2001-09-22.LA RAZON.IDEAS FUERZA FRENTE A IDEAS NUMERO.RUBIO ESTEBAN

Publicado: 2001-09-22 · Medio: LA RAZON

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IDEAS-FUERZA FRENTE A IDEAS-NÚMERO 
LA RAZON 22 SEPTIEMBRE 2001 
MARTÍN-MIGUEL RUBIO ESTEBAN 
La división moral de las ideas políticas (por el solo método utilizado en la toma del poder) que García Trevijano trazaba en su extraordinario artículo, Impotencia y terrorismo (10/09/01), entre ideas-fuerza e ideas-número me ha parecido desde la ciencia política una teoría absolutamente brillante y penetrante, a la que me atrevo a aportar este pequeño texto de mero commentator con algunos ecos aristotélicos y unas pocas líneas de auctor. En principio, deberíamos señalar que toda idea política que no consigue el poder tiene el mismo status ontológico que aquella otra idea política que ni siquiera aún existe («está en potencia para existir incluso lo que aún no existe» ¬Aristóteles¬). Siendo esto común a todas las ideas que aún no ostentan el poder político, las que sí lo ostentan son susceptibles de dividirse en dos grupos: idea-número; aquélla que toma el poder de acuerdo a los procedimientos democráticos clásicos; y, por otro lado, idea-fuerza, aquélla que genera tal conmoción o perturbación del ánimo en una parte significativa de la población que conquista el Estado «ilegítimamente», algo así como una Revolución, un Alzamiento, o un Golpe de Estado (en este último anida también, por primaria que sea, una idea-fuerza). Ahora bien, ¿qué ocurre cuando una idea-fuerza que ha conquistado el sistema llega posteriormente a tomar el camino de la idea-número siendo derrotada en las urnas? Irremisiblemente pasa a ser una mera sombra, una sola idea en potencia, como de las que habla Aristóteles en su Metafísica (1002b). Ahí tenemos el fascismo, el nacionalsocialismo, el integrismo cristiano o musulmán, el nacionalismo, el somozismo, o el comunismo, condenados a ser meros y tristes fantasmas impotentes. Y quienes ponen el sistema generado por la Revolución Americana como una excepción, se equivocan por completo, prácticamente desde el principio la idea-número generó una idea-fuerza, que al tomar el poder retornó a su esencia, esto es, a ser una idea-número.
   En todas las Revoluciones de idea-número (muy pocas) el escrutinio ha llevado el control de la idea-fuerza. Y en todas las Revoluciones de idea-fuerza, el sistema político sólo se ha sostenido mientras ha durado la fuerza. Ahora bien, analicemos un momento la especie de la idea-número, pues ésta debería entrañar un sistema en que se accede al poder mediante principios contrarios. Contrariedad es cierta diferencia, y la diferencia es alteridad. La idea-número que lleva al poder en una Democracia debe guardar cierta contrariedad con sus competidoras, pues no es posible que las ideas contrarias se den simultáneamente en un mismo programa político. Y si es contraria a una opinión política la opinión de la contradicción, está claro que es imposible que un mismo partido admita simultáneamente que una misma cosa es y no es. Pues bien, cuando la idea-número implica contrariedad la llamamos Democracia, y cuando no la implica lo llamamos mayoritarismo. Para éste lo importante es estar en el poder aún a costa de traicionarse a sí mismo todos los días. Por eso, moralmente un mayoritarista es cien veces peor que un dictador coherente. Sólo se debe gobernar mientras tus ideas conmuevan a los ciudadanos (Democracia), y no cuando por puro interés bastardo sigas los pasos de la mudable opinión pública. 
   Aunque no estoy de acuerdo con Protágoras en que todas las opiniones políticas son verdaderas, pues todas ellas serían necesariamente verdaderas y falsas al mismo tiempo, sí lo estoy con Aristóteles cuando afirma que todas yerran igualmente, pues es evidente que unas yerran menos que otras, de suerte que se acercan más a la verdad, sin que ésta jamás sea ocupada del todo por ninguna opinión política. Porque la política entrañará siempre eso, opiniones más o menos acertadas, pero jamás ciencia. En algo tan pasional como es el poder, es imposible que alguna vez haya existido la ciencia de la política, aunque sí vademécums más o menos buenos, como el de Maquiavelo, o el de Saavedra Fajardo, o los escritos de nuestro pobre Macanaz. Aquel que crea que la política puede ser reducida a un objeto de ciencia, aún no ha sabido distinguir la ciencia de la técnica. Es más primitivo que Occam.