2004-02-09.LA RAZON.HABLANDO SE DESENTIENDE LA GENTE AGT
Publicado: 2004-02-09 · Medio: LA RAZON
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HABLANDO SE DESENTIENDE LA GENTE LA RAZÓN. LUNES 9 DE FEBRERO DE 2004 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Un dicho vulgar, «hablando se entiende la gente», invita al inútil o contraproducente diálogo entre malentendidos interesados o malquerencias ideológicas. Tal creencia se oponía a la cultura que se daba a entender por escrito. La razón de que Sócrates no escribiera y sus discípulos adoptaran el género literario del diálogo, la dice el propio Platón. «Todo hombre serio se guardará de tratar por escrito cuestiones serias y librar así sus pensamientos a la envidia y la ininteligencia». «El discurso escrito es un simulacro». La transmisión oral de los presupuestos mentales del consenso, característica de la cultura agrícola y académica, ha sido reforzada en el mundo tecnológico por la comunicación audio-visual a distancia. La imprenta y las obras de arte plástico impusieron la superioridad de lo gráfico sobre lo auditivo. El Renacimiento, el Humanismo y la Reforma fundaron la dignidad de la persona y la posibilidad de entendimiento entre los hombres sobre la autoridad de los textos y símbolos gráficos de la antigüedad. La hermenéutica sustituyó a la retórica. La investigación solitaria descifró el sentido de la Naturaleza. La inspiración personal, el del Arte. Los libros sagrados se abrieron a la libertad individual de las conciencias. Las leyes escritas derogaron las normas verbales de las costumbres locales. Los estados se asentaron en el prestigio de las constituciones. Todas las ciencias del hombre se hicieron documentarias. El dialogante «hombre económico» de Adam Smith y el ingenuo «animal racional» de la Ilustración han dado paso, con el reciente descubrimiento de la riqueza del lenguaje social de los animales, a la nueva idea de la humanidad como reino único del «animal simbólico» de Cassirer. Los modos de entenderse y desentenderse, hombres o civilizaciones, no están basados en los diálogos de la razón ni en la convergencia o divergencia de los intereses, sino en el encuentro y desencuentro de simbolizaciones comunes o adversas. No hay más lenguaje humano que el de los símbolos. Hablando se entienden los animales, incluido el animal racional en tanto que animal, pero no la gente simbólica, que es lo puramente humano. Así ha sido confirmado por la experiencia dialogante de la modernidad y la postmodernidad. En ninguna otra época, como la posterior a la catástrofe de la guerra mundial, ha sido más intenso ni más extenso el esfuerzo internacional e intercultural para que las gentes de distinta religión o ideología se entiendan hablando. Y nunca ha sido más evidente el fracaso de los diálogos entre católicos y protestantes o cristianos y marxistas, y del encuentro entre occidentales y orientales. Mi experiencia del franquismo y de la Monarquía me llevó al convencimiento de que «hablando de buena fe se desentiende la gente». El consenso español solo pudo asentarse en la mala fe intelectual (hipocresía) y en el beneficio material de un interés mutuo (cinismo). Si el Rey dice a un separatista que «hablando se entiende la gente», y el nacionalista se entrevista con ETA y coge la frase como consigna de su campaña electoral, podemos asegurar que, alejados ambos de toda posibilidad de buena fe monárquica o republicana, su encuentro habrá aumentado el desentendimiento. Para la Monarquía y la República sería mejor, por ser más decoroso, que nunca se hubieran hablado. Cuando digo que «hablando se desentiende la gente», pienso sobre todo en las personas que se encuentran separadas o enfrentadas por algún motivo que consideran trascendental o vital. Pero también en los baldíos intentos entre familiares y amigos de llegar a entenderse en temas ideológicos sobre los que difieren en absoluto. Un diálogo inteligente o desapasionado sobre la cuestión litigiosa es imposible. Sería preferible no intentarlo, pues el simulacro de conversación racional sólo puede servir para aumentar la incomprensión mutua y disminuir la aptitud para generar simpatía y afecto.