1996-12-01.ABC.EL ESCOLLO DE LA GRAN MENTIRA AGT.3

Publicado: 1996-12-01 · Medio: ABC

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DOMINGO  1-12-96 

CULTURA 

ABC  / 67 

«El escollo de la Gran Mentira»-

«Lo que impide salvar la barrera de escoria 
ideológica que guarnece a la Gran Mentira es la 
casi imposibilidad de cambiar la opinión pública 
fabricada por quienes tienen poder para imponerla» 

«Como forma de gobierno, la democracia tiene que 
garantizar la libertad política y el juego limpio de 
los grupos organizados, para evitar el señoril 
pastoreo de los partidos sobre la sociedad» 

Cibeles, como el último refugio  de la ética y 
de la resistencia intelectual ante la contami 
nación ideológica que embadurna de inmora 
lidad  y de  falsedad  a  todo  lo  que  sirve  de 
sostén a esta Monarquía de partidos. 

No se  trata  de  reproducir  un  debate  sin 
sentido actual entre las formas abstractas del 
Estado, ni  de añorar  una  forma  republicana 
que no realizó en España la democracia, sino  • 
de desvelar la Gran Mentira de la Monarquía 
de partidos, sin necesidad de recurrir al arse 
nal ideológico de la Segunda República. Que 
siendo, como fue,  liberal y decente, no pudo 
ni supo ser democrática  por su  dependencia 
de la forma  parlamentaria  de gobierno y del 
auge de las utopias  anarquista  y comunista 
en las clases dominadas. 

¿Qué ofrece la democracia? 
En cambio, la alternativa  que ofrece  la de 
mocracia  supondría  un giro sustantivo en la 
vida  política.  Los partidos  y sindicatos  de 
jarían de ser estatales y volverían a ser socie 
tarios.  El cuerpo  electoral  recuperaría  su 
señorío  sobre  los  diputados  de  distrito.  El 
jefe de Estado o el de gobierno  recibirían  su 
mandato  irrenovable  de los electores,  y no 
del  Parlamento.  La  Cámara  Legislativa 
tendría efectivos  poderes de control sobre el 
poder ejecutivo, y las minorías un derecho de 

«La transición española fracasa 
como proyecto de democracia 
política. Pero en la opinión 
triunfan los valores de liberación 
civil y de igualdad social» 

investigación  y control sobre la mayoría. La 
autoridad judicial  no dependería  de las pro 
mociones  del  poder  político.  La  autoridad 
monetaria  estaría  sometida  a un  proceso de 
designación  y de  control  democrático.  Los 
oligopolios editoriales  serían  ilegales.  Las 
Universidades  garantizarían  la libertad  de 
cátedra.  En  todo esto  hay  desde  luego  mu 
chos ideales, pero ni una pizca de ideología o 
de utopía. 

Las ideologías  políticas  aparecen  -cuando 
la coherencia entre el poder y su «idea» desa 
parece- para  salvar  el abismo  que  separa  la 
realidad del régimen de poder y la de los valo 
res imperantes en la opinión pública. Y la se 
paración  se produce  si fracasa  un  proyecto 
político y triunfan  las ideas que lo habían pro 
movido. 

La Revolución francesa,  a diferencia  de la 
de Estados  Unidos, fracaso  como reyolución 
democrática,  pero las ideas de libertad  y de 
igualdad  triunfaron  en  la  opinión  pública. 
Los doctrinarios dan entonces a la Restaura 
ción  la  ideología  del liberalismo.  La  transi 
ción  española  fracasa  como proyecto  de de 
mocracia  política. Pero en  la  opinión  triun 
fan  los  valores  de  liberación  civil  y  de 
igualdad  social. La instauración  de una Mo 
narquía  oligocrática  requería,  por  eso,  que 
fuera presentada por los doctrinarios del con 
senso como democracia social, es decir, como 
democracia ideológica. 

Por esta  razón,  lo que  se debe  esperar  de 
una  nueva  reflexión  sobre la democracia  no 
es un análisis  sociológico de la realidad polí 
tica, cosa  que ya está  hecha  en lo mejor  del 
pensamiento  europeo  anterior  a  la  guerra 
mundial, sino una teoría normativa  de la de 
mocracia política y otra teoría descriptiva de 
la  democracia  social  que  den  razón  sufi 
ciente, en dos conceptos separados, de la do 
ble  significación  de  la  democracia:  como 
forma neutral de gobierno'para todos, y como 
pauta de justicia social para la política guber 
namental de la izquierda. 

Como forma  de  gobierno,  la  democracia 
tiene  que garantizar  la libertad  política  y el 
juego hmpio de los grupos organizados, para 
evitar  el señoril  pastoreo  de los partidos so 
bre  la  sociedad  y la  corrupción  inherente  a 
las formas  de dominación oligárquica. Como 
pauta  de justicia,  la  democracia  nos apro 
xima a la igualdad de condiciones, a la igual 
dad inicial y ñnal de oportunidades, que de 
manda el sentimiento común de pertenecer a 
un  mismo  pueblo,  el  de  ser  partícipes  del 
mito fundador  de la comunidad política. 

Esta dualidad de las raíces históricas de la 
democracia,  esta  doble expresión  en  ella de 
la vida de la razón política en el gobierno y de 
la vida de la  razón  mítica  en  la sociedad, la 
hace  propensa  a  convertirse  en ideología. Y 
la función actual de la democracia como ideo 
logía es ocultar  la realidad  oligárquica  de la 
vida política y social en el Estado de partidos. 

«Esto» no es la democracia 
En realidad,  todas  las ideologías  son  par 
cialmente  verdaderas  y totalmente  engaño 
sas. El carácter  inseparable  de los ideales li 
bertarios e igualitarios  que se expresan  con 
la voz democracia obliga a un esfuerzo de cla 
rificación histórica  y conceptual  para impe 
dir que la democracia social, como ideología, 
haga imposible la conquista de la democracia 
política  como forma  de  gobierno.  La  falsa 
creencia de que «esto» es la democracia pro 
viene de una engañosa ideología del saber de 
mocrático, engendrada  por los partidos polí 
ticos  y sus  intelectuales  para  disfrutar-  con 
buena conciencia de las posiciones de privile 
gio ocupadas en el Estado. 

El escollo último que impide al público, y a 
las masas consumidoras  de opinión  pública, 
acceder  al conocimiento  del engaño  político 
que adormece sus conciencias no está en esa 
vulgar mentira  que llama libertad  política y 
democracia  a lo que es simple oligarquía  de 
partidos. Tampoco está  en la falsa  creencia 
de  que los  actuales  sistemas  europeos  son 
parlamentarios y traen su causa deinocrática 
de la Revolución francesa. Lo que impide sal 
var, con la verdad, la barrera  de escoria ide-

«El pánico a que se haga 
necesario un cambio de régimen, 
por la quiebra del actual, hace 
de su maldad institucional un 
fruto circunstancial de malos y 
desaprensivos gobernantes» 

ológica que guarnece a la Gran Mentira es la 
casi imposibilidad  de cambiar la opinión pú-
bUca cuando  está  fabricada  por  los mismos 
que tienen el poder de imponerla. 

Una opinión pública engañada sistemática 
mente por los medios de propaganda de la oli 
garquía de partidos no eUmina las opiniones 
inteligentes  y sanas, pero les quita  firmeza. 
El sentido común vacila incluso ante las evi 
dencias que contradicen  las creencias comu 
nes, y'Uega a dudar hasta de sus propios fue 
ros.  Sabe  que  la  mayoría  de  la  que  forma 
parte no cree ya en el sistema, pero le impre 
siona  más que siga fingiéndolo.  Enfrentarse 
a la opinión  púbUca, por amor a la verdad o 
para  cambiar  su dañino criterio, no sólo pa 
rece  un  esfuerzo  inútil,  sino más  peligroso 
para  los individuos  de lo que  sería,  para los 
pueblos, dejarse  ir con la corriente. El deber 
calla si la adulación y el interés hablan. 

Enfangarse en el empeño 
Aunque ha desaparecido el miedo político a 
las nuevas ideas, el temor a ser convencidos, 
o parecer  engañados,  inclina  todavía  a los 
espíritus  «realistas»  a  seguir  enfangándose 
en  el  engaño  presente.  El  pánico  a  que  se 
haga necesario un cambio de régimen, por la 
quiebra del actual, hace de su maldad institu 
cional un fruto  circunstancial de malos y de-

«La opinión pública sostenida en 
la Gran Mentira sólo se mudará 
en opinión democrática por la 
evidencia de los hechos 
motivados de la acción política» 

saprensivos gobernantes. Así se pone la tabla 
de salvación en un mero cambio de personas 
en el gobierno. Pero sin más autoridad que la 
del sistema que la eleva para no hundirse con 
ella,  la  esperanza  de  honestidad  futura  se 
inaugura con distinciones a la deshonestidad 
pasada  y lavados  de la responsabilidad  pre 
sente. 

Si se mira  la  historia  del mundo  se  com 
prueba  que no son las ideas ni las personas, 
sino los  hechos, los que pueden  hacer  cam 
biar  de opinión  a la  mayoría  de un  pueblo. 
Para  Tocqueville,  que  sin  embargo  ponía  a 
las  ideas  por  delante  de los hechos,  cuando 
prevalece un sentimiento de igualdad social, 
«es menos la fuerza  de un razonamiento que 
la  autoridad  de un  hombre  lo que  produce 
grandes  y rápidas  mutaciones  de las opinio 
nes». 

La  opinión  pública  sostenida  en  la  Gran 
Mentira solamente se desplomará, y mudará 
en  opinión  democrática,  por la evidencia  de 
los hechos  derivados  de la  acción  política: 
bien sea de la acción inñel de los gobernantes 
a su propia mentira, como ha sucedido en Ita 
lia y está ocurriendo ya en España; o bien sea 
de una  acción  consciente  de los  gobernados 
dirigida  a  deslegitimar  el régimen  que  está 
desintegrando la conciencia nacional a la vez 
que la moralidad social y pública». 

Antonio GARCÍA TREVIJANO 

ABC (Madrid) - 01/12/1996, Página 67
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