2001-02-03.LA RAZON.EL PLATONISMO EN TREVIJANO MARTIN MIGUEL RUBIO

Publicado: 2001-02-03 · Medio: LA RAZON

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OPINIÓN

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LA RAZÓN
SÁBADO, 3 - II - 2001

OTRAS RAZONES

EL PLATONISMO EN TREVIJANO
D esde  el  Gor-

consejeros jurídicos y
auditores del Estado»
(pp.192-193).

ALBERTI EN EL SIGLO XXI

El  viejo  Platón  ya
no ve en el filósofo o
en el pensador al go-
bernante ideal que vie-
ra en su madurez, sino
que  se  contenta  con
que el fiólofo sea, si-
guiendo a su maestro sileno como nunca, el
ciudadano con una afilada conciencia crítica
que vigila estrechamente al gobernante para
denunciarlo en el momento en que su poder
actúe sin imperativo legal. Y ese Platón pudo
haber escrito lo que nuestro Trevijano señala
en sus Pasiones de Servidumbre: «El filósofo
no piensa en el poder político, sino en la for-
ma de no hacerlo socialmente temible o peli-
groso. Habla del poder pensando siempre en la
libertad de los que no quieren o no pueden te-
nerlo. Está dominado enteramente por la pa-
sión de la libertad política colectiva» (pág.
234). Los filósofos en el anciano Platón cons-
tituyen un cuerpo llamado «Consejo Noctur-
no» (¡cómo fragua la noche el sueño del ama-
necer libre!) que vigilarán la observancia de las
leyes más por parte de los gobernantes que por
parte de los gobernados. La virtud que radica
en el hombre es el fin del Estado, y el Consejo
Nocturno actual es la Prensa.

Martín-Miguel RUBIO ESTEBAN

E n los días fi-

nales  del  fe-
necido  siglo
presenté  mi  novela
en la Fundación Al-
berti  del  Puerto  de
Santa  María.  Con-
trastaban  los  tonos
claros,  marítimos,
dulces, del Salón de
Actos  que  preside
una bellísima fotografía de Alberti, con el
fragor del viento y la desgarrada cortina de
agua que azotaban la ciudad. Hablábamos,
María Asunción Mateo, Gonzalo Santon-
ja y yo de naufragios e injusticias. Y los
versos y los dibujos de Rafael acompasa-
ban nuestras palabras con su envolvente
presencia. Estremecía la sincera actualidad
del «Salmo de alegría para el siglo XXI»
del autor de «Marinero en Tierra»:

«Mis hermanos del Sur, llegad, subid al
Norte. / De Este a Oeste, venid, cruzad,
hermanos. / La misma mar abierta os da la
mano. / El mismo sol, la misma luna os
cantan».

La prensa hablaba de pateras encalladas
en las costas del Estrecho, de cadáveres
sumergidos en sus aguas, de hombres, mu-
jeres y niños detenidos cuando buscaban
la Tierra  Prometida,  de  temblores,  ago-
nías, súplicas, esperanzas. Y entonces re-
sonaba la voz del poeta nuevamente:

«Lejos, la muerte. Un mundo sin heri-

PORQUE SÍ Y PORQUE ES ASÍ

LA SEDUCCIÓN DE LAS PALABRAS
V ive para la defensa apasionada del Es-

pañol. Prepara ahora un manual de du-
das destinado a los medios informati-
vos  de  habla  hispana.  Su  último  libro:  La
seducción de las palabras, alcanzará la cuarta
edición esta semana. Es Álex Grijelmo hombre
sosegado. De indeclinable sencillez. Uno de
esos periodistas que no cree en los que hinchan
sus voces con las palabras que más fascinan a
los pueblos, para confundirlos. No conozco a
nadie del oficio tan obsesionado como él por el
valor de la palabra. Su capacidad para engatu-
sarnos; los trucos manipuladores del lenguaje.

De  la  metáfora  mentirosa.
Desde  Bogotá  hasta  Sala-
manca,  pasando  por  Nueva
York, he visto a Álex Grijel-
mo ahondar, ameno y creati-
vo, en los trucos del lenguaje;
sus vicios y sus trampas. De exponer con va-
lentía cómo se manipulan hoy las palabras, pa-
ra alterar la realidad. Nadie que viva para estos
oficios nuestros. Nadie que quiera acercarse a
ellos, debería dejar de leer a Álex Grijelmo.

Jesús FONSECA

REBOREDO Y SAÑUDO

gias,  de  Pla-
tón, todo pen-
samiento  fuerte  de
raíces  políticas  es  un
pensamiento moral, y
la salud del alma públi-
ca su objetivo primor-
dial. Por ello, cuando
decimos que el último
libro de Antonio Gar-
cía-Trevijano, Pasiones de Servidumbre, es un
producto de las Ciencias Morales, lo estamos
a la vez definiendo como un tratado político.
Pero no sólo el pensamiento político de Gar-
cía-Trevijano es platónico en ese sentido tele-
ológico (el triunfo de la Idea del Bien), sino
que su propia naturaleza arranca del viejo Pla-
tón de Las Leyes. Pues si el Platón de la Re-
públicacreía que tras un meticuloso y compli-
cado  proceso  de  educación  y  selección  se
podía conseguir gobernantes que asegurasen la
felicidad de los ciudadanos de la pólis, el viejo
Platón, tras largas y dolorosas experiencias per-
sonales, ya no confía en esa bondad adquirida
de los políticos, y pone ahora como única ga-
rantía del bienestar y la salud moral de la ciu-
dad a las leyes y a sus creaciones instituciona-
les. De la bondad singular de la persona del
político se pasa a la bondad innominada de las
leyes y las instituciones impersonales. Y ello
no es otra cosa que la aceptación de Platón, al
final de su vida, de las reglas del juego demo-
crático. Son las reglas y las formas políticas
quienes garantizan la libertad de los ciudada-
nos, y no el comportamiento «profesional» del
político, por bien educado que esté. El mismo
Aristocles nos señala en el Libro IV: «A los
que ahora se dicen gobernantes los llamaré ser-
vidores de las leyes, no por introducir nombres
nuevos, sino porque creo que ello más que nin-
guna otra cosa determina la salvación o perdi-
ción de la ciudad; pues en aquélla donde la ley
tenga condición de súbdito sin fuerza, veo ya
la destrucción (phthorán) venir sobre ella; y en
aquella otra, en cambio, donde la ley sea seño-
ra (despótês) de los gobernantes y los gober-
nantes esclavos (doûloi) de esa ley, veo reali-
zada  su  salvación  y  todos  los  bienes  que
otorgan los dioses a las ciudades» (715c-d).
Más aún, que yo sepa, Platón es el primero que
propone curar la «enfermedad de los reyes»
(basiléôn nósêma), es decir, la propensión de
todo poder político a abusar y a extralimitarse,
dividiendo el ente del poder político en tres
partes (mían ek triôn), de suerte que el propio
morbo connatural de cada poder, al entablar
combate por el espacio político con los otros
dos «trozos» hermanos en su ansia extralimi-
tadora, sea la mejor garantía de la libertad de
los ciudadanos (692c) –desde luego, todo pen-
samiento universal puede ser reducido a una
edición comentada de las obras platónicas–.
Pues bien, de esta misma idea platónica parti-
cipa la República Constitucional, y, entre nos-
otros, su más eximio corifeo, Antonio García-
Trevijano,  quien  en  esta  mencionada  obra
también nos expresa su infinito optimismo ins-
titucional: «Pero la democracia institucional es
posible. Basta con cambiar el sistema electo-
ral y separar los poderes del Estado. Basta con
dar a los ciudadanos el derecho de elegir a sus
representantes de distrito y de nombrar o de-
poner directamente a sus gobiernos. Basta con
prohibir legalmente el escandaloso cinismo de
que hombres o mujeres de un mismo partido,
y de una misma elección, sean a la vez legisla-
dores, gobernantes, jueces, administradores,

das, / sin campos in-
cendiados de batallas,
/  sin  prisiones,  sin
sueño interrumpido. /
Amor,  amor,  amor.
Es la sola palabra».

Porque  esa  era  la
palabra que nosotros
buscábamos.  Tam-
bién nuestras manos
se tendían hacia ellos,
buscaban sus ojos en tierras de Cádiz, de
Murcia, de Almería en tierras de España.
La Fundación ha dedicado una de sus
salas a la presencia de María Teresa León,
sala que con mimo y precisión recrea las
imágenes de aquella bellísima mujer que
acompañó a Alberti en la guerra y el exi-
lio y que dio cuenta de su tiempo y de sus
gentes en la «Memoria de la Melancolía».
Y por todas partes libros y fotografías
muestran uno de los testimonios gráficos
y literarios más profundos del siglo XX.
Allí está la historia, allí están los recuer-
dos, los sueños y las desesperanzas, la me-
moria  viva  que  algunos  de  nosotros  no
queremos se extinga.

Los  naufragios  presentes  no  son  sino
continuidad de otros barcos de ilusiones
rotas que en pasados siglos encallaron. Y
sobre todo, en el recién dejado atrás. Di-
fícilmente, en tiempos remotos, nadie hu-
biera podido adivinar un desarrollo técnico
y científico tan grande como el alcanzado
en él por la civilización. Difícilmente na-
die, en esos remotos tiempos, hubiera po-
dido vislumbrar a qué abismos de infamia
llegaría el ser humano a la hora de crear un
poder destructor, a la hora de servirse de
esos avances técnicos y científicos para su
política y acción represora, genocida. El
canto de las crueldades por ningún Dante
de nuestros días puede ser recreado.

Más en El Puerto de Santa María ha-
blábamos de cosas sencillas, humanas, de
dolores cotidianos, ante gentes que com-
partían nuestras palabras y nuestros de-
seos para una vida más justa y solidaria.
Siempre con los desheredados de la tierra,
esos que se han convertido en el fantasma
que corre las tierras de Europa, los que no
pueden ser considerados nuestros herma-
nos, sino nuestras víctimas, para los que
Alberti abre sus manos poéticas en sus cá-
lidas palabras. Son deseos trascendidos de
su salmo, con los que cerrábamos esta jor-
nada en la Fundación que su nombre lle-
va. La lluvia seguía golpeando los crista-
les,  los  techos,  las  ventanas  del  local,
como si quisiera abrazar el azul del mar
pintado por el propio Alberti y que inva-
día la estancia. Y en ella resonaban sus
palabras:

«Sus  puertas  abre  el  siglo.  ¡Atrás  las
sombras! / ¡Atrás la muerte! ¡Atrás! El si-
glo canta: / Paz en la tierra y en los altos
cielos / y en las constelaciones más leja-
nas. / Amor, amor, amor. Es la palabra. /
Es la sola palabra / Amor. Es la palabra. /
Se  va  el  siglo.  Se  va.  Ciega  la  noche.  /
Amor. El alba. Amor. / El alba. / El alba. /
Vendrán los corazones / abiertos y anega-
dos, / los rostros sin temor, / la mano blan-
ca. / Paz y alegría. Amor. Toda la tierra. /
Luz  y  alegría.  /  El  universo  canta:  /
¡Amor! ¡Amor! ¡Amor! Es la sola palabra.

Andrés SOREL