1999-06-17.LARAZON.EL RUIDO Y LA FURIA JOAQUIN NAVARRO
Publicado: 1999-06-17 · Medio: LARAZON
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EL RUIDO Y LA FURIA LA RAZÓN. 17 JUNIO 1999 JOAQUÍN NAVARRO ESTEVAN La liturgia electoral ha vuelto a concelebrarse con la rutina, la oquedad y el oropel de siempre. Adobada, además, por exabruptos, injurias y descalificaciones escatológicas de quienes se presentan como ciudadanos dignos de ser elegidos al servicio de su comunidad. Era, teóricamente, una competencia entre élites, entre gentes que debían sentir esa «emoción del bien público regida con lucidez» en qué consistía la política para don Manuel Azaña. Cualquier parecido de la realidad con esa definición es una fortuita coincidencia. Nuestro pequeño mercado electoral no da para tanto. Una nada redonda sin más aristas que las embestidas de unos contra otros intentando desesperadamente ocultar su vacío intelectual, ideológico y político. «Esa España inferior que ora y embiste/ cuando se digna usar de la cabeza», que describía con desdén y amargura don Antonio Machado, está más presente que nunca en las contiendas electorales, en las que los candidatos, los programas, los insultos, las mentiras y los cuentos están meticulosamente decididos y planificados por las oligarquías partidarias con mando en plaza. Ellas son las grandes protagonistas del fasto electoral. El público es un simple espectador de sus alquimias y prestidigitaciones. Un triste espectador de ese arte de hacer imposible la verdad que es la política cuando se convierte -casi siempre lo hace- en propaganda. Va creciendo la abstención como decisión democrática de muchos ciudadanos que vienen de muy lejos, saben todos los cuentos y tienen muy claro que su mundo no es de este reino. No pude ser de un reino en el que millones de personas aclaman a figurantes que milagrosamente, gracias a las buenas amistades y a los muchos consensos repetidos, van consiguiendo librarse de muy fundadas acusaciones por terribles «crímenes de Estado». Mientras responden sus sayones, los máximos responsables corren de plaza en plaza entre minervas y martes. Me lo decía recientemente un viejo amigo republicano: la mejor ilustración de las elecciones es la mala figura triunfadora de un González y un Gil, mientras el electorado castiga y humilla a Julio Anguita, un hombre limpio que tiene el coraje de llamar a las cosas por su nombre, decir la verdad pese a quien pese y no escamotear sus convicciones ante nada ni ante nadie. Gil y González en el cortejo de los paladines y Julio Anguita abandonado por una multitud de electores que prefiere la aritmética del voto llamado útil -que es siempre el más encanallado- a la ética y a la estética de la política y del bien público. Pero es un cuadro aleccionador para los que aún piensan que la democracia es ya una realidad, la libertad política una conquista y la igualdad social un maná que anida en el sistema. Para los que insisten en creer que su mundo es de este reino. O el relato de un idiota lleno de ruido y de furia, como pensaba Macbeth. En medio de la campaña, la penosa noticia de la muerte de un caballero, compañero y amigo: José Joaquín Díaz de Aguilar. Amante de la libertad y apasionado por la justicia. Ya es hombre y plaza a un tiempo, allá en la ciudad de Las Palmas, donde está su tierra. Como ha dicho el maestro Antonio García Trevijano en su honor, «en tiempo de consagración oficial de la falacia, honrar la memoria de un hombre público por haber sido verdadero es signo de grandeza moral». Que nuestros mejores dioses lo guarden y acompañen siempre en esa mar canaria encabritada donde la lluvia celebra siempre cantos últimos.