2004-01-15.LA RAZON.INCONCIENCIA DE EUROPA AGT

Publicado: 2004-01-15 · Medio: LA RAZON

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OTRAS RAZONES

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LA RAZÓN
JUEVES, 15 - I - 2004

OTRAS RAZONES

INCONCIENCIA DE EUROPA

PALACIOS DE INVIERNO

vidad o la verdad, de
la ciencia y la episte-
mología, crisis econó-
mica, del trabajo, del
arte, del Estado), para
concluir  que  estába-
mos en una crisis de
conciencia. 

Considerada 

la
cuestión europea bajo
la perspectiva política
de la unidad de poder, parece obvio que el
paso del Mercado Común a la UE ha trans-
formado la primitiva conciencia económica
unitaria en otro tipo de conciencia, también
unitaria, donde el elemento económico se ha
entreverado con el burocrático para dar ma-
yor agudeza al sentimiento colectivo de im-
potencia política. La defección de España y
Polonia, siendo negativa para los intereses
de sus economías y sus tecno-burocracias,
ha soliviantado el sentimiento de impoten-
cia política de la UE, acicateando la volun-
tad franco-alemana de acelerar, en un grupo
de vanguardia, el proceso de unión política,
mediante la creación de estructuras unitarias
de  poder  democrático,  que  vayan  supri-
miendo la necesidad anti-política del con-
senso entre estados nacionales.

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO

«C uando

el  ado-
quín  se
encuentra con el vi-
drio, todo queda en-
cerrado en un parén-
tesis». Después viene
el estallido. Y la na-
da.  Antes,  la  nada
aún  más  profunda.
Los  palacios  de  in-
vierno se conquistan con nada. Porque to-
do es nada. Lengua de trapo, material de
derribo, bulevar de crepúsculos, balsa de
Medusa, cascabeles y cuentas de vidrios.
Nada. No hay ya incertidumbre alguna en
la obra de Albiac. Es la certeza de la nada.
La fatalidad rige este mundo habitado por
hombres y mujeres. Ahora es la resigna-
ción de la nada. Conrad se divertía mucho
en estos giros de inexistencia y fatuidad.
Aunque el hombre ha llegado a volar, no
vuela como un águila, vuela como un es-
carabajo. Y es difícil ver algo tan feo, ridí-
culo y torpe como el vuelo de un escara-
bajo.  Esta  es  la  mejor  imagen  de  los
palacios de invierno de Gabriel Albiac. Es-
carabajos volando con la enquistada me-
lancolía de lo que nunca pudo ser. «Pues
no hay dolor más grande que el dolor de
ser vivo / ni mayor pesadumbre que la vi-

¡Y EL RELOJ!

L a forma de actuar de algunos políti-

cos, en particular, y de algún partido,
en general, está haciendo que recuer-
de como síntesis de su discurso una frase
con que un buen amigo mío suele rematar
algunas jugadas del mus cuando le envidan
o aun sin envidarle. En lo que llevamos, que
no son ni dos días, ya esta uno ahíto de pro-
mesas y ha perdido la capacidad de asom-
bro. El rizo rizado es en la presente tempo-
rada el prometer una cosa y la contraria y
hacerlo desde la misma formación política
y sin rubor alguno. Por un lado, el gratis to-
tal y, por el otro, la bajada de impuestos; por
un costado el partir la Nación en17 y, por
otro, presentarse como garantes de su uni-
dad; por aquí ofrendar los tributos que sean
necesarios al altar de los nacionalismos y,

REBOREDO Y SAÑUDO

por  allí,  escaparse  un
«notable» con la especie
de  quererlos  expulsar
del Parlamento.

Así que no hemos he-
cho más que empezar y
uno está deseando que
fueran acabando. Vamos
que si una capacidad de la especie humana
fuera la de hibernación, en tal fase entraba
sin dudar y hasta el mismísimo 14 de mar-
zo. Porque esto, como digo, a lo que suena
cada vez más es a la apuesta de... ¡y el reloj!
Y si eso es lo que voy a oír como compen-
dio de un programa político, prefiero jugar
al mus con mi amigo. Y ganárselo, claro.

AAnnttoonniioo  PPÉÉRREEZZ HHEENNAARREESS

H ay confusión

sobre la natu-
raleza  de  la
crisis  provocada  por
España y Polonia en
el  seno  de  la  UE.
Aunque el problema
deriva de la división
producida en ella por
una cuestión coyuntu-
ral  (guerra  de  Iraq),
sin embargo, adquirió carácter estructural
cuando la desconfianza hacia el protagonis-
mo de la hegemonía franco-alemana se ex-
tendió desde la política exterior al modo de-
mocrático de tomar decisiones (número de
votos por Estado). Sobre España y Polonia,
vinculadas a la administración Bush,  cae la
responsabilidad de haber impedido la apro-
bación del Tratado Constitucional, cuando
hasta el Reino Unido se disponía a firmarlo. 
No hay motivos de orgullo con el renom-
bre adquirido por España en su innecesario
belicismo contra Iraq. Apoyada o desapro-
bada por el resto del mundo, la invasión mi-
litar del régimen dictatorial de Sadam esta-
ba decidida de antemano. ¿La apoyó Aznar
por motivos de conciencia de un partido, el
suyo, fundado por los prohombres de la dic-
tadura española?  Imposible. ¿Lo hizo por
error de un vago cálculo de intereses que la
posguerra no ha  materializado? Improbable.
¿Por sueños de grandeza mundial inmedia-
ta? Posiblemente. ¿Para advertir a Francia
de que España, como el Reino Unido, podía
tener  una  política  internacional  indepen-
diente de la suya? Seguramente. ¿Por defec-
to de conciencia europea? Se comprobó en
su posterior rechazo del Tratado Constitu-
cional. 

Sin embargo, la cuestión no está definiti-
vamente contestada puesto que la concien-
cia de la unidad europea se presta a distintas
concepciones. La más estricta, que yo com-
parto, es la de Julien Benda. «Nunca ha exis-
tido una conciencia de Europa por encima
de la diversidad de sus partes». En conse-
cuencia, España tiene la misma libertad que
Francia y Reino Unido para prefigurarla con
sus acciones particulares. Lo que Aznar ha
podido traicionar, por tanto, no es la inexis-
tente conciencia de Europa, sino el «tipo ac-
tual» de conciencia común que tienen los
pueblos integrados en la UE. ¿Es un tipo de
conciencia política, administrativa o econó-
mica? 

Merleau-Ponty reprochó a Julien Benda
que concibiera una Europa «en representa-
ción» (como EE UU o la URSS), sin consi-
derar otro tipo completamente distinto, «un
tipo de Europa en acto». Tal abstracción se
impuso a la realidad histórica porque daba
altos vuelos al espíritu europeo del Merca-
do  Común.  Mi  admiración  por  Merleau-
Ponty no me impidió ver la vaciedad de su
fórmula tan pronto como advertí que, con
ella, sustituía la idea o representación de Eu-
ropa «por cierto modo de relación entre el
hombre y la naturaleza o entre el hombre y
los otros hombres».    

Merleau-Ponty no era consciente de que
su Europa en acto, sin acción ni conciencia
europeas, legitimaba los postulados de la di-
visión impuesta por la guerra fría. Antes que
reconocer la inconciencia de la unidad de
Europa, prefería ver crisis en todas las di-
mensiones de la vida europea (crisis de la
distinción entre yo y el mundo, de la objeti-

da consciente», decía
el mejor Rubén. Los
personajes de los pa-
lacios de invierno de
mi amigo Gabriel Al-
biac  apenas  viven.
Sólo  tienen  donde
caerse muertos, mun-
do para caerse muer-
tos. Y su vida ya no
es  consciente,  si  lo
fue algún tiempo. Van desapareciéndose,
suicidándose, matándose, de forma tan es-
túpida, anodina e inane como un payaso
de hojalata.

En «Las flores de Tarbes» hablaba Jean
Paulhan de la mala conciencia de la litera-
tura moderna, su negativa a aceptarse só-
lo como literatura, es decir, como arte o
como juego, como actividad gratuita. Co-
mo una «cosa en sí» que no tiene que obe-
decer a nada. La experiencia feliz, si exis-
te, se dispersa y permanece sin caminos ni
señales. Y no ocurre nada que no ocurra al
revés en una vida privada de memoria y
reducida al estado salvaje de los ornito-
rrincos esquizoides. Recuerdos confusos
que cansan nuestra memoria. Romper la
luna a pedradas. Marcianos en un mundo
desierto.  Siempre  por  calles  de  sentido
único  y  a  contramano,  con  la  capucha
puesta y con la navaja despierta y codicio-
sa, buscando el miedo de los que mandan
por el miedo y haciendo lo posible porque
manden más que nunca. Como en el pla-
neta de los simios. «Moriré decentemente.
Y cuando yo lo decida. Pocos tienen ese
lujo. Y nadie, nadie, ha tenido el lujo que
tú  me  ofreces».  Matarse  juntos  limpia-
mente. Nadie va a turbar ya el silencio de
los cuerpos que duermen. El tiempo hace
mucho que se disolvió en lo eterno.

Gabriel es implacable con el sufrimien-
to de los suyos y lo comparte sin mucha
pena. Con el dolor cansado pero ya muy
vivido. «Nada te espante / todo se pasa /
Dios no se muda / sólo Dios basta». Pero
no hay otro dios que esa milagrosa flor
marina de imposible belleza y ano sedoso
que se abre como una caléndula. Albiac no
engaña a nadie. Los palacios de invierno
conquistaron a sus conquistadores y les ro-
baron la poca alma que tenían, la escasa
sangre que desbordaban y los ínfimos hue-
sos de su arrogancia. «Cuerpos que nacen
vencidos / vencidos y grises mueren / vi-
ven con la edad de un siglo / y son viejos
cuando vienen». Aquellos nacieron vence-
dores de  la nada, hermosos y provocado-
res, reyes de un universo vacío, nigroman-
tes de un cielo combado de promesas. Su
conversión en putas tontas lloronas que no
saben ni lograr el estipendio fue tan rápi-
da como un puñetazo. Cayeron por el aire
de la tragedia, antes de pelear con ella. No
supieron de amor, sino de vanidad. Grillos
cantándole a la luna y escarabajos plane-
ando sobre montículos de mierda apresu-
rada. Tampoco los palacios de verano. Ni
palacios equinocciales atravesando el pul-
món de la historia. Nada. En los palacios
de invierno de Albiac no hay hermanos del
mundo y de la nada. Ni habitantes perdi-
dos y lejanos ni parias del mar. Ni tan si-
quiera se oyen voces alzadas y colectivas
con la ira precisa para poder existir.

JJooaaqquuíínn  NNAAVVAARRRROO