1996-07-22.EL MUNDO.FELIPE COLUMNA DE LA SOCIEDAD AGT
Publicado: 1996-07-22 · Medio: EL MUNDO
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FELIPE COLUMNA DE LA SOCIEDAD EL MUNDO. LUNES 22 DE JULIO DE 1996 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO En las innumerables Memorias de personajes políticos no se encontrará una sola pista sobre los motivos que impulsan al gobernante deshonesto a no reconocer jamás sus fechorías, aún cuando las circunstancias le favorezcan más si confiesa la verdad que si se mantiene en del rasgo de tozudez infantil que anida en un carácter capaz de negar la verdad, contra las evidencias que la revelan, y de seguir sosteniendo la mentira a sabiendas de que no será creída, algún rudimentario argumento o algún primitivo resorte deben de estar cargando de energía a la voluntad de permanecer guarecido en la mentira hasta hecho de que este fenómeno universal afecte lo mismo a personas de culturas muy diferentes, induce a pensar que la resistencia a confesar la verdad deshonesta debe de tener una base mucho más consciente de lo que supone el psicoanálisis de la personalidad autoritaria. Sin que podamos confirmarlo con testimonios de amigos o de amores que hayan recibido la inaudita confidencia del hombre importante, pero deshonesto, porque no los tiene y porque la verdad no se la dice ni a su sombra. La imposibilidad de resolver el enigma mediante la introspección de las pasiones que no han vivido ese trance, reduce las fuentes de información a la intuición de los grandes escritores. Todo el mundo con cierta experiencia de la vida política sabe que es casi patológica la seguridad que los políticos profesionales tienen de volver al poder cuando lo han perdido. Se podría pensar que esta esperanza es lo que les anima a seguir manteniendo no es explicación satisfactoria. No tanto porque ese mecanismo de autoafirmación opera también en los políticos honestos, como sobre todo porque esa esperanza se basa en un juicio despectivo del otro como sujeto capaz de opinión, y en una estimación sin igual de la capacidad del talento propio para vencer siempre a sus insignificantes rivales. Por eso se deben buscar, en ese juicio íntimo, las trazas de alguna justificación sincera de la necesidad que, en su fantasía, la sociedad tiene de contar con sus servicios altruistas. Tal vez sea en un viejo resto de idealismo y de ingenuidad donde se afinque la necesidad anímica de mantenerse fiel a sí mismo, y a su narcisa imagen, con una terquedad en la mentira equivalente al suicidio. En «Las columnas de la sociedad», Ibsen hace dialogar a una buena amiga con el hombre más poderoso, malvado e hipócrita de la ciudad: -¿Has vivido de la mentira durante estos quince años por el bien de la sociedad? ¿No hay algo en tu fuero interno que te exija salir de la mentira? -¡Cómo! ¿Que mi posición en la sociedad la sacrifique voluntariamente? -¿Qué derecho tienes a estar donde estás? -Durante quince años he ido comprando algo de ese derecho con mi conducta, con lo que he trabajado. -Sí, has trabajado mucho, pero toda esa magnificencia y tú inclusive os encontráis en terreno movedizo. Puede pronunciarse una palabra y... -¡Quieres vengarte! Me lo temía. Sólo hay uno que puede hablar y ese no hablará. Si alguien intenta acusarme, negaré todo. Si intentan aniquilarme, lucharé como si me fuera en ello que podía derrumbarme se calla. -Examina tu conciencia y dime si no te reprocha algo. -Cualquiera que examine la suya encontrará siempre un punto negro que ocultar. -¿Y sois vosotros los que os llamáis columnas de la sociedad? -La sociedad no cuenta con otras mejores. Esta respuesta, realista y sincera, es el último argumento de todos los que emplean sus energías en impedir que puedan surgir otros dirigentes honestos y mejores.