1999-07-26.LA RAZON.JUVENTUD ENCANECIDA AGT
Publicado: 1999-07-26 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
JUVENTUD ENCANECIDA LA RAZÓN. LUNES 26 DE JULIO DE 1999 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO La ausencia de ideales nobles en la juventud posterior al fracaso de las rebeliones del 68, consagró el valor de cualquier experiencia, de todas las experiencias. El egotismo de las almas infantilizadas por una permisividad sin sentido (la que otorgó el previo sentimiento de culpa generacional por una represión sin sentido) pareció digno de ser vivido como ideal. El saber del mundo, equiparado al de una ininterrumpida suma de experiencias personales, repetía así una misma y sola vivencia. No encontrar, fuera de sí, la seguridad y la dicha no albergadas, ni buscadas o germinadas, dentro de sí. No ver en la superficie de los otros, sino la propia superficialidad. Contactos, pues, epidérmicos; promiscuidad de géneros, signos externos de identidad; histerias colectivas; orgullo de la miseria intelectual; exotismo de secta; droga; delincuencia de colegas; pasotismo narcisista; imperio de los bajos sentidos; diversiones de velocidad, violencia y ruido. Prisa depresiva en huir del horror al aburrimiento y al silencio. Todavía hoy son legión los muchachos y muchachas que, por miedo a la soledad y a la disciplina del carácter, por rechazo a los convencionalismos tontos de sus padres y por falta de pudor que provocan el defecto o el exceso de temperamento, se inician en todos los modos apresurados de vivir la vida de una juventud desapasionante. Que creen apasionada porque transcurre sin cesar, entre efímeras ilusiones continuamente renovadas, de una mala experiencia a otra. Sin tiempo libre para pensar en los residuos de la aventura, los deseos al instante satisfechos, sin satisfacción, no pueden transformarse en pasiones que dominen el pensamiento. No hay otra pasión más en boga que la de no tener ninguna. La apatía es la más universal (por la extensión de sus livianos objetos de deseo), la más curiosa (por desconocer el vasto campo de las propias emociones) y la más impúdica (por ignorancia de los sentimientos ajenos) de todas las pasiones. La apatía se afana en hacer sentir a la insensibilidad por medio de inagotables ensayos con lo sensacionalmente, extraño. Todo, incluso lo peor de lo peor, merece la pena de ser probado. De ningún error, de ningún fracaso, hay que arrepentirse. Y no porque se espere aprender algo bueno de ellos, ni porque en la desventura del alma se disfruten migajas o momentos de una felicidad que es consciente de su impalpable fugacidad y de su incapacidad de generar memoria de la dicha, sino porque todo vale. para el único ideal al alcance de esta nueva pubertad, pletórica de derechos morales y medrosa por anticipado de su frustración: vivir a tope la vida de la despersonalización. Suplir, con el mayor número de vivencias personales, el hastío y la inseguridad que la falta de imaginación produce en la carrera de la vida y en el cultivo de los sentimientos íntimos. Todo hay que experimentarlo, incluso lo que no es instintivo. Por literal diversión de uno mismo. Para saber de qué va la vida. De vuelta de todo sin haber llegado a nada, sin dar jamás cobijo a la esperanza de realizar un ideal y sin interés alguno en realizarlo, estos bárbaros escépticos, pero vividores, ignoran las metas difíciles del esfuerzo y se abandonan en los caminos polvorientos de las modas al viento. Donde no se topan con ramas muertas que cortar en el árbol de la vida, ni con nutrientes que dar a los frutos secos del coleguismo. Mientras que la ciega generosidad de sus mayores, apostada por todos los recodos de lo ignoto, en la sola compañía de su culpa educativa, encuentra el tiempo perdido mirando a una juventud encanecida que se asoma al mundo adulto con las manos vacías de naturalidad, de ideas, de amor, de instrucción, de talento, de sentido de la belleza y de verdadera experiencia.