2000-10-14.LA RAZON.EL TRIUNFO DE PANDORA MARTIN MIGUEL RUBIO
Publicado: 2000-10-14 · Medio: LA RAZON
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EL TRIUNFO DE PANDORA LA RAZÓN. SÁBADO 14 DE OCTUBRE DE 2000 MARTÍN MIGUEL RUBIO ESTEBAN Antonio García Trevijano escribía en esta misma sección el 18 de septiembre un artículo que me conmovió por su belleza, Lo prudente. Entre otras cosas venía a decir que una zafia y chata prudencia presidió nuestra Transición, y consumó la traición a la libertad con dogmatismo servil. Y también señalaba: «Si la prudencia fuera la virtud moral que regula todas las demás, como proclama la cultura católica, la justicia se haría siempre injusticia, la fortaleza debilidad y la templanza cobardía». Pues bien, esta penetrante reflexión de García Trevijano, quien enaltece continuamente estas páginas, me despertó, como un destello o campanada luminosa, el recuerdo del mito «político» de Prometeo y Epimeteo. Prometeo, que significa «pensamiento a priori», que prevé los acontecimientos, promêthês, es el benefactor incondicional de los hombres, y quien combate contra la inicua tiranía de Zeus. A diferencia del muy antipático Elías, recomienda a los hombres dar a los dioses inmortales las porciones menos apetitosas de la carne de los sacrificios, y reservar, por el contrario, lo mejor y más nutritivo a los mortales. Zeus se vengó de este justo proceder arrebatando a los hombres el fuego, y condenándolos, por ende, a comer la carne cruda y a pasar horrible frío en las noches del invierno. Pero Prometeo, movido por una inquebrantable y «religiosa» filantropía, les devolvió el fuego a pesar del espantoso castigo que él sabía que Zeus le impondría. Sin embargo, el Cronida le teme porque Prometeo conoce los sucesos que vendrán. Junto al fuego, impartió a los hombres las artes de curar, las matemáticas, la navegación, la minería, y les enseñó el trabajo de los metales. Por el contrario, su hermano, Epimeto, «el pensamiento a posteriori», simboliza al hombre prudente/epimêthês que no necesita la libertad, pues llega a la más absoluta satisfacción con las operaciones de comer, dormir y fornicar. Su programa político lleva al hombre hasta «el mono feliz», adonde él mismo evolucionó convirtiéndose definitivamente en un macaco prudente. Con la rosada carne de Pandora, castigador artificio de los dioses, Epimeteo queda esclavizado para siempre, y aprende a soportar resignado los yugos tiránicos de la muerte, la vejez, las enfermedades, el trabajo, el poder y el estado indigno de su naturaleza. Pues bien, todo aquél que renuncie prudentemente a su liberación, a la libertad política y a tener en sus manos su propio destino, a cambio de que queden cubiertos sus instintos infrahumanos, está siguiendo el porcino camino político de Epimeteo, con todos sus «tronos, altares, cárceles y prisiones/ donde los hombres en desgracia sostienen/ cetros, tiaras, espadas, cadenas y tomos/ de errores razonados, coloreados por la ignorancia» (Shelley). Mientras que aquéllos que deseen que el hombre viva «sin cetro, libre, sin límites,/ sin clase ni nación, sin tribu,/ liberado del terror, la adoración, los grados,/ del rey de su propia persona», están apostando por el camino más abrupto, más espinoso y estrecho, pero también más humano, de Prometeo. En efecto, la ruta que siguió al final la transición política española fue la de Epimeteo, siervo de la tiranía de Zeus; reformista, oportunista, «pacífica», con un pesebre fijo en la mesa del rey (que diría Hamlet), pero grávida de consecuencias desastrosas (oligarquía política, inexistencia de la división clásica de los poderes del Estado, falta de representatividad política, guirigay autonómico, ausencia de libertad política genuina -aquella que no está tutorizada ni por dioses ni por reyes ni por partidos estatales-). Por el contrario, el camino de la Junta Democrática, liderada por García Trevijano, llevaba a la libertad política, y por ello, irremediablemente a la ruptura. Hubiese supuesto recorrer un camino prometeico, más humano y generoso, y probablemente no hubiese entrañado más riesgos generales. Mientras tanto, ay, mientras tanto, «Nacer fue mi delito,/ nacer a la conciencia,/ sentir el mar en mí de lo infinito/ y amar a los humanos.../ ¡pensar es mi castigo!/ Dale, dale firme, cruel amigo./ Gota a gota mi sangre va mellando/ estos férreos lazos/ que Hércules y la Fuerza remacharon;/ gota a gota los roe con la herrumbre/ y ha de quebrar al fin su pesadumbre» (Unamuno).