2001-12-27.LA RAZON.ENVIDIA DEL ESTADO AGT

Publicado: 2001-12-27 · Medio: LA RAZON

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OTRAS RAZONES
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LA RAZÓN
LA RAZÓN
JUEVES, 27 - XII - 2001
JUEVES, 27 - XII - 2001

ENVIDIA DEL ESTADO

EL PENDÓN DE CASTILLA

OTRAS RAZONES

cultural o política.

La  doctrina  más
común  justifica  los
nacionalismos en la
necesidad de procu-
rar  una 
identidad
política a la diferen-
cia  cultural  de  una
comunidad lingüísti-
ca. Esta creencia ca-
rece de todo sentido,
a no ser que esa procura vaya unida a la
búsqueda del poder por un grupo organi-
zado, mediante la secesión de esa comu-
nidad no estatal, a fin de constituir una
unidad política independiente, igual a la
del Estado de quien se desea separar. La
contradicción es insalvable. Busca una
identidad política a la diferencia cultural
y la encuentra en la igualdad mimética
con lo diferente. Esta contradicción re-
vela que el ansia de identidad no prece-
de ni es causa, sino que sigue como con-
secuencia al ánimo de voluntad nacio-
nalista. El sentimiento natural de la pa-
tria no produce voluntad de poder. Es la
ambición de dominio la que se apodera
de aquel sentimiento tranquilo y lo con-
vierte en emoción rencorosa y ardiente
de envidia del Estado.

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA  TTRREEVVIIJJAANNOO

A yer,  día  de

San Esteban,
se  volvió  a
conmemorar  en  Al-
mería  la  fiesta  del
pendón. En la porti-
cada y vieja plaza del
Ayuntamiento, nom-
brada Plaza Vieja, el
alcalde  de  la  ciudad
alza y pendula el pen-
dón morado de Castilla y grita con voz de
ceniza:  «¡Almería  por  los  Reyes  Católi-
cos!». Las oscilaciones del pendón desde la
balconada concejil ponen un aire grave en
la luz pelúcida del mediodía almeriense. Es
muy escaso el público que asiste a una con-
memoración inane y pálida de la «conquis-
ta» de Almería por Fernando e Isabel. No
es fiesta históricamente neutral y humanis-
ta. Es el recuerdo institucional de la derrota
de los árabes españoles ante los ejércitos
feudales de Castilla y Aragón. Del alma de
nardo del árabe andaluz frente al hirsuto
carpetovetónico  ebrio  de  conquista  y  de
sangre. De la connivencia entre culturas y
religiones ante el encarnizamiento dogmá-
tico  y  hermético.  Casi  nadie  entiende  la
fiesta del pendón. Entre sus escasos parti-
darios abundan los pendones más arbolados
de la ciudad. Alzar o levantar pendón era
colocar gente de guerra o hacerse cabeza de

EL NEOFELIPISMO

H ubo esperanzas. No quedan apenas.

Los síntomas de rendición son claros.
Primero Marruecos, ahora Redondo.
El pajarito quiso volar solo y los cazadores de
Prisa lo bajaron al suelo a plomazos. Ahora ya
esta en la jaula de oro. El sacrificio de Redon-
do es la prueba de su sumisión y de su talante.
Afirma que el vasco tuvo su apoyo pero se
limitaba  a  mirar  para  otro  lado  mientras  lo
bombardeaban. Dice que tuvo su confianza pe-
ro en el despacho de al lado, en Ferraz, se reu-
nía el Estado Mayor de la conspiración. Dice
que estuvo siempre a su lado pero nada más di-
mitir colocó para pastorear al partido hacia el
Congreso a sus enemigos. Las Navidades es-
tán siendo empleadas en el estudio del disfraz
con el que se acudirá a pactar con Arzallus, en

la compra de alfombras bajo
las que barrer los escrúpulos
ideológicos, las lágrimas y la
sangre de sus gentes asesina-
das y ofendidas y en la ad-
quisición del báculo con el
que acudir a sostener la deri-
va de Ibarretexe. Con rumbo
a la independencia, por cierto.

Felipe fue el verdugo del viejo Nicolás al
que le cortó la cabeza con el hacha de la PSV.
El neofelipismo es ahora, escondiendo aldea-
namente la mano, el que pretende acabar con
la coherencia, la honradez y las señas de iden-
tidad socialistas del joven Redondo.

AAnnttoonniioo  PPÉÉRREEZZ  HHEENNAARREESS

REBOREDO Y SAÑUDO

E l sentimiento

nacionalista
no  sería  in-
justo ni peligroso si
pudiera ser controla-
do  por  el  pudor  en
sus manifestaciones
de amor a la nación,
y permitiera ser ane-
gado por otros amo-
res más universales
o  más  espirituales.  Las  aguas  no  son
cristalinas si se remueven los fondos del
lecho por donde discurren. Salvo en si-
tuaciones transitorias de peligro común
que  lo  justifiquen,  el  nacionalismo  no
deja de ser una agitación obscena de sen-
timientos instintivos en el impúdico co-
mercio público del amor patrio. Lo ad-
misible en la guerra no es sano ni digno
en tiempos de paz. Franco prolongó su
dictadura extrayendo de la victoria mili-
tar un sentimiento nacional que se hizo
amigo  incluyente  del  orden  público  y
enemigo excluyente de libertades, verda-
des y justicia, como de conciencias de
clase social o nacionalidad cultural.

Un pueblo de sentimientos educados
en  la  libertad  de  sentir,  una  sociedad
abierta a las emociones universales de la
humanidad, no se habría dejado llevar a
tal prostitución forzosa del afecto espon-
táneo a la propia nación. Las nacionali-
dades culturales que se han desarrollado
después  en  forma  nacionalista,  como
reacción de la libertad ansiada a la liber-
tad otorgada, descubren el ancho campo
que los pueblos sin educación sentimen-
tal dejan siempre a la indigencia espiri-
tual. Y han florecido en el yermo ideoló-
gico  de  la  Transición.  La  democracia
ofrecía horizontes que el pacto con los
nacionalistas no dejaba ver.

Si la emoción nacionalista fuera sin-
cera, si no cubriera con su manto patrió-
tico la nuda ambición de poder personal,
no podría pasar con tanta facilidad del
corazón a la boca. Con la libertad y el
poder de gobernar en su feudo, los na-
cionalismos  no  cambian  de  naturaleza
íntima ni de tendencia al monopolio de
la patria, sino de expresión y actuación.
La exclusión de otros sentimientos polí-
ticos que el nacionalismo central hacía
por vías de coacción oficial, el periféri-
co lo hace ahora por la vía más insidio-
sa de emplear los fondos públicos para
«hacer  patria»,  para  «construir  la  na-
ción». Rechaza los modales fascista pa-
ra poder abrazar con entusiasmo su mo-
do empresarial de idear la nación como
proyecto.

La cultura, la educación, los medios
de información, las carreras y los hono-
res se planean como empresas naciona-
listas y patrióticas. Las oportunidades de
negocio y las concesiones administrati-
vas se vinculan a los constructores na-
cionalistas del país. Dos décadas de po-
der autonómico han bastado para que un
sentimiento  de  insatisfacción  cultural
edifique un mundo político nacionalista
tan cerrado como insatisfecho. Donde no
hay ya más refugio para la sinceridad del
sentimiento nacional que no sea en el se-
paratismo. Y aún en esta misma sinceri-
dad radical se percibe que el sentimien-
to no traduce una necesidad de identidad

bando. Pendonear es
propio de personas de
vida  airada,  faccio-
sos, truchimanes, rui-
nes y revoltosos que
aspiran a convertirse
en  satrapalones  a
pendón  herido.  Son
también pendones los
vástagos  que  salen
del tronco principal y
los brotes vigorosos que echan los árboles
desmochados. Nada que ver con el aire al-
mado de la Plaza Vieja ni con los fantasmas
moriscos que se enredan en conversaciones
nocherniegas al pie de la Alcazaba. 

Desde  el  mismo  balcón  municipal  del
pendoneo se han dicho cosas conmovedo-
ras. Un viejo alcalde que nunca pendoneó
por San Esteban se dirigió a sus conciuda-
danos para lamentar con voz lúgubre la ex-
tremada sequía de aquel año. Resumió su
discurso de forma magistral: «Almería es
una tierra antediluviana». Anterior al dilu-
vio universal. Tras él, los cielos se cansaron
y la sequía convirtió los árboles en muño-
nes y la tierra en un aullido uniforme y tro-
ceado. Otro alcalde decidió replicar al pen-
dón de Castilla con un discurso enardecido
y panfletario en el que se declaró «enemi-
go personal de los Reyes Católicos». Algu-
nos de sus conmilitones candaron la boca y
pusieron jeta de acelga. Pero ciertos enemi-
gos meretricios no desperdiciaron la oca-
sión de zaherirlo y tundirlo ante la historia.
Le enviaron como presente navideño una
albarda. No rebuznaron en balde ni el uno
ni el otro alcalde. Ni el antediluviano ni el
regicida. A partir de ellos, el pendoneo del
pendón morado de Castilla ha perdido hi-
dalguía, como si Santiago Matamoros lo
hubiese  abandonado  a  su  suerte  y  a  su
muerte. Pero ambos alcaldes cedieron par-
te importante de su populismo a cierto go-
bernador de Almería –pretor zarzuelero y
chácaro– que glosó el bombardeo nuclear
de Palomares por aviones yanquis con una
reflexión digna de Gorgias: «Decían que los
almerienses eran poco activos y ahora re-
sulta que son radiactivos». Claro que en la
propia  Plaza  Vieja  ocurrió  un  aconteci-
miento juglaresco. Dos almerienses asaz
notables –Jesús de Perceval y Sixto Espi-
nosa– acumularon heces y defecaciones pa-
ra embadurnar con ellas el rostro de un re-
nombrado poeta que había denunciado a
Sixto, por rojo, en la Venezuela de Pérez Ji-
ménez, aquel guacarnaco felón al que una
«pandilla de coños de madre le quisieron
joder la democracia venezolana». Don Mar-
cos era como el Supremo, pero con hono-
res antepóstumos de chuzas enristradas por
verdugos capones. En el centro de la Plaza
Vieja, frente a la balconada concejil, un her-
moso cucurucho de mármol macaelense en
honor de los liberales almerienses que fue-
ron asesinados por orden del rey felón al
que llamaron deseado. No es mejor el fron-
tón de mármol del templo de los Alcmeóni-
das en Delfos. Ayer volvería a oírse en la
Plaza Vieja,  en  medio  del  pendoneo  del
pendón morado de Castilla, el grito acos-
tumbrado  de  los  conjurados  de  siempre:
«¡Viva la República!». Al fin y a la postre,
el color morado hermana relativamente am-
bos recuerdos históricos y políticos.

JJooaaqquuíínn  NNAAVVAARRRROO