2003-12-29.LA RAZON.EL FACTOR ITALIANO AGT

Publicado: 2003-12-29 · Medio: LA RAZON

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OTRAS RAZONES
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LA RAZÓN
LA RAZÓN
SÁBADO, 20 - IV - 2002
SÁBADO, 20 - IV - 2002

LA RAZÓN
LA RAZÓN
LUNES, 29 - XII - 2003
LUNES, 29 - XII - 2003

EL FACTOR ITALIANO

EL VOTO CONSERVADOR

OTRAS RAZONES

factor  italiano  en  la
UE no ha sido, como
se cree, la democra-
cia-católica (llamada
democracia-cristia-
na),  ni  tampoco  el
fraude  socialdemó-
crata  del  eurocomu-
nismo, sino la «finez-
za»  mafiosa  para
desarrollar con mente
civilizada la corrupción de la «partitocra-
zia». Tan inherente al Estado de partidos,
pero tan graduable por la sociedad, que Mit-
terrand tenía que indultar con dificultad  en
Francia  lo  que  Berlusconi  inmuniza  con
simpleza meridional en Italia.       

La Constitución de la UE no nace bajo la
Presidencia de una síncresis italiana del po-
der económico, mediático y político. Todos
los europeos son italianos en defensa de la
impunidad del poder. Pero no todos  son
norteamericanos pidiendo seguridad inde-
finida contra terror definido. Como presi-
dente de la UE, el irrisorio Berlusconi no ha
tenido que ponerse la valiente máscara bé-
lica de Blair y Aznar. Sus imprudencias sin
gracia, que él llama ironías, han causado
más risotadas que riesgos. 

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO

¿E s  lo  mis-

mo ser de
derechas

que ser conservador?
Suele creerse así. Y en
el  habitual  lenguaje
político ambos térmi-
nos se utilizan normal-
mente  como  equiva-
lentes.  Sin  embargo,
estimo que convendría
matizar diferenciándolos. Y que tal diferen-
ciación puede ser útil para clarificar y pro-
fundizar la actual situación española. Dentro
de ella contribuiría a explicar el hecho sor-
prendente de que, tras rechazar la mayor par-
te de nuestra sociedad la política del actual
Gobierno, en aspectos tan decisivos como la
guerra de Iraq o la manera de conducir el de-
sastre del «Prestige», haya seguido capitali-
zando el PP un gran número de votos, Aun-
que tal capital no alcance, como pretenden
los dirigentes de este partido, a la mayoría de
los electores. Si el PP goza de la mayoría ab-
soluta en las cámaras no es porque la derecha
sea mayoritaria en las urnas. Es un hecho
que,  sumando  votos  de  IU  y  socialistas,
nuestros electores mayoritariamente votan iz-
quierda y, si el PP alcanza mayoría es, junto a
los beneficios procurados con la Ley D’Hont,
porque la derecha se halla «unificada», como

SÓLO UN ACIERTO

P rimero fue José María Aznar, luego Jor-

di Pujol y ahora Xabier Arzalluz. En po-
cos meses los tres han dado paso a sus
sucesores: Mariano Rajoy, Artur Mas y Josu
Jon Imaz, respectivamente. Y de todos ellos el
único que parece haber redondeado la opera-
ción hereditaria es el presidente del Gobierno.
A Pujol le ha salido rana su marcha de la pri-
mera línea. Y no es que la culpa la tenga preci-
samente Mas, que ganó las elecciones. Pero ha
perdido el Govern catalán. A Arzallus tampo-
co le ha salido la jugada en su partido, pues
apostaba por Egibar y apareció Imaz. Pero en
su caso no se ha perdido gran cosa, pues las di-
ferencias entre uno y otro ni se aprecian si no
es en el ámbito interno. La senda futura de
Imaz está bastante atada al lehendakari. Sólo
queda por «suceder» en lo inmediato al presi-

dente gallego. Pero Fraga
acertó con Aznar y es de
suponer  que  una  expe-
riencia así vale oro en po-
lítica. Sí, Aznar ha sido
un acierto y, ahora que se
va por propia decisión, da
pena comprobar la cicate-
ría  de  la  oposición,  el
PSOE el primero, incapaces siquiera de ocul-
tar su mezquindad y su envidia en una ocasión
como la que tuvieron en el Congreso. Pero se
encontraron con el efecto contrario, porque lo
único que lograron es resaltar la grandeza del
que se está yendo. Ajo y agua, pero una pena
para los usos domésticos. 

LLuuiissaa  PPAALLMMAA

REBOREDO Y SAÑUDO

B ajo la irrisoria

Presidencia
de Berlusconi
y a 46 años del Trata-
do de la Comunidad
Económica Europea,
la UE no ha sido ca-
paz  de  aprobar  su
Constitución.  Este
proyecto  ni  siquiera
constituye la Confe-
deración que De Gaulle, el menos europeís-
ta de los gobernantes continentales, temía
que naciera de la cooperación entre los es-
tados del Mercado Común. Sus temores de
1960 no estaban justificados. La unificación
económica y monetaria de Europa mantie-
ne con vigor su división política.      

Por su historia romana y su despegue re-
nacentista de la metafísica medieval, Italia
parecía destinada a ser matriz de los esta-
dos europeos y motor de su unidad espiri-
tual. En 1450 ningún reino occidental po-
día  igualar  la  potencia  política  ni  el
esplendor cultural de las repúblicas italia-
nas. Pero acontecimientos trascendentales
(conquista turca de Constantinopla, unión
de Borgoña y Bretaña a Francia, fin de la
Reconquista, descubrimiento de América,
insurrección de Florencia contra el hijo de
Lorenzo el Magnífico) hicieron posible en
Granada el Tratado franco-español (1500)
que legitimó el reparto de Italia, con ocu-
pación francesa del milanesado. El espíritu
italiano se tuvo que concentrar en el arte
(Leonardo, Miguel Ángel), la reflexión po-
lítica (Maquiavelo), la razón de Estado en
la Contrarreforma (Botero), la utopía (Bru-
no, Campanella), la ciencia (Galileo) y la
ilustración (Vico, Beccaria), hasta que las
insurrecciones de 1848, uniendo libertad e
independencia, pusieron a los italianos ante
la triste realidad de su poder subordinado. 
Tan triste que el primer patriotismo ita-
liano hubo de identificarse con el francés
para crear la República Cisalpina en Ligu-
ria, lo que no impidió que sonara con voz
antifrancesa, pero revolucionaria, el nacio-
nalismo del creador del teatro italiano, el
gran poeta Vittorio Alfieri. Tan triste que la
primera llamada a la Independencia, «des-
de los Alpes al estrecho de Messina», la hi-
zo Murat (rey francés de Nápoles) decla-
rando la guerra al Rey francés de Roma,
Napoleón. Poder tan subordinado que Cat-
taneo y Mazzini idearon conseguir la uni-
dad italiana mediante los  Estados Unidos
de  Europa,  que  promovían  con  patriotas
alemanes y polacos. Tan subordinado que
sin el apoyo de Napoleón III a Cavour, Víc-
tor Manuel II no habría emprendido la uni-
ficación e Independencia de Italia. Tan sub-
ordinado  que,  en  las  negociaciones  de
Versalles con Wilson, Lloyd George y Cle-
menceau, para reordenar Europa con la ga-
rantía de una Sociedad de Naciones, Orlan-
do sólo hablaba para reclamar Trieste. Tan
subordinado, en fin, que el fascismo tuvo
que someterse al nazismo.      

Sin declararse culpable del fascismo, la
ecléctica cultura de la posguerra  mundial,
no pudiendo actualizar la sinceridad  inte-
lectual de los diez años de «Risorgimento»,
ni la de los innovadores (Ferrero, Mosca,
Pareto, Croce, Gramsci, Gentile, D’Annun-
zio, Pirandello), inauguró la pedante sofisti-
cación de un viejo complejo de inferioridad
ante Francia, Gran Bretaña y EE UU. El

en  la  Guerra  Civil,  a
diferencia  de  la  iz-
quierda, y cristalizada
en  un  partido.  Pero,
además,  yo  añadiría
que  una  parte  de  los
que al PP votan no lo
hacen por  ser de dere-
chas, sino porque actú-
an  guiados  por  una
pulsión conservadora.
Nos encontraríamos, entonces, con un Go-
bierno de derechas, apoyado por un voto que,
en parte, no es exactamente derechista, sino
conservador. ¿Cómo es posible entender la
inusual diferencia que estoy estableciendo?
Yo diría que el voto formalmente de derechas
es el que responde a una convicción: se pro-
nuncia por una ideología y una práctica de-
terminadas. Bajo ellas, evidentemente, alien-
tan los intereses subyacentes a tal ideología.
Básicamente –dejando para posterior artículo
un análisis más detallado– entiendo, como
esencia de la derecha, la visión jerárquica de
la sociedad frente al igualitarismo. Cuando
tal sociedad jerárquica, la generalizada con
más o menos intensidad en nuestro mundo,
es puesta en cuestión en algunos de sus as-
pectos por las tendencias igualitaristas, el de-
rechista, votando en favor de ella, del orden
establecido, emite un voto que adquiere un
cariz conservador frente al cambio. Dere-
chismo y conservadurismo se solapan. Y es
la coincidencia que lleva a identificar ambos
términos. Pero puede darse otra eventualidad.
Es factible que el voto en favor del orden es-
tablecido resulte no tanto de un actitud que
se identifica con él, sino simplemente de la
inercia, del temor a que las cosas cambien,
que lleva a preferir que sigan como están. 

Hay momentos en que domina el deseo
del cambio, aquellos que llevaron al poder al
PSOE en el 82, y después a la decepción que
su gestión gubernamental, escorada hacia la
derecha, supuso. Como también, estos días,
en Cataluña ha prevalecido la voluntad de
cambio. Hay incluso instantes en que el pue-
blo clama por la revolución. Pero se dan, asi-
mismo, otros, como los actuales en gran par-
te de España, en que un sector importante de
la población prefiere, contento o meramente
resignado, permanecer en su situación vigen-
te a dar un salto hacia lo nuevo.     

¿Por qué esta actitud tan medrosa? Histó-
ricamente ha partido en importante medida
de la decepción provocada por el PSOE, y la
hábil campaña desencadenada contra él en
los medios de comunicación, que levantó al
PP. Pero hay otras razones hoy actuantes. La
primera es la conciencia de un relativo bien-
estar en una gran parte de la población, la
«mayoría satisfecha» de que habla Galbraith
en los EE UU. No viven nuestras clases me-
dias como las de tal país. Pero el recuerdo de
penurias pasadas y el carácter sufrido, poco
exigente, de nuestra población hace que mu-
chos se sientan nuevos ricos, a pesar de sus
dificultades para llegar a fin de mes. El cons-
tante bombardeo propagandístico impulsa la
ilusión. En plena alienación se vive el placer
inmediato del automóvil pretencioso, la es-
capada del puente y la ingestión del cordero.
Y sobre estos elementales placeres podero-
sas voces agoreras proclaman amenazadora-
mente la catástrofe que seguirá a cualquier
intento de un futuro innovador.

CCaarrllooss  PPAARRÍÍSS