2004-02-02.LA RAZON.INGENUIDAD DESLEAL AGT
Publicado: 2004-02-02 · Medio: LA RAZON
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OTRAS RAZONES 28 LA RAZÓN LUNES, 2 - II - 2004 OTRAS RAZONES INGENUIDAD DESLEAL LA DICTADURA CAPITALISTA Como nunca tuve sueños restauradores de la República par- lamentaria y siempre identifiqué la demo- cracia política con la República Constitu- cional (que se instau- rará cuando se haga históricamente nece- saria), vivo un ideal objetivado donde no se respeta más ni se juzga peor a ER que a CiU, PNV, PP, PSOE o IU. La torpe acción de Rovira no debe justi- ficarse con su posible buena voluntad, pues entonces cabría preguntarse si ineptitud en política equivale a bribonería en moral. Los partidos y sus votantes se fascinan con los ineptos fantásticos. Menos mal que no sue- len ser diligentes. Gramsci ilustró el peli- groso activismo del «tonto-granuja» con el caso del «inteligente que puede fingirse tonto y conseguir que lo tomen por tal», frente al «tonto que no puede hacerse pasar por inteligente, a menos que encuentre gen- te más tonta que él, lo que nunca es difícil». Las elecciones situarán al «romántico cap» en una de esas categorías mixtas. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO A l mismo tiem- po que se condenan las dictaduras políticas, en el discurso que cotidia- namente nos bombar- dea, se oculta la más poderosa dictadura ac- tualmente existente: la representada por el ca- pitalismo a través de las grandes empresas multinacionales y los organismos que dirigen, con arreglo a los in- tereses de tales empresas, la economía plane- taria. Pensemos, así, dentro de nuestra ámbito más próximo, en el hecho, muy poco comen- tado y criticado, de que, mientras se discute pomposamente el proyecto de Constitución para la Unión Europea, como gran realiza- ción, por encima de todo proceso democrático y prohibiéndose cualquier influencia guber- namental, se levanta desde Maastricht la so- beranía del Banco Central Europeo, cual po- der indiscutible. Una visión superficial, atenida a las exhi- biciones de potencia bélica que, desde la gue- rra del Golfo hasta la de Iraq, se complacen en realizar periódicamente los EE UU y su instrumento la OTAN, podría creer que es el poder militar el que dirige el planeta, conti- nuando los tiempos guerreros. Aunque ac- LA ABERRACIÓN E l Gobierno del PP ha combatido a ETA dentro de la legalidad. Los gobiernos del PSOE no, recuérdese el GAL. Ca- rod Rovira negocia con ETA, con la muerte, con los verdugos de unas víctimas atónitas an- te tanta desvergüenza. Carod, socio de los so- cialistas, no es tonto, ni mesiánico, ni ingenuo como algunos quieren hacer creer. Lo ha hecho porque va contra el Estado y, además, no se arrepiente. A Carod no sólo no le ha pasado na- da, sino que Maragall le ha permitido la salida de concurrir a las generales cuando debería ha- berlo fulminado. Encima le dice que tiene «la puerta abierta» para volver a su gobierno. En plena precampaña, el PSOE, consciente de que como partido se tambalea entero, piensa que su única salida es volver la tortilla contra el PP. En el colmo del delirio, Maragall disculpa como «ingenuidad» la aberra- ción de Carod y dice que la prefiere «a la pasividad del PP ante ETA». ¿Esta- mos locos? ¿Se puede ta- char de «pasividad» al único Gobierno que ha conseguido acorralar con- tra las cuerdas a los terroristas, o acaso a su pre- sidente, quien sufrió un atentado en sus carnes y salió vivo de milagro? Pero no, no hay locu- ra en ello. Lo que hay es peor. Son intereses in- confesables los que llevan a restar importancia a la traición de Carod y a culpar al PP de que se haya conocido. Ése es el fondo y lo más gra- ve. Otra cosa son las formas. LLuuiissaa PPAALLMMAA REBOREDO Y SAÑUDO D os conflictos instituciona- les acaparan la atención. Los dos derivan de la incohe- rencia en los precep- tos constitucionales que regulan la rela- ción entre los pode- res del Estado de Par- tidos. Uno de ellos enfrenta de nuevo al TS con el TC a propó- sito de una sentencia de aquél contra éste, que pone en juego la supremacía jurisdic- cional, no resuelta en la Constitución. Sin la intervención de un poder constituyente que la reforme, este asunto escapa de la mutua lealtad o buena voluntad a que recu- rren las malas constituciones. Diderot lo explicó. El otro enfrenta la Generalitat al Gobier- no español, por la entrevista en suelo fran- cés del consejero en «cap» con dirigentes de ETA. La falta de cultura política enfoca equivocadamente el tema desde un punto de vista moral. Como si hablar con un te- rrorista, sobre la renuncia a la sangre y a la coacción de las conciencias a cambio de un apoyo activo de Cataluña al Plan Ibarreche (única baza del «cap de la Generalitat»), fuera una ilicitud descartada de la acción política. Las precedentes negociaciones de los gobiernos españoles deberían bastar, puesto que nadie sano puede compartir la inmoralidad del terror, para situar la desle- altad del Sr. Rovira en la órbita de la in- mensa ingenuidad política donde se ha ma- nifestado. El Sr. Rovira se ha hecho acreedor, por supuesto, a la crítica política, pero no a su descalificación moral. Esa crítica debe ex- tenderse, por reacción inadecuada, al des- concierto del presidente de la Generalitat y del secretario general del PSOE, como tam- bién, por maniqueísmo puritano, a la preci- pitada destemplanza de Aznar, Rajoy y PP. ¿No hay una última y secreta legitimidad en la iniciativa de Ezquerra Republicana? ¿Se hubiera atrevido a emprenderla sin el ánimo independentista que le insufla la Constitución de las nacionalidades? ¿No ha realizado la hazaña nacionalista que sus so- cios de gobierno deseaban y no osaban eje- cutar? Hipocresía de aliados. Demagogia de adversarios. Se acusa a Rovira de un pecado capital de inmoralidad cuando lo asombroso es precisamente la candidez de su triple inge- nuidad. Era pueril imaginar que su acción permanecería secreta y no sería estimada, con razón, como una deslealtad a su parti- do, al gobierno del que forma parte, al de España y al de Francia. Era infantil nego- ciar con ETA sin hablar en nombre de los poderes efectivos que tienen la responsabi- lidad de combatirla. Era quimérica la espe- ranza de obtener alguna rentabilidad cata- lana de tan impopular atrevimiento. Porque soy republicano me parece mal que un partido se apodere de la palabra, co- mo si él solo pudiera encarnar ese ideal, y me río del republicanismo de los partidos que sostienen la Monarquía sin haber teni- do libertad constituyente. Porque soy de- mócrata no apruebo a ningún grupo políti- co que esté incorporado al Estado de Partidos, financiado con fondos públicos y no sea representativo de la sociedad civil. tualmente tal potencia se cifra mucho más en la tecnología que en la preparación de unas tropas que, entre suici- dios, deserciones y ac- ciones provocadas por el pánico, vemos desfa- llecer en Iraq. Pero los ejércitos, salvo en los hoy en día excepciona- les regímenes militaristas, dependen oficial- mente del poder civil. Y, en cuanto éste no es supremo, a través de él, no constituyen sino el brazo armado de los intereses capitalistas, mostrándose a veces más partidarios los po- líticos y dirigentes de la economía del uso y abuso de la violencia que los mismos milita- res, Y es un brazo que, además, sólo actúa es- porádicamente, en ocasiones límite, mientras que la coacción económica representa una presión constante controlando toda la política mundial y finalmente la vida cotidiana de la ciudadanía. Según acabo de apuntar, en cuanto el po- der civil dirige el militar caeríamos en otro grave error, basado esta vez en la ilusión de la democracia, auspiciada por el discurso ofi- cial, si pensamos que son los políticos, elegi- dos en los comicios, quienes dirigen el destino de la sociedad. Pero la realidad es que el po- der económico presiona los procesos electo- rales y los desvirtúa. En primer lugar, inte- riormente, en la medida en que tales procesos están condicionados por la capacidad de gas- to de los partidos y, sobre todo, externamen- te, amenazando con la retirada de ayudas y el estrangulamiento, si se anuncia la posibilidad de que candidaturas rebeldes, propiciadoras de una distribución más justa de la riqueza, basadas en el interés de las clases empobreci- das, accedan al Gobierno. Por esta vía se llega a la situación que he oído denunciar muchas veces a José Saramago, en que los gobiernos se convierten en meros delegados de los po- deres económicos internacionales. Ciertamente, la dictadura del capitalismo actual es una dictadura hábil, astutamente en- mascarada. No en balde es la astucia, como comentaba en mi anterior artículo, la virtud política propia del mercader. En lugar de ejer- cer el poder directamente, mediante coaccio- nes visibles y, por ello mismo, fácil y escan- dalosamente denunciables, como en las dictaduras políticas, se oculta tras el escena- rio y mueve los hilos de las marionetas. Son éstas los partidos políticos, que no se atreven en su inmensa mayoría a anunciar programas y propósitos de acción que cuestionen el or- den de los poderosos, Y, al mismo tiempo, el aparato cultura troquela las mentalidades, convertido en «industria de la conciencia». Empezando por la mera información. Es ex- presiva, en este sentido, la consigna de ocul- tar los féretros que llegan desde Iraq y el hos- tigamiento hasta el crimen de los periodistas independientes. Y, más allá de la información, el control de los medios de comunicación de masas, en manos sólo de los económicamen- te poderosos, induce en los mismos progra- mas de ocio las imágenes del amigo y el ene- migo y los valores y modelos de conducta que forman una ciudadanía inconsciente de su fal- ta de libertad. La dictadura del capitalismo se disfraza, así, de algo que no deja de invocar y prostituir al mismo tiempo: la democracia. CCaarrllooss PPAARRÍÍSS