1996-07-08.EL MUNDO.HAMLET ANTE SU MADRE AGT
Publicado: 1996-07-08 · Medio: EL MUNDO
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HAMLET ANTE SU MADRE EL MUNDO. LUNES 8 DE JULIO DE 1996 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO En tiempos que fluyen confusión desde la cabeza a los corazones, el intento de esclarecer el escenario coloca al escritor en la tesitura de Hamlet ante su madre. Los hechos acusadores colman la escena y tapan los personajes. Nueve millones quieren al factor del crimen, como la viciosa madre al matador de legitimidades. Las instituciones conservan frescas las facciones, y calientes las huellas del delito. Los Magistrados prevarican con razones de Estado mancillador. El público conoce el alcance real de la horrible verdad. Pero finge insensatez. No mayor para decir la verdad que para ignorarla. Tan loco parece el que habla como el que calla. Porque tanta, o menos, locura exige la virtud para desafiar de palabra al crimen entronizado, como la prudencia para guardar silencio cuando el factor del delito es la razón de Gobierno. Mírese donde se mire, a vascones, catalanes, gallegos o mastriquenses; a la derecha, al centro o a la izquierda; al patrimonio nacional o al de los particulares; a los palacios del dinero o de la Prensa; a éste o a ese partido; a la sede patronal o a la sindical; allí estará el espectro del crimen dando rienda suelta a la acción sin oposición. «Por la gracia de Dios, madre, no vertáis sobre vuestra alma la unción halagadora de creer que no es vuestro delito, sino mi locura, lo que os habla... y no arrojéis estiércol a la cizaña para aumentar su lozanía. Perdonad este desahogo a mi virtud, porque, en la grosera sensualidad de nuestros tiempos, la virtud misma ha de pedir perdón al vicio, aun postrándose a sus pies e implorar su gracia para hacerle bien». Pero Hamlet es un hombre de acción. Sólo que de pensamiento inteligente. Y no, como repite el tópico, un hombre indeciso o dubitativo. Ningún personaje hay más resuelto en su propósito y acción de venganza. La única vez que la suspende, ante el rey orante, es por buscar otra ocasión más propicia para enviarlo de paso al infierno. Y cuando oye una voz tras el tapiz del gabinete de su madre, sospechando que es la del ilegítimo, la ensarta ipso facto, como a un ratón, en el cuerpo del entrometido encubridor. Tiene un plan. Y «motivos, voluntad, fuerza y medios para llevarlo a cabo». Y rechaza todo «escrúpulo de reflexionar en las consecuencias con excesiva minucia», porque «de cuatro partes, esta reflexión tiene una sola de prudencia y siempre tres de cobardía». ¿Cómo no pensar en esta tragedia ejemplar cuando la prudencia española, hecha toda ella de cobardía, se entretiene en minucias de dimes y diretes de subalternos, en líos de papeles, convolutos y careos, en ruidos de cataratas de escándalos, para no tocar al principal y su corte, cuando una sola acción de su partido o de los medios de comunicación, no necesitada de más pruebas de convicción que la de los resultados a la vista, bastaría para borrar del escenario público a este espectro del crimen? ¿No es acaso la prudencia la que demanda poner fin a la dignidad pública del nombre de un hombre, para que comience la del nombre de un pueblo? ¿Hasta donde llegará la cobardía de un partido que la sombra del crimen paraliza con una sola mirada de miedo? ¿Quiénes temen y por qué temen a lo que es algo más que un bruto pero algo menos que una sola persona? ¿Cómo puede imponer silencio en su casa, o poner a otro de patitas en la calle, quien la ha tronado con la impúdica fanfarria que ha puesto a sus acólitos de patitas en la cárcel? ¿No hay nada ni nadie en España que aún viva con voluntad para decir, con Hamlet, «esto está por hacer», pues hay motivo, fuerza y medios para hacerlo, dejando punzar los nueve millones de espinas que anidan en el pecho materno?