2001-09-20.LA RAZON.GUERRA AL TERRORISMO AGT

Publicado: 2001-09-20 · Medio: LA RAZON

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OPINIÓN

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LA RAZÓN
JUEVES, 20 - IX - 2001

OTRAS RAZONES

GUERRA AL TERRORISMO

UNA INMENSA DESTRUCCIÓN
E ntre la pléyade

tión religiosa. Inclu-
so en el Estado laico
turco, miembro de la
OTAN  (que  no  es
una nación árabe), la
masa abucheó el mi-
nuto de silencio por
las víctimas que, en
Estambul,  precedió
el  partido  de  fútbol
con el Barcelona. 

Desde  la  guerra  de  Octavio  contra
Marco Antonio, que decidió el apogeo de
Occidente, no se había vuelto a ver en la
historia el despliegue militar de un impe-
rio  para  capturar  un  solo  hombre.  Ben
Laden sentirá arder en sus entrañas mís-
ticas aquel terrible verso del poeta maldi-
to: «Me he armado contra la justicia. He
huido. Brujas, miseria, odio, a vosotros
he confiado mi tesoro» (Rimbaud). Los
que aceptan la justicia de las armas quie-
ren la destrucción de los pueblos. Guerras
civiles y fronterizas en la zona caliente no
serán justas ni santas. El terrorismo en-
cuentra en la guerra su sentido nacional.
Y la intervención militar de los Estados
Unidos se la puede servir en bandejas de
plomo. 

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO

de  sandeces
que  se  escu-
chan  para  respaldar
teórica o jurídicamen-
te la decisión nortea-
mericana de tomarse
cumplida  venganza
contra  los  enemigos
–personas,  grupos  y
países– que le seña-
len a USA sus servicios de inteligencia y sus
intereses de seguridad y poder, destaca una
primorosa: el derecho norteamericano a la
legítima defensa. Como si pudiese existir de-
fensa legítima cuando ya se ha consumado
la agresión ilegítima perpetrada por enemi-
gos que siguen siendo invisibles. Cuando ya
no se puede impedir ni repeler esa agresión.
Cuando la inmediatez, la adecuación y la
proporcionalidad de la defensa se han hecho
imposibles. Pues nada. Se habla de legítima
defensa y punto. Y hablan de ella personas
que, encima, pasan por ser juristas. Es posi-
ble que digan tal memez para distanciarse de
la condena de Egidio de Roma: «Todos los
juristas son idiotas políticamente porque ha-
blan de política por hablar y sin razón». Me-
jor que los juristas hablen sin el Derecho y
contra el Derecho. No existe legítima defen-
sa. Tampoco, estado de necesidad. Por su-

CERCANÍA

A unque tanto despliegue de bande-

ritas y tanto cántico de «Dios ben-
diga a América» –cualquier Dios
propiedad privada da escalofríos–  empie-
za a hartar un poco, nunca en la historia
se ha sentido España tan emocionalmente
cerca de Estados Unidos. Incluso una bue-
na parte de la izquierda se ha conmovido
sinceramente  a  pesar  de  alguna  cabeza
con telarañas haya confundido la vieja lu-
cha por la justicia de la humanidad con
este «fascismo» religioso y medieval, de
hierro y tiniebla, presto a colgar de una
soga a todo aquel que pronuncie siquiera
las palabras libertad, igualdad y fraterni-
dad.

La mayoría de los españoles nos hemos
sentido muy cercanos al pueblo que sufre

gemela» 

la  tragedia.  Nosotros
también  tenemos  una
«torre 
de
muertos  a  la  espalda,
pero  es  que,  además,
muchos gritos de soco-
rro de los neoyorquinos
han sido pronunciados
en  nuestra  propia  len-
gua y esos los hemos sentido, aún más, en
las  entrañas. ¿Se sentirán ahora los ame-
ricanos  solidarios  con  nosotros?  ¿Nos
ayudará de una vez por todas el mundo
contra Eta? ¿O pretenderán que el único
terrorismo es el islámico porque es el que
les afecta a ellos?

AAnnttoonniioo  PPÉÉRREEZZ  HHEENNAARREESS

REBOREDO Y SAÑUDO

S egún  la  esti-

mación de Es-
tados  Unidos
hay  organizaciones
terroristas en sesen-
ta naciones del mun-
do. Casi la mitad de
los  Estados  de  la
ONU. Los más vie-
jos Estados de Euro-
pa figuran en esa lis-
ta  negra  junto  a  naciones  sin  Estado,
como Palestina. La extensión de la mo-
derna versión de acción directa y terrorí-
fica no es fenómeno correlativo al de la
expansión de las libertades públicas, tras
la caída del telón de acero, como desean
creer los nostálgicos del orden a toda cos-
ta. La mayoría de los movimientos terro-
ristas nacieron bajo sistemas dictatoriales,
y la noción de orden público en las de-
mocracias  liberales,  salvo  en  el habeas
corpusy la proporcionalidad punitiva, que
empiezan a tambalearse con los delitos de
terror, no difiere del orden público de los
Estados militares o de un solo partido. 

La declaración de guerra al terrorismo
hay que entenderla en este contexto, no
como actos bélicos contra las naciones
que lo padecen y lo combaten, sino como
lucha  armada  internacional  contra  las
agencias de terror que operan fuera de las
fronteras del país de origen, y castigo mi-
litar a las regiones donde se albergan. La
palabra guerra está usada en sentido me-
tafórico, al modo como se habla de gue-
rra al narcotráfico, para indicar un cam-
bio drástico en determinación y voluntad
política de vencer al terror, tanto dentro
como fuera de Estados Unidos, aunque
sin entrar en el análisis y disolución de las
causas que lo convierten en terrorismo.
Por eso, el gobierno federal ha distingui-
do entre su tarea inmediata, la persecu-
ción y punición de los responsables del
11 de septiembre allí donde se encuen-
tren, y la empresa de larga duración, el
combate contra lo que, sin ese análisis, no
pueden ser más que efectos del terroris-
mo. La manera de tratar la cuestión in-
mediata puede aligerar o agravar el pro-
blema de fondo, disminuir o acentuar las
causas políticas y raciales o religiosas del
terrorismo internacional. 

De  momento  parece  que  los  Estados
Unidos son reacios a actuar militarmente
contra Afganistán, sin la cobertura de un
frente musulmán antiterrorista que inte-
gre a sus aliados tradicionales (Egipto,
Arabia Saudí, Emiratos) junto con la ate-
rrada Autoridad Palestina. El problema es
doble. Israel no tolera tan hipócrita falsi-
ficación de la causa antiterrorista y que-
daría al margen de la acción militar. La
clase dirigente de esas naciones musul-
manas teme la reacción del integrismo la-
tente y la reactivación furiosa del terror
dentro de sus fronteras. 

Los ejemplos de Pakistán, con masas en
la calle contra su gobierno por ser mensa-
jero del ultimátum de Estados Unidos a
Afganistán, y de las manifestaciones de jú-
bilo en Palestina por el atentado, se toman
como presagio de lo que sucederá en las
naciones árabes que se involucren en ata-
ques bélicos a un régimen musulmán. La
guerra del Golfo no sirve de precedente
porque en ella no estuvo en juego la cues-

puesto, no hay funda-
mento alguno para ha-
blar de estado de gue-
rra,  a  no  ser  que
entendamos que USA
y los demás países de
la llamada «coalición
antiterrorista» están en
guerra formal o mate-
rial con todos los te-
rroristas  que  existen
dentro o fuera de las fronteras de cada Esta-
do. El simple hecho de que se hable de gue-
rra contra el terrorismo es un enorme regalo
para todo grupo terrorista que se precie. As-
piran –todos ellos– a ser considerados y tra-
tados como realidades militares, es decir, co-
mo auténticos ejércitos que han declarado la
guerra  a  uno  o  varios  Estados.  Ellos  son
–como éstos– máquinas de poder y violen-
cia y combaten como soldados de una cau-
sa. Reconocerles el «status» de combatien-
tes de un ejército enemigo es situarlos en el
mismo nivel de los Estados. Y prescindir en
la lucha de las leyes previstas para tiempos
de paz es –para todo terrorista que se precie–
la confirmación de ese reconocimiento. A la
guerra, como en la guerra. Los ordenamien-
tos jurídicos ordinarios nada tienen que ver
con ella. Que los Estados prescindan del De-
recho para aplicar las «leyes de la guerra» al
combate contra el terrorismo constituye un
enorme éxito para éste y un tremendo fraca-
so de los Estados. Aceptan, en definitiva, que
actúan al mismo nivel que simples asocia-
ciones de malhechores. Ya lo dijo Agustín de
Hipona: Cuando una sociedad política pres-
cinde de la justicia se convierte en una so-
ciedad de ladrones y granujas.

Dicen que es una «nueva guerra». Pero la
guerra es siempre vieja. Como el mundo.
Añaden que será una «guerra sucia». Todas
lo son. Antologías de la abyección, el odio,
la brutalidad y el asesinato en masa. Cuando
la comunidad internacional tiene la ocasión
de embridar y conciliar sus diferencias hacia
la procura de esa paz perpetua que soñaba
Kant; cuando toda persona y todo país con
un mínimo de racionalidad y sensibilidad sa-
be que sólo se lucha contra el terrorismo des-
truyendo sus causas, que son sus raíces; que
de nada sirve eliminar un grupo terrorista si
se mantienen las circunstancias que lo hicie-
ron nacer y actuar; y que una avance signifi-
cativo de la justicia en el mundo –contra el
hambre, la miseria, la ignorancia, la margi-
nación, el miedo, la desigualdad y la iniqui-
dad– es la mejor y más limpia guerra frente
al terrorismo; ponerse a su nivel es otorgar-
le una legitimidad y una coherencia insospe-
chables. Y condena a ferocidades e injusti-
cias aún mayores que las que se intentan
reprimir y vengar. Hace veinticinco siglos
que Heráclito dijo algo terrible: «Guerra de
todos es padre, de todos rey. A los unos los
señaló dioses, a los otros hombres. A unos
los hizo esclavos, a los otros libres». ¿Hará
suyo este trágico fatalismo la coalición anti-
terrorista de la que tanto se habla, fabula y
canta? Como dice el poeta iraquí Salah Ni-
yazi: «¡Una sola gota de sangre vertida / bas-
ta para desencadenar un cataclismo / para ge-
inmensa  destrucción!».  El
nerar  una 
cataclismo y la destrucción pueden crear un
gigantesco océano de miseria y muerte. Te-
rrorismo contra terrorismo

JJooaaqquuíínn  NNAAVVAARRRROO