1998-02-16.ABC.EL NERVIOSISMO DE GONZALEZ LUIS MARIA ANSON

Publicado: 1998-02-16 · Medio: ABC

Ver texto extraído
EL NERVIOSISMO CRECIENTE DE GONZÁLEZ
ABC, 16-2-98
LUIS MARÍA ANSÓN  
Si en el próximo juicio sobre el GAL, en el que está inculpado José Barrionuevo, el Tribunal Supremo condena al ex ministro, habrá sido condenado a la vez Felipe González. La opinión pública nunca aceptará que el responsable de los crímenes de Estado sea el ministro y no el presidente del Gobierno al que ese ministro pertenecía. La condena de Barrionuevo supone que Felipe González encontraría gravísimas dificultades para continuar en la vida política y presentarse a elecciones generales dentro de seis años, como es su disimulado propósito.
Si, por el contrario, González y su equipo consiguen que Barrionuevo no sea condenado estableciendo el cortocircuito en Rafael Vera o más abajo, el ex presidente quedaría a salvo. Desde hace muchos meses una parte del aparato del PSOE trabaja con tenacidad indeclinable en una minuciosa operación para llevar al ánimo de los jueces que convendría, por razones de Estado, que la marea no subiera hasta González y que, por eso, condenas en el asunto GAL, sí, pero sin afectar a Barrio nuevo.
Dentro de la operación exculpatoria del ex presidente socialista, se ha retornado, con ánimo de impresionar a los magistrados y con el pretexto de unas declaraciones mías en la revista «Tiempo>>, aireadas por el aparato mediático del felipismo antes de publicarse, a la teoría de la conspiración, que sólo es fruto del nerviosismo creciente de González y del esfuerzo de sus incondicionales para salvarle de la quema.
Pues bien: como afirmo bien claro en esas declaraciones, no hubo conspiración alguna. Fue, en efecto, necesario poner en riesgo la tranquilidad del Estado porque, presuntamente, González había participado en crímenes de Estado y, al denunciarlo en los periódicos elevando el listón de la critica, sufría el líder socialista pero también el Estado. Ante esas denuncias, el felipismo desató desde 1993, y sobre todo a partir de 1994, una persecución implacable contra los periodistas independientes. Felipe González fue el escondido arquero que disparó las flechas contra la libertad de expresión. Nos defendimos creando, primero, la Plataforma para la Defensa del Derecho a la Información de los Ciudadanos, respaldada por las firmas de cuatro mil profesionales, y luego la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI), donde se agruparon gentes de muy diversa ideología y en la que mantuvo, por cierto, una actividad lúcida e impecable en defensa de la libertad de expresión Antonio García Trevijano, que respetó siempre mi monarquismo como yo su republicanismo. Los directivos de la AEPI nos reuníamos con relativa frecuencia, a veces en mi despacho o en restaurantes, generalmente en la sede de la asociación en la colonia del Viso, en Madrid.
Un órgano del felipismo se refería a un almuerzo mío con Barrionuevo, Vera y Corcuera. Desde que estalló el asunto GAL, y como era mi obligación informativa, no uno sino muy numerosos almuerzos y cenas he tenido con Barrionuevo y con Vera, en lugares públicos, con escoltas y mecánicos, o en mi despacho de ABC. Siempre les he vaticinado lo mismo: <<Vosotros afirmáis que el Ministerio del Interior no intervino en la creación y funcionamiento del GAL. Pero si un día los jueces establecen lo contrario, seréis las víctimas propiciatorias porque Felipe González volverá la cabeza y procurará desentenderse del asunto.» Ellos, justo es reconocerlo, defendieron siempre con firmeza a su líder. En varias ocasiones, portadas de ABC premonitorias presentaron a Barrionuevo como chivo expiatorio. Las seguridades de que la trama GAL no se desentrañaría se fueron desvaneciendo mes a mes hasta la inculpación del exministro del Interior, el juicio próximo en el Supremo y el nublado horizonte penal de González.
Los dioses ciegan a quienes quiere perder. El líder socialista se ha visto atrapado poco a poco en la densa telaraña de los escuadrones de la muerte y tiene muy difícil zafarse de ella. Si en enero de 1995 hubiera reaccionado con lucidez o le hubieran aconsejado sin adulaciones, en la entrevista con Iñaqui Gabilondo, en lugar de afirmar que se enteró del GAL por la Prensa, pudo decir: «En 1983, ETA amenazaba la democracia española, acabábamos de salir de un intento de golpe de Estado, las Fuerzas Armadas seguían inquietas Francia era un santuario para los terroristas, caían asesinados cada año muchas decenas de inocentes... y yo di la orden de que se persiguiera a los etarras con todos los medios a nuestro alcance, dentro, naturalmente, del Estado de Derecho y sin que nadie se llevara a su bolsillo un duro de los fondos reservados. En el cumplimiento de mis órdenes se han podido cometer algunos abusos. Los asumo completamente. Soy el responsable de ellos. Y, si fuera necesario, convocaré elecciones generales de inmediato para que el pueblo se manifieste sobre la acción del Gobierno.»
Todo hubiera sido distinto para González, para el Estado y para la democracia si el ex presidente hubiera asumido sus responsabilidades. Y hoy no hablaríamos ni de crispaciones, ni de conspiraciones, ni de horizontes penales, ni de tantas cosas que han ensombrecido y enfangado la vida española en los últimos años. Pero Felipe González, instalado en su política entumecida, no supo hacer lo que exigía la grandeza del hombre de Estado. Y el GAL, tal vez sea ya para él el sepulcro donde sus restos mortales se descomponen entre incesantes intoxicaciones de la conspiración imaginada o la maniobra inexistente.