2006-12-11.IDEAL.EL TINGLADO DE LA CULTURA JOSÉ G. LADRÓN DE GUEVARA

Publicado: 2006-12-11 · Medio: IDEAL

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EL TINGLADO DE LA CULTURA
IDEAL, 11 DICIEMBRE 2006
JOSÉ G. LADRÓN DE GUEVARA
No hace mucho tiempo, tres o cuatro semanas, yo les decía, aquí en IDEAL, a mis probablemente pocos pero seguramente selectos lectores, (y lectoras, vayamos a puñetas), que tenía entonces entre manos, leyéndolo, un libro del poeta, narrador y ensayista Manuel García Viñó, cuya actividad como crítico literario, a través de la terrorífica (para los escritores 'instalados') publicación 'La Fiera Literaria', constituye una insufrible pesadilla, en la misma medida que destapa y airea los entresijos del actual tinglado literario español, tan adulterado, por no decir putrefacto, como puedan estarlo, en otros aspectos de la cultura establecida, las artes plásticas, la música, o la docencia en general. No digamos si se le echa un vistazo a la corrupción urbanística de ciertos, demasiados municipios. O al tejemaneje del transfuguismo político, los enjuagues presupuestarios, los apaños familiares o entre amiguetes. Consecuencia, todo ello, y mucho más, de una generalizada perversión de valores, principalmente éticos, que lo mismo permite y potencia la aparición de una mediocridad, virulenta y contagiosa, personalizada por un poetilla medianejo, cuyo mayor mérito consiste en su desmedida ambición por trincar fama, dineros, honores, influencias, un notorio estatus social, a costa de lo que se tercie, incluso de la propia dignidad, si la tuviere, del trepa de turno, que la transformación de un sinvergüenza, don nadie, de la noche a la mañana, en un acaudalado y afamado personaje que roba a mansalva. Lo mismo puede decirse, volviendo a la cultura, de ciertos pintores, músicos, novelistas, o lo que se autoproclamen, cuyo prestigio y prevalencia entre los de su gremio siempre será directamente proporcional a su insignificancia creativa y, sobre todo, a su grado de sometimiento y adhesión pública a los capitostes de la cultura oficializada, o propietarios privados del provechoso negocio en el que han convertido, algunos listillos al socaire del poder, esta especie de cultureta cutre, estrafalaria y regresiva, que difunden mediáticamente, y hasta se imparte en centros docentes oficiales, camuflada su inanidad bajo el pomposo epígrafe de 'la modernidad'. Toma del frasco y adelante con los faroles.
Pues bien, en este libro de García Viñó, que ya terminé de leer, divirtiéndome lo más grande al tiempo que recibía su interesante información, se destripan los entresijos de la cultura como negocio de algunos aprovechados mercaderes, sin escrúpulos, que bien a través de sus poderes mediáticos, y/o su influencia política, condicionan y restringen la creatividad, libre y espontánea, del conjunto de los autores, propiciando, forzadamente, el desarrollo triunfal de unas elites amparadas por ellos, subordinadas a sus intereses económicos o políticos, ninguneando con sutiles artimañas al resto de los creadores; principalmente los más dignos, por su evidente calidad y decencia, de ser atendidos y dados a conocer. Así funciona el tinglado.
Este libro de García Viñó resulta un auténtico revulsivo. Un alegato, fundamentado y esclarecedor, de la crisis cultural que actualmente padecemos. No creo, ni por asomo, que le concedan un premio nacional, por semejante ejercicio de autopsia literaria. Publicando textos por el estilo no te comes una rosca. No aparecerás en las listas de los libros más vendidos. No viajarás gratis total, en representación de tus colegas, para lucir el plumero en los grandes eventos culturales, allende nuestras fronteras. Pero el libro está ahí. Y que yo sepa, por el momento no se le ha ocurrido a nadie secuestrarlo o empapelar a su autor. Con silenciarlo es suficiente. Oiga, y quien dice su autor, dice también su prologuista. Porque nuestro ilustre paisano, Antonio García Trevijano, aporta un extenso y excelente prólogo crítico, de necesaria, ineludible lectura para todos los que, de alguna manera, se interesen por la realidad cultural española. La verdadera. La que late y pugna por emerger y manifestarse públicamente, para general conocimiento, estando atrapada por el tinglado de las apariencias. Las conveniencias. Y las indecencias.
Este país, o conglomerado de realidades nacionales diferenciadas (con el lenguaje se pueden cometer barbaridades) necesita urgentemente, ya mismo, una intervención quirúrgica, unánimemente consensuada, que corte por lo sano y propicie su recarga ética, el reordenamiento de sus valores tradicionales, históricos, la validez de sus fundamentos culturales. Su espiritualidad, y vamos a llamar las cosas por su nombre. Y sobre todo, procurar el desmantelamiento de los tinglados, los tejemanejes, los enjuagues, las arbitrariedades que nos están convirtiendo, si no lo estamos ya irreversiblemente, en un país adocenado, cutre, paraíso de mediocres o corruptos, de frescales (y frescalas) que alcanzan la notoriedad nacional, y el éxito mediático, vendiendo la basura de sus repugnantes intimidades personales. Cada cual en su sitio. Y un sitio (la cárcel, si encarta) para cada cual. Ha tenido que venir un relator de la ONU (asunto de la corrupción urbanística) para advertirnos de algo que está, y estaba, a la vista de todos. Principalmente de los que tenían que verlo, y preverlo, por razón de sus cargos políticos. Me refiero a las incompetentes autoridades competentes (y no es un juego de palabras, qué va), que confunden las golondrinas con los murciélagos, los golfistas con los golfantes, los poetas con los 'peotas', los pintores con los pintamonas, los escultores con chatarreros, los músicos con los que manejan un taladro eléctrico. Ya está bien de chusqueros incorporados al poder. De vendedores de humo. De caraduras, expertos en estropicios, mariposeando por las administraciones públicas. Yo quiero saber, por ejemplo, si el candidato a la alcaldía de mi pueblo, el que sea, de salir elegido nos va a librar (ordeno y mando) de una puñetera vez de los niñatos motoristas, a escape libre, arreando acelerones, saltándose los semáforos, haciendo cabriolas, a cualquier hora del día o de la noche. Mire usted, qué cosa tan sencilla pido. Pues nada, no hay manera. Alguien dijo que para ser libres hay que empezar por ser esclavos de las leyes. Tomen nota. Ya está bien de permisividades suicidas. A este mundo occidental, en el que por suerte vivimos, le ha costado muchos siglos de sufrimientos, guerras, muertes, miserias, injusticias, violencia y tiranías, y algo de sensatez y trabajo, alcanzar un cierto nivel de civilización, cultura y convivencia democrática. No vayamos, ahora, a perder el fruto que nos legaron nuestros antepasados porque a ciertos políticos, de mente estrecha o corta vista, se les haya ocurrido la estupidez de proclamar que «to er mundo es güeno». Ni hablar. Tenemos que defendernos de la barbarie. Propiciemos el imperio de la Justicia y la tolerancia. Vivamos en paz, pero sin bajar la guardia. Y mucho ojo con los farsantes, que no todo lo que reluce es oro. La verdad nos hará libres, dijo uno. Ama y haz lo que quieras, dijo otro. Donde las dan las toman, digo yo.