1995-02-06.EL MUNDO.ESTADO DE LA NACIÓN AGT

Publicado: 1995-02-06 · Medio: EL MUNDO

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ESTADO DE LA NACIÓN
EL MUNDO. LUNES 6 DE FEBRERO DE 1995
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
DISOLVIMOS, más que liquidamos, el estado franquista de la Nación. Integramos, más que eliminamos, sus instituciones para mantener la unidad de poder. Renovamos, más que cambiamos, su costumbre primordial de manipular la opinión y la elección. Revestimos, más que mudamos, su monopolio editorial de la verdad. Hicimos, con libertades, lo que antes hacíamos a la fuerza. La docilidad de lo domesticado, el egoísmo de las ambiciones y el plagio de lo caducado refundaron, con un pacto de miedo y de reparto, la nueva unanimidad. Con una moderación que no procedía de la inteligencia de la situación, sino de la falta de coraje, la prohibición fue sustituida por la renuncia y la voluntad de los ciudadanos por la de los partidos. El criterio de uno, por la coincidencia de todos. El temor a la pluralidad, por el consenso. El castigo de la sedición, por el ostracismo del disentimiento. Con tolerancia sin respeto y acomodación sin carácter, suprimimos los centros individuales de resistencia al poder, sin suplirlos con fuerzas colectivas para esa finalidad. Existe alternancia administrativa, pero no alternativa política, en el estado de una Nación que se deprava, sin reaccionar, ante la corrupción y el crimen de sus gobernantes. 
Frente a la fuerza de unos pocos partidarios, convertidos a causa de su corrupción en gobernantes conservadores, no puede alzarse la debilidad de todos. El prestigio del poder, desprovisto de autoridad, se ha desvanecido. El de las instituciones se mantiene a ras de suelo con la burda propaganda de los editores del poder. El pueblo desprecia a la autoridad. Pero la vota para hacerse la ilusión de que no la teme. Los adultos renegaron de su pasado. Nadie confía en el porvenir. La juventud perdió las creencias de sus padres, sin dejar sus miedos y prejuicios. Heredó sus ignorancias y repudió sus entusiasmos. Salvo en raras iniciativas civiles, el egoísmo imbécil desplaza, como la mala moneda a la buena, al egoísmo inteligente. La falta de oportunidades llega al extremo de privar a las nuevas promociones de la oportunidad misma de corromperse. La izquierda disimula, con demagogia y utopías de programa, su traición a la democracia política. El paro, la delincuencia, el terrorismo y la subvención se unen a la incompetencia educativa para cegar las fuentes de la energía civil que necesitaría la transformación de la sociedad política. Los nacionalismos destruyen la Nación. La política financiera y presupuestaria, a remolque de decisiones foráneas, imposibilitan toda estrategia industrial. Y la alternancia deja intacta la política económica derivada de la rendición de Maastricht. 
Un puñado de valerosos periodistas y jueces están alterando la tranquilidad de los poderosos, y ponen en entredicho al régimen de esta Monarquía, sin que exista en la acción una alternativa política a las luchas personales por el poder en el Estado. La facilidad con que se propagan tantas conjuras o conspiraciones delata la falta de libertad política de los ciudadanos. Las peticiones para que el Rey promueva la renovación del pacto oligárquico entre las fuerzas políticas; las mediaciones secretas del ex presidente Suárez, que nunca confesó quién le obligó a dimitir; la procesión de rogativas de los agentes sociales por el vía crucis de los despachos políticos; la confesión de Pujol de que no adelantará las elecciones si no ocurre nada anormal fuera de Cataluña, el enfrentamiento del Gobierno con el poder Judicial, todo indica que la situación es más grave de lo que se dice y que no se confía en la alternancia administrativa del PP. Cuyo deseo de poder se renueva, como en las pasiones de la vejez, con su propia impotencia. Pero lo que está destruyendo todo vestigio de autoridad política no es la Prensa ni la Judicatura independientes, sino el enroque felipista en la idea suicida de que la ley y la justicia, de ser aplicadas sin miramientos, acabarán con las instituciones, sin excluir a ninguna de ellas.