2013-01-13.EL MUNDO.EL NAUFRAGIO DEL REY JUAN JOSE GARCIA ABAD
Publicado: 2013-01-13 · Medio: EL MUNDO
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EL NAUFRAGIO DEL "REY" JUAN EL MUNDO. 13/01/2013 Página, 1 JOSÉ GARCÍA ABAD La investigación más completa sobre don Juan de Borbón, hecha por el autor de «La soledad del rey». Cómo veía la España en la que nunca reinó y el encuentro, inédito hasta ahora y definitivo, entre padre e hijo en el hospital, con una vidente de por medio Desde la muerte de Franco hasta mayo de 1977, cuando don Juan renuncia a sus derechos dinásticos, España tenía dos reyes. El padre reivindicaba su derecho dinástico y el hijo su legitimidad democrática sobrevenida. Con el paso del tiempo hemos ido conociendo detalles sobre las tensiones de padre e hijo, inicialmente ocultos o falseados, pero he podido aportar informaciones inéditas al respecto que publico en mi libro: Don Juan, náufrago de su destino en el que se ofrece una visión diferente a la de curso legal sobre la personalidad de don Juan al siglo de su nacimiento y a los 20 años de su muerte. Hijo de rey, padre de rey y nunca rey, una verdadera tragedia española. -Al menos -comentaba don Juan- puedo consolarme como el del romance: «Si no vencí reyes moros, engendré quien los venciera». O ampararme en Shakespeare, quien en Macbeth hace exclamar a las brujas: «¡Salve, Banquo, menor que Macbeth, aún más grande. Tu engendrarás reyes, pero no serás rey!». «Ahora -se quejaba don Juan- es el dictador quien pone rey a su antojo, lo que puede llevar, por el camino inverso al recorrido por Alfonso XIII, al desprestigio de la institución y de una forma quizás irreversible a la III República». En 1992, con don Juan ya muy enfermo, tuvo lugar el encuentro definitivo de padre e hijo. De rey y padre de rey. -Señor, os puede parecer una simpleza pero debo decíroslo -Fernando Almansa, jefe de la Casa de su majestad, titubeaba y se calló expectante a la reacción de don Juan Carlos a quien nunca había visto tan abatido-. -Señor -continuó Almansa bajando la voz- al entrar en la clínica se me ha acercado una señora mayor que me ha dicho que es vidente… Señor, yo no creo, en general, en estas cosas pero en la vida me he encontrado con gente que me ha hecho recapacitar. La vidente me mandó un recado para su majestad: «Dígale al rey que cuando visite a don Juan, su padre, que no deje de hablarle. Que mientras le hable no se muere». Su majestad entró en la habitación 601 para ver a su padre rumiando algo entre dientes. Su ayudante Teo Leste pidió a Tere Espadas, la enfermera responsable de la planta sexta de la Clínica de Navarra donde se instaló a Juan para que cuidara de que nadie más entrara en la salita, que nadie interrumpiera la última conversación entre el padre y el hijo, el 1 de abril de 1993. -Dejemos que don Juan Carlos se explique con el señor -rogó Teo a los presentes- pero que no entre nadie o parecerá que su majestad se ha vuelto loco, hablando solo. Dentro solo hablaba este, entrecortado por las lágrimas que le costaba dominar, pero quién sabe si el moribundo, aunque muy sedado, no escuchaba y no se explicaba a su manera. Eso quería creer su hijo, el rey, quien hubiera dado su vida porque su padre escuchara durante media hora todo lo que tenía que decirle. Todo lo que le dijo. EL REY ERA VIGILADO POR MILITARES Y POR SU PADRE En el bienio 1976-1977 se había instaurado una monarquía vigilada por los sables y el rey aún no se había ganado la confianza de la opinión democrática. En esa situación confusa, en la que un régimen no terminaba de desaparecer y el nuevo encontraba dificultades para nacer, don Juan seguía considerándose como el monarca adecuado, al haberse mantenido en el exilio sin comprometerse con el Caudillo más de lo que consideraba necesario. Los militares vigilaban a su hijo, pero este era también vigilado por su padre desde La Moraleja. SUÁREZ Y SU PROPIO HIJO LO CONSIDERAN UN INCORDIO La mera presencia del conde de Barcelona era considerada por el presidente Suárez un incordio y, aunque nunca lo expresara abiertamente, también por su hijo. La enemistad entre Suárez y don Juan era mutua. En una cena en La Zarzuela en la que estaban invitados ambos, Suárez se jactó de que ya no quedaba nada de lo que Franco había dejado atado y bien atado. Don Juan saltó: «Sí que queda». «¿Qué?», desafió el abulense. «Tú y tú», replicó rápido don Juan señalando a Suárez y a don Juan Carlos. El presidente del Gobierno puso todo su empeño en reducir a don Juan a la mínima expresión política. Pasados los años, en 1992, cuando el conde de Barcelona se encontraba al borde de la tumba, ambos personajes tuvieron un último encuentro en tono más bien jocoso. Una enfermera le informó de que estaba Suárez en la clínica atendiendo a su hija Mariam, sometida a tratamiento contra el cáncer. El conde de Barcelona le pidió a Teo Leste, su ayudante, que le dijera al expresidente que le gustaría hablar con él. Leste bajó a la habitación de Mariam y entró con su uniforme de capitán de fragata. Suárez se puso en pie y le inquirió desabridamente: «¿Qué quiere usted?». Cuando Leste, muy molesto, le transmitió el recado de su jefe, el expresidente le respondió lacónicamente: «Mañana a las seis». El ayudante le contó a don Juan lo que le había pasado. A este le dio un ataque de risa. -Teo, no te lo tomes a mal. Ya sabes que la relación de Suárez con los militares no ha sido idílica. A lo mejor le has recordado al almirante Pita da Veiga. NI COCHE NI AYUDANTE El padre del rey no tenía durante el bienio 76/77 ni coche, ni ayudante, ni papel alguno en el protocolo de la nueva monarquía. En aquel momento el príncipe Felipe solo tenía ocho años, por lo que no podía sustituir al rey en determinados actos protocolarios. El padre del rey no estaba obviamente para esas cosas al no haber renunciado a sus derechos. Tampoco lo estaría cuando renunció a ellos. Don Juan tenía su propio protocolo: recibía en audiencia en La Moraleja a muchas personas y su jefe de la casa, el siempre leal Beltrán Alburquerque, confeccionaba con él todos los días su hoja de ruta, su propia agenda real, «la papela». DON JUAN NO QUISO RIESGOS El 8 de septiembre de 1943 don Juan pudo hacerse con el poder y no quiso o no se atrevió a intentarlo, pues habría asumido un riesgo importante. Los tenientes generales Orgaz, Kindelán, Dávila, Saliquet, Varela, Monasterio, Solchaga y Ponte se dirigieron a Franco recordándole que eran «los mismos, con variantes en las personas, algunas impuestas por la muerte, que hace cerca de siete años en un aeródromo de Salamanca os investimos de los poderes máximos en el mando militar y en el del Estado», y le pidieron que restableciera el régimen monárquico. El coronel de Aviación Ansaldo se prestó a llevar a don Juan desde Estoril al pequeño aeródromo que había en Puerta de Hierro, a ocho kilómetros de El Pardo, donde le esperarían los generales monárquicos dispuestos a llevarle en cinco minutos a palacio por sorpresa, en el convencimiento de que Franco no se resistiría. Más tarde se le ofreció otra oportunidad a don Juan que rechazó igualmente: debía presentarse en la Capitanía General de Cataluña, donde el general Solchaga telegrafiaría a los demás capitanes generales para comunicarles que las tropas de Cataluña habían proclamado rey a Juan III. La posición de don Juan era muy difícil. Tuvo que combinar como un equilibrista que juega con tres naranjas a los monárquicos franquistas, especialmente los generales, a los carlistas y a la opinión internacional, sobre todo la de las democracias occidentales. TIERNO, A FAVOR; FELIPE, NO Cuando el régimen agonizaba parte de la oposición clandestina forma la Junta Democrática y Enrique Tierno Galván consigue que se proponga a don Juan entrar en la operación. Era una curiosa combinación la de quienes apoyaron inicialmente a su majestad, lo cuales reconocieron el título de Juan III: dos socialistas, Enrique Tierno y Raúl Morodo; un republicano, Antonio García Trevijano; y un comunista, Santiago Carrillo. «Pongamos a don Juan -decía Tierno- y luego ya se verá». A Felipe González le pareció una locura. Opinaba que don Juan no tenía la menor posibilidad de reinar y que llegada la hora de la verdad el padre no se enfrentaría a su hijo. «SEÑOR, EL REY ESTÁ REUNIDO» Era la de don Juan una presencia pacífica, políticamente impotente, pero no del todo irrelevante. Tuvo que tragar un formidable sapo cuando su hijo votó la Ley de la Reforma Política el 15 de diciembre de 1976. Carlos Zurita acudió a La Moraleja para avisar al suegro de que el rey introduciría su papeleta en la urna. El conde de Barcelona se puso tieso y replicó: «El rey no vota nunca. Está por encima de las distintas posiciones políticas y no debe involucrarse con ninguna». Don Juan llamó a La Zarzuela. «Quiero hablar con el rey». «Está reunido», le informó el ayudante de don Juan Carlos. «Dígale que no me acuesto hasta que no hable con él». A las dos de la mañana vuelve a llamar: «Lo lamento, señor, el rey ya está en la cama». RENUNCIA POR CARTA El acto de renuncia el 14 de mayo de 1977 se hizo casi de tapadillo. No se haría en el Palacio Real ni ante las Cortes que, según se quejaría amargamente, «es donde se hacen estas cosas», sino en la residencia privada del rey. «Llegaron a pedirme que hiciera la renuncia por carta, como quien se despide de un familiar. Habrían preferido que lo hiciera por teléfono», se lamentaba el renunciante. Quien sugirió que renunciara por carta fue la reina Doña Sofía. Don Juan decidió marcharse un día antes de la ceremonia a Estoril para dar cierto simbolismo a su llegada a España desde el exilio. «Es que solo faltaba que tuviera que coger un taxi desde La Moraleja para ir a La Zarzuela», bromeó. Al Pretendiente, ahora «Renunciante», se le consuela con honores de mar nombrándole, un año después, almirante honorario de la Armada. Diez años después, el 4 de diciembre de 1988, el Gobierno de Felipe González le asciende, también de forma honoraria, a capitán general de la Armada. «No tengo ningún rango protocolario y no me importa -declararía don Juan a la periodista François Laot-, no saben dónde meterme y eso me encanta». «ESTOY QUE FUMO EN PIPA, JUANITO» Felipe González y don Juan no se encontraron hasta octubre de 1977, cuatro meses después de la renuncia de este a sus derechos dinásticos en circunstancias curiosas. Luis María Anson, «sin contar ni con Dios ni con el Diablo», según el conde de Barcelona, había organizado una cena en Zalacaín para que don Juan se encontrara con González, pero sin precisarle al Pretendiente quién sería su compañero de mesa. Don Juan se enteró por la radio con quien cenaría y montó en cólera. -Quiero hablar con el rey -le dijo don Juan al ayudante de don Juan Carlos en tono perentorio. El rey se puso enseguida al aparato. -¿Qué pasa, papá? -¿Que qué pasa? ¡Que estoy que fumo en pipa, Juanito! - ¿Ha ocurrido algo? -Pues ha ocurrido que Anson me ha colocado una entrevista con Felipe sin que yo me enterara. Me había hablado vagamente en alguna ocasión de que González y yo debíamos conocernos y yo le dije que no tenía inconveniente, pero tal como ha montado la cena me parece una encerrona. Tú me dirás que hago, Juanito, que no quisiera yo interferir en nada. Yo ya estoy fuera de todo esto. -No sé, no sé... Adolfo se va a poner como una fiera. -Pues si quieres suspendo la reunión. -Mira, papá, lo mejor es que vayas. No puedes dar plantón al líder de la real oposición. En Zalacaín vais a cenar de puta madre. Supongo que os meteréis en un reservado, aunque los reservados no reservan gran cosa. Como no vayas disfrazado de lagarterana... REPATRIAR A ALFONSO Pronto don Juan es consciente de su precario estado de salud y quiere traer cuanto antes a España a su padre, tal como le prometió en su lecho de muerte. Tenía la sensación de que con este viaje se cerraba el ciclo de su vida. Tenía a su hijo en La Zarzuela como rey de España y a su padre el rey Alfonso XIII en El Escorial. -Misión cumplida, señor -musitó el vicealmirante Poole, quien organizó el traslado. -Te voy a ser sincero, Fernando. No podía imaginarme que, en la nueva monarquía, repatriar al penúltimo rey de España, al abuelo del reinante, fuera tan complicado. Hasta tuve que amenazar con no renunciar a mis derechos hasta que Alfonso XIII no ocupara el lugar que le correspondía en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial. Fernando Poole volvió al tema que le reconcomía: -Salvando las distancias, habría que considerar que Franco hizo con Alfonso XIII lo que Suárez hace con su alteza. -En efecto, Fernando, la historia se repite. La mayor humillación que he podido sufrir es que se menospreciara una renuncia a todo lo que significó mi vida. Que Franco despreciara la abdicación de mi padre fue lo que le llevó a la tumba. LA HEMOFILIA «VEO MAL A ESPAÑA...» En octubre de 1992 don Juan concede una entrevista a dos jóvenes periodistas del Diario de Navarra, Javier Errea y Santi Mendive. Teo Leste había rogado a don Juan que suavizara los términos de la entrevista, que se había hecho sobre un cuestionario enviado por dichos periodistas, pero este se negó en redondo. El diario arrancaba con una pregunta poco comprometedora: «El rey estuvo con su alteza hace poco. ¿Cómo fue el encuentro? ¿Qué le dice un padre a un hijo y que le dice un hijo a un padre en ocasiones como esta». -Afila el lápiz, Teo, que te dicto -ordenó don Juan-. Cuando unas relaciones son cordiales se habla de todo y, como comprenderá, entre un padre y un hijo hay muchas cosas que hablar… -Cojonudo, señor. -Espera un poco, Teo, y ojo al parche. Pon las siguientes palabras sin tocar una coma: «El rey se interesó por mi salud y yo por el estado de salud de España». Punto. -No joda, Señor. Esta respuesta va a organizar la de Dios. Al rey no le va a gustar. -Pues ya sabes: ajo y agua. Al final aparecía la siguiente pregunta: «¿Cómo ve hoy España un hombre que ha dado tanto por ella?» Al ayudante le entró el temblor. -¿Qué pongo, señor? -Pon lo que te voy a dictar con todas sus letras: «La veo mal, algo desgarrada y con su unidad amenazada». -Señor, eso no se puede decir -saltó Leste, aterrado. -¿Es que no puedo decir lo que pienso? Lo que digo es la verdad, la pura verdad. -La que se va a armar. A mí me hacen un consejo de guerra, señor. A don Juan Carlos le faltó tiempo para coger un avión y personarse en Pamplona. -¿Dónde está Teo? -gritó por el pasillo-. ¿Dónde está ese insensato? Leste subió al cuarto que habían habilitado en la clínica como despacho real sabiendo lo que le esperaba. -Pasa, Teo, que te voy a pegar cuatro tiros. El monarca saltó del sillón y se dirigió al ayudante de su padre como un energúmeno. No le pegó de puro milagro. -¿Tú eres gilipollas o qué te pasa? -Majestad -replicó Leste con voz calmada-, yo tengo las espaldas muy anchas. Para eso estoy aquí, para que se enfade conmigo. -Déjate de leches y entérate bien: de aquí no sale ninguna entrevista con mi padre sin pasar por Zarzuela. -Señor -replicó Teo-, con el debido respeto a vuestra majestad, yo haré lo que su padre me diga. -De aquí no sale nada sin que yo lo vea. Entérate de una puñetera vez, Teo. Has armado un estropicio que no te puedes ni imaginar. ¿No te das cuenta de que todo el mundo sabe que mi padre se está muriendo y van a interpretar sus declaraciones como su testamento político? Algo de razón tiene, pero es lo que nos faltaba. Don Juan se deterioraba por momentos y se le estaba poniendo cara de pena. MARIO CONDE LE UTILIZA PARA LLEGAR A DON JUAN CARLOS Mario Conde vio en don Juan una oportunidad de oro para acercarse a su hijo el rey. Con la rapidez de reflejos que le caracteriza y una audacia y ambición sin límites, el banquero se percató de la soledad del personaje y del rendimiento que podía proporcionarle la mala conciencia del monarca respecto al padre. Conde le visitaba con frecuencia en la clínica. En uno de los últimos días, coincidió casualmente con el rey, que visitaba a su padre moribundo, y allí se estrechó una amistad. Conde asaltó la ciudadela por medio de regalos y halagos: desde el obsequio de un reloj de coleccionista valorado en tres millones de pesetas, que Sabino devolvió, hasta su oferta de regalar al jefe del Estado el barco que le construía Mefasa, para lo que tomó la decisión de adquirir, a costa del banco, el astillero que lo construía. Tampoco perdía oportunidad de hacerse notar en las competiciones preferidas de la familia real en la bahía de Palma, con su barco bautizado con el nombre del banco. NO ESPERABA QUE SU HIJO LE ENTERRARA EN EL ESCORIAL Solo fue rey después de morir, como Inés de Castro, cuando, trasladado al panteón de reyes del monasterio de El Escorial por orden de su hijo, don Juan Carlos, este mandó inscribir en su tumba: «Johannes III». Don Juan no esperaba que este sería su destino final. Temía que su muerte y entierro constituyeran un problema, por lo que encargó y pagó su propia tumba en el monasterio de Poblet. DINERO PARA UN SOCORRO Al morirse don Juan se generó un conflicto económico entre don Juan Carlos y el príncipe Felipe. Alfonso XIII había dejado a sus hijos lo que les correspondía con una pequeña mejora para Juan, el heredero, unas acciones de las compañías en las que su padre había invertido. Le dejó también en usufructo una cantidad de dinero para que Juan pudiera socorrer a cualquiera de la familia que se encontrara en dificultades. El testamento de don Alfonso indicaba que si esa cantidad no se aplicaba a dicha contingencia, cuando Juan muriese pasaría a la persona que en ese momento estuviese llamada a ser rey en su día, o sea, el príncipe Felipe. Don Juan Carlos reclamó ese dinero, que en 60 años había engordado considerablemente, argumentando que Alfonso XIII no podía imaginarse que él iba a ser rey antes que su padre. Así que le dice: «Trae para aquí la pasta». El príncipe, que estudiaba Derecho, le dice que de eso nada y recurren como árbitro al conde de Los Gaitanes, administrador del patrimonio de don Juan. Así que Gaitanes se reúne con el rey y el príncipe para dirimir el conflicto y sugiere la solución salomónica: que se lo repartieran a partes iguales. 20 AÑOS TRAS SU MUERTE ¿Qué queda de don Juan 20 años después de su muerte? El Pretendiente sufrió los efectos de la propaganda adversa que le fabricó el franquismo desde la muerte de su padre en 1941 hasta la del Caudillo. «Me temo -me decía José María Gil-Robles, hijo- que ha habido gente que ha jugado a exaltar la sabiduría del rey criticando a su padre. Y a otros les ha dado por hablar de la parte ligera de su vida pero una cosa seria no la he visto todavía». Pragmatismo obliga. Don Juan Carlos se ganó la legitimidad con sus hechos generando una opinión juancarlista más que monárquica. La gran paradoja que sufrió don Juan es que la nueva democracia se encontraba más segura con el rey puesto por Franco que con quien representó su alternativa durante toda la vida. Sin embargo, don Juan fue en el fondo coherente con su hoja de ruta. No quería presentarse a la nación como alternativa democrática al régimen. En realidad su mensaje iba dirigido a quienes lamentaban los excesos de este pero no aceptaban lo que representaban los vencidos. Don Juan no era pues «Juan Tercero a la Izquierda», como comentaban los franquistas, ni el rey de los rojos. El libro de Rafael Borrás que lleva este título arranca con una interesante manifestación de don Juan en ese sentido: «A mi hijo le han puesto en el trono los franquistas. A mí no me han dejado ya más que ser el rey de los rojos. Comprenderás que tampoco es eso. ¡El rey de los rojos! Tampoco puedo aceptar eso». HOMENAJE PÓSTUMO EN VIDA Su última aparición pública se produjo el 10 de enero de 1993 con la imposición de la Medalla de Oro de Navarra, que le colocó en la solapa su hijo el rey visiblemente emocionado. Don Juan tuvo que permanecer sentado y sus palabras de agradecimiento las leyó el príncipe de Asturias. No oía, no veía, apenas podía hablar, pero demostró su sentido del humor al comentar con enorme dificultad, pero de forma inteligible: «Asumo esto como un homenaje póstumo». >DON JUAN, NÁUFRAGO DE UN DESTINO (La Esfera de los Libros), un retrato íntimo y personal del padre del rey, del periodista y escritor José García Abad, sale a la venta el lunes.