2004-01-12.LA RAZON.EL FACTOR IRLANDÉS AGT
Publicado: 2004-01-12 · Medio: LA RAZON
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OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES OTRAS RAZONES 22 20 30 22 24 LA RAZÓN LA RAZÓN LA RAZÓN LA RAZÓN LA RAZÓN DOMINGO, 11 - I - 2004 LUNES, 12 - I - 2004 LUNES, 12 - I - 2004 LUNES, 12 - I - 2004 DOMINGO, 11 - I - 2004 OTRAS RAZONES EL FACTOR IRLANDÉS LA DERECHA ARISTOCRÁTICA tos secretos que re- chazó el jefe del go- bierno clandestino De Valera. Acusado de traición por sus com- pañeros católicos del norte, este irlandés de Nueva York devino jefe del Ejecutivo del Estado libre, después ministro de asuntos exteriores y por fin presidente de la Repú- blica (1959) hasta la entrada de Irlanda en la Comunidad Europea (1973). Como Sala- zar, apoyó sin reservas la dictadura de Fran- co. A los mil ciento ochenta años exactos de la muerte de Alcuino en su abadía, un ir- landés católico del Eire accede por turno a la presidencia semestral de la Unión Euro- pa. Si no puede lograr que se suprima el in- necesario Preámbulo del Tratado Constitu- cional o que se mencione en él al cristianismo, si carece de capacidad política para reconducir hacia la unidad europea las divergencias de las católicas España y Polo- nia, debe procurar al menos que, bajo Pre- sidencia irlandesa y tal como se hizo con Erasmo, el precursor Alcuino sea conocido y admirado en toda Europa. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO S i lo esencial de la derecha resi- de en su con- cepción jerárquica de la sociedad, tal como exponía en mi anterior artículo, la diversidad de criterios para esta- blecer dicha jerarquía determinará una plura- lidad de versiones dentro del común impulso derechista. En es- te sentido hemos asistido a tres grandes cris- talizaciones sistemáticas de la derecha: la aristocrática, la fascista y la burguesa capita- lista. A ellas podemos añadir, de un modo más difuso, las tendencias de la religiosidad conservadora en distintas religiones y confe- siones, desde los fundamentalismos islámi- cos hasta las organizaciones actuales de un catolicismo intransigente y combativo. Creo que diferenciar y analizar este amplio mun- do, captar sus sentidos, es necesario frente a la ambigüedad del actual lenguaje político, en que la trasparencia de las identidades se ha disuelto en plena ceremonia de la confusión. La que podemos designar como derecha aristocrática constituye la primera forma en que la derecha se manifiesta. Justamente en los albores de la Edad Contemporánea, cuan- do se establece, con términos por demás for- NOTABLE SURREALISMO Es tan cumplidor de su palabra que, hasta el final, Aznar ha dado buena muestra de ello convocando de nuevo las elecciones generales justo al término de la legislatura. En democracia, esta precisión se considera un fac- tor de estabilidad, y no está nada mal tenerlo en cuenta, especialmente ahora, cuando más de uno desea que el «esqueleto» del Estado pa- dezca de osteoporosis. Véase, por ejemplo, a es- te PSOE que, en época de rebajas, nos ha obse- quiado con sus 17 particiones de la nación. Así, hala, como regalo de Reyes y encima Zapatero lla- ma «ignorantes» a quienes no comparten su su- rrealismo. Se ve que se les ha indigestado el pa- vo desde el dolor de barriga que adquirieron con el tripartito catalán. Tratando de arreglarlo, han montado lo del «comité de notables» como asesores del candidato Zapatero. Esto no ten- dría más comentario si no fuera porque los popes socialistas están recluta- dos con el fin de dar la imagen de que, a pesar de las propuestas divisorias de su pupilo, defienden la unidad de España, vaya a ser que su propio electorado, que sigue siendo muy sensato, se les espante definitivamente. Pe- ro esto suena a que te las den con queso. Además, conociendo el percal de algunos «notables», una tiene la sensación de que más de uno está agazapa- do en ese «comité de ideas geniales» hasta ver qué sol brilla el 14 de marzo. Por desgracia, tan- to surrealismo no lo arreglan antes de dos meses. LLuuiissaa PPAALLMMAA REBOREDO Y SAÑUDO E l pueblo irlan- dés ha im- puesto al mun- do el reconocimiento de su vigorosa perso- nalidad. No hay emi- grante de la pobreza irlandesa a los EE UU que no haya lle- vado consigo el espí- ritu combativo e inso- bornable de la poética Irlanda. Las películas de John Ford (he vuelto a admirar en La 2 «Un hombre tranquilo») manifiestan, en au- ténticas obras de arte, la singularidad irlan- desa de unir la vida cotidiana a la poesía, la pasión individual al canto coral, el barbaris- mo épico a la civilización, el puñetazo a la «bonhomía», el trabajo esforzado al ocio vi- ril. Un modo de ser céltico que condicionó el modo de estar irlandés en el mundo cris- tiano. Si los nombres de «Eire» y «Ulster» evo- can dos siglos de conflicto religioso y na- cionalista, de hambre, guerrilla y terror, el de la dulce Irlanda está vinculado desde la alta edad media a la primera idea política y literaria de la unidad de Europa, al primer soplo unitario de la Cristiandad. Fueron los monasterios irlandeses quienes impusieron su modelo de enseñanza en Escocia y norte de Inglaterra, educando así en la cultura hu- manista de Boecio y san Isidoro de Sevilla al «maître à penser» de la incipiente civili- zación occidental, al preceptor de Carlo- magno y de sus hijos, el monje anglosajón Alcuino. En los entretenimientos literarios de la Corte de Aquisgrán, precedente de los jue- gos versallescos, Carlomagno se hacía lla- mar David, Alcuino era Horacio y Angil- berto encarnaba a Homero. La escuela de Palacio dramatizaba de este modo ingenuo el ideal de la síntesis cristiana de las cultu- ras hebraica, griega y romana. Pero investi- gadores modernos (Dubuisson, Brooke, Du- mézil) han confirmado que «la Irlanda profunda, desbordando el cuadro religioso, agregó al latín de Boecio una visión de la sociedad cercana a la expresada desde dos siglos antes por los monjes celtas que pre- servaron y transmitieron la literatura paga- na y cristiana de Irlanda». En la película de Ford, las insignias pétreas de la religión cél- tica y las dos Iglesias bíblicas bendicen el escenario donde el casamentero llama igual- mente «homéricos» al amor que derrumba la cama de bodas y al combate pugilístico entre los antagonistas. Al año siguiente de la independencia de su país, el poeta de «Música de Cámara» y novelista de «Gentes de Dublín», James Joyce, retornó a las fuentes del humanismo monacal irlandés para bautizar con el nom- bre de Ulises a una de las obras más simbo- listas de la literatura moderna. Aunque el es- tilo no me convence, al hacer protagonista al propio lenguaje, su creación se sitúa bajo la mirada renacentista de las Etimologías de Isidoro. La división actual de Irlanda es un resi- duo lastimoso del Acta de Unión a Gran Bretaña (1800), decretada tras el fracaso de la revuelta revolucionaria de 1798. Después de dos años de sangría sin cuartel, Inglate- rra reconoció la independencia de Irlanda del Sur en 1921, separada del Ulster nórdico de mayoría protestante, mediante unos pac- tuitos, según las posi- ciones en la Asamblea Francesa, la diferencia entre la derecha y la iz- quierda. Frente al im- pulso revolucionario representa la defensa del Antiguo Régimen, protagonizada por la aristocracia y el alto clero. En este sentido, encarna el esfuerzo de pervivencia de las for- mas de poder que han presidido la historia europea desde la Edad Media, cuando éstas entran en crisis por la acción, en el terreno ideológico, de la Ilustracion y, en el práctico, de los crecientes cambios tecnológicos y la urbanización. El criterio jerárquico se basa, entonces, en el ancestral mito de la nobleza de sangre. Ini- cialmente arranca el status nobiliario de la ha- zaña, pero tales orígenes bélicos van quedan- do enterrados en los escudos heráldicos, sustituidos por una forma de vida centrada en el refinamiento y el ocio. El guerrero se hace cortesano, aunque muchas veces mantenga sus aficiones militares. La descripción de la historia de la «clase ociosa», surgida de los cazadores y guerreros, que realizó brillante- mente Veblen en el libro que lleva tal título, sería ilustrada fielmente por la clase de los aristócratas. Pero quizá la más aguda pintura crítica de esta evolución es la que nos legó Cervantes en el amplio relato de la estancia de don Quijote y Sancho en la morada de los duques. Aunque todavía una parte de la no- bleza sigue peleando en los campos de bata- lla europeos al servicio de la monarquía es- pañola, los duques representan ya la transformación decadente de esta clase social. Sobrevive la cacería, remedo de la guerra aje- no a su esfuerzo y peligro, pero, señalada- mente, emerge el ocio, persiguiendo las más fantasiosas diversiones, organizadas no tanto por los mismos duques, como por la imagi- nación de sus sirvientes. Y nada resulta más elocuente de su desvalorización del mundo heroico que el modo en que los ideales caba- llerescos encarnados por don Quijote son ob- jeto de burla. Como también su altivo desdén por las clases populares es significativamente expresado por el encumbramiento de Sancho a gobernador, esperando un divertido espec- táculo, que queda frustrado por la sensatez del escudero. El sentido jerárquico del modelo aristocrá- tico es típicamente acentuado, no sólo entre nobles y plebeyos, también en la relación en- tre sexos. Y en el mantenimiento de esta or- ganización clasista del poder, la educación di- ferenciada juega un papel decisivo. Primero fue el adiestramiento en el manejo de las ar- mas, reservada al caballero, y el desprecio de los trabajos corporales. Después será objetivo de la educación la adquisición de los moda- les, conocimientos y habilidades propias del varón noble, mientras las niñas y jóvenes son sometidas a una preparación para el hogar y la vida social. A algunas amigas he oído rela- tar la reverencia en catorce tiempos que se en- señaba en los colegios del Sagrado Corazón. No deja de pervivir esta primera forma de la derecha, pero el desarrollo de los tiempos ha obligado a nuevas encarnaciones del im- pulso derechista que, estimado lector, te invi- to a que analicemos en ulteriores artículos. CCaarrllooss PPAARRÍÍSS