poder a través de los votos y abona con ello la «democracia de masas», cuyo producto último es el Estado asistencial. Pero ello no es cierto. El «empresario político» se ha puesto a las órdenes del neoliberalismo y muy lejos del objetivo de un Estado asistencial. Se ha integrado en el Estado oligárquico de partidos y está en plena inmersión dentro del pensamiento único. Sin embargo, el neoliberalismo, como alternativa de derechas a la democracia real, es rechazado categóricamente por Bobbio, que entra así en la grave contradicción de considerar que esa democracia no es tributaria de los principios neoliberales, a los que censura por su combate contra el Estado de bienestar y por su enfrentamiento contra la democracia misma. No hay, pues, alternativa de derechas. Pero Bobbio también rechaza la progresiva potenciación de los movimientos sociales como complemento de los partidos. Aquellos intentan suplantar a los sujetos políticos por excelencia que, según las reglas básicas de la «democracia real» son los partidos. No se le ocurre analizar el papel de los partidos desde la derrota de los fascismos en la Segunda Guerra Mundial. Desconoce el profundo análisis del maestro García Trevijano sobre la naturaleza y funcionamiento de los partidos en cuanto órganos del Estado que integran en el mismo a la sociedad civil. Esos partidos se han convertido en factores constitutivos del Estado oligárquico, al que se llama democracia a pesar de la ausencia en ese Estado de una verdadera libertad política, una genuina representación democrática y un mínimo control del poder. Bobbio no se atreve a entrar en ese análisis y ni siquiera acepta el reto de McPherson, que realiza una crítica frontal de la concepción elitista de la democracia. Bobbio termina aceptando como únicamente válida la teoría económica de la democracia. No cabe en ella el intento de eliminar la oligarquización de los partidos, no vaya a ser que ese proceso conlleve la destrucción de los propios partidos y, con ella, de la democracia realmente existente.