2001-11-22.LA RAZON.EL EPIFENÓMENO TERRORISTA AGT

Publicado: 2001-11-22 · Medio: LA RAZON

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OTRAS RAZONES
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LA RAZÓN
LA RAZÓN
LA RAZÓN
LA RAZÓN
LA RAZÓN
LUNES, 19 - XI - 2001
JUEVES, 22 - XI - 2001
JUEVES, 22 - XI - 2001
MIÉRCOLES, 21 - XI - 2001
LUNES, 19 - XI - 2001

OTRAS RAZONES

EL EPIFENÓMENO TERRORISTA
E l gran proble-

EXACTAMENTE UN OSO

ma de los paí-
ses  árabes,  lo
que  los  distingue  de
los pueblos que die-
ron dimensión estatal
a  su  conciencia  de
identidad política na-
cional, no está en los
valores culturales que
los aferran a costum-
bres diferentes del modo de vida occiden-
tal. La diferencia cultural no ha sido por sí
sola obstáculo insalvable para que la forma
occidental del Estado nacional se adapte a
otras concepciones del mundo muy distin-
tas de la cristiana. Turquía lo ha demostra-
do. Lo que hace de los árabes un caso pe-
culiar  en  la  historia  de  los  pueblos  que
fraguaron grandes civilizaciones, no es su
fidelidad al Islam o a las tradiciones socia-
les musulmanas, pero sí su incapacidad pa-
ra liberarse del colonialismo europeo, do-
tándose de un Estado propio a la medida de
toda la gentilicia Nación árabe o, si esta vo-
cación no era realizable sin otro líder pro-
fético como Mahoma, sintiendo al menos el
hecho nacional al unísono con las aspira-
ciones a la Independencia de cada Estado
territorial. 

El nacionalismo islámico ha operado po-
líticamente como el perro del hortelano. Ni
se ha transformado en un estado islámico ni
ha permitido la consolidación de naciona-
lismos locales en los países musulmanes.
La  historia  moderna  de  Turquía,  Siria  y
Egipto está marcada por el conflicto de sus
nacionalismos territoriales con el panara-
bismo sentimental y retórico de los musul-
manes en general y de la Casa Saudí en par-
ticular. La fundación del Estado de Israel no
creó este problema, pero lo agudizó y com-
plicó al dar una bandera de combate al na-
cionalismo palestino y un estandarte de po-
lítica  internacional  al  panarabismo.  El
oportunista Nasser unió el estandarte a la
bandera. Y su fracaso hizo retroceder el na-
cionalismo árabe, con sucesivas derrotas
militares y el equívoco neutralismo de Ban-
dung, a la situación de conformismo estatal
y agitación fundamentalista que hoy lo de-
finen. El kemalismo turco triunfó en el mis-
mo terreno ideológico donde fracasó el na-
serismo  egipcio.  La  secularización  del
Estado parece incompatible con el naciona-
lismo árabe. Atartuk lo comprendió. La am-
bición de Naser, más propia de un califa
que de un jefe de Estado, no sólo marchó a
contrapelo del nacionalismo egipcio y los
celos de Arabia Saudí, sino que provocó la
reacción fundamentalista donde anidó el
primer brote importante de terrorismo islá-
mico. 

Las convulsiones políticas en Irán y Af-
ganistán, dos países islámicos pero no ára-
bes, junto al colaboracionismo occidental
de Jordania, Túnez y Marruecos, la rendi-
ción de Libia, la resignación de Irak, el gol-
pe de Estado contra los resultados electora-
les  de  signo  integrista  en  Argelia,  el
occidentalismo del baasismo sirio, la hibri-
dez de Pakistán, la domesticación de Arafat
y el consorcio petrolero de la corrupta Mo-
narquía saudí y los Emiratos, confirman mi
tesis de que el terrorismo islámico es un
epifenómeno político, sobrepuesto a la im-
potencia de la Nación árabe para constituir-
se en Estado islámico, nutrido por la impie-

dad  religiosa  de  la
clase  gobernante  y
sostenido por la hipo-
cresía de las monar-
quías amigas de Esta-
dos Unidos. Que sea
un  epifenómeno  no
quiere decir que el te-
rrorismo islámico sea
poca cosa, pero sí que
se trata de un sobrefe-
nómeno, un fenómeno sobrante en el Islam,
carente de sustantividad que se sostenga a
sí misma. No tiene luces propias.

La guerra mundial al terrorismo no tiene
más valor y otro sentido que el de una me-
táfora. El valor y sentido que tendría llamar
a los bomberos para apagar fuegos fatuos.
La fosforescencia del terror no la produce
un ejército de terroristas al que se pueda
desarmar en combate, sino los cadáveres
que se acumulan en la confluencia de las
avenidas del fanatismo con las calles de la
ambición de poder y las callejuelas de la
envidia del Estado. La guerra de Afganistán
sólo habrá servido para sustituir un régimen
de fanáticos por otro de «entrebandistas», y
para demostrar, a los que se instruyen por
el acontecimiento, que no era necesaria. 

AAnnttoonniioo  GGAARRCCÍÍAA  TTRREEVVIIJJAANNOO

E norme  fuerza

y fortaleza ex-
traordinaria.

Cuando el Congreso
USA  aprueba  el  pa-
quete antiterrorista de
Bush  actuó  con  esa
fuerza y esa fortaleza
según  el  flamante
–mejor, 
llameante–
Jiménez  de  Parga.
Medidas que suponen una violación frontal
de garantías constitucionales son alabadas
hasta el paroxismo por el nuevo presidente
del Constitucional. Sus declaraciones des-
pués de ser investido del poder y la gloria
han sintetizado el fulgor del Estado demo-
crático. En pleno descenso sinaítico, con las
tablas de la ley en las manos y en la sangre,
devenido  oráculo  de  la  Constitución  por
obra y gracia de su investidura solónica,
don Manuel regurgitó las esencias jurídicas
del Imperio. Enorme fuerza y fortaleza ex-
traordinaria. Detenciones arbitrarias sin más
fundamento de garantía que la sospecha po-
licial, sin tan siquiera informar al detenido
de la causa de su encarcelamiento; inter-
vención policial de las conversaciones en-
tre los detenidos y sus abogados; violación
de las comunicaciones postales, telefónicas
y electrónicas; eliminación del «habeas cor-

PERIODISTAS

P or Julio Fuentes, por Miguel Gil, por

Juancho Rodríguez que murieron por
ella y por los miles de gentes de la más
diversa condición y gobierno que perseveran
en ella me siento orgulloso de pertenecer a
esta venenosa profesión. Por todos, desde la
más rutilante estrella al más sufrido becario,
desde el más afamado conductor de progra-
ma al que cubre una rueda de prensa y desde
el más incisivo columnista hasta al que hoy
sólo pondrá un pie de foto. Todos somos sim-
plemente periodistas. Todos somos «de los
nuestros».

Pero hoy desde el dolor y en memoria de
Julio Fuentes, es quizá el buen momento de
denunciar a los que nada tienen que ver ni con
él ni con nosotros. A esa caterva que preten-
de inundarnos de porquería haciéndose pasar

por lo que no son. A esos
que  engordan  en,  con  y
de la basura, que se han
clonado con quienes tie-
nen como único oficio el
de parásito y cuya única
razón para la fama es la
venta de las palpitaciones
de su bajo vientre. Esos
no son de los nuestros. Por respeto a Julio
Fuentes que no se confunda a los miles de pe-
riodistas, sobre todo a los más humildes y
anónimos, con esa gentuza que esta pervir-
tiendo la imagen de esta «canalla» pero hon-
rada profesión y osa decir que su pocilga tie-
ne algo que ver con la libertad de expresión.

AAnnttoonniioo  PPÉÉRREEZZ--HHEENNAARREESS

REBOREDO Y SAÑUDO

pus»; establecimiento
de tribunales militares
para causas antiterro-
ristas contra extranje-
ros. Así de esplendo-
roso es el repertorio
jurídico  del  Imperio
que  ha  seducido  al
nuevo  presidente  de
nuestro 
Tribunal
Constitucional. Medi-
das que aquí constituyen delito y que son
inconciliables con la Constitución encien-
den de gozo las viejas arterias de nuestro
eximio constitucionalista. En USA están
siendo censuradas por juristas, políticos y
comentaristas de muy diversa filiación ide-
ológica que no pueden aceptar la mutilación
de  la  libertad  y  la  seguridad  jurídica  en
nombre del antiterrorismo y la seguridad
del Estado. El establecimiento de la razón
de Estado en lugar de la razón jurídica. La
aplicación de la lógica de la guerra sobre la
lógica del Estado de Derecho. Esa aquélla
la que conduce al despropósito de que se
prevean tribunales militares para juzgar a
presuntos terroristas siempre que sean ex-
tranjeros, pues un asesor residencial –Albert
Gonzáles– entiende que la «metodología»
propia de los tribunales ordinarios, sus ga-
rantías y sus reglas, son un engorro en la
guerra legal contra el terrorismo. Es la lógi-
ca de la emergencia la que conduce a que
los inquisidores de siempre planteen el de-
bate sobre la «tortura legal», es decir, sobre
el derecho a torturar siempre que se sospe-
che que el detenido conoce hechos de gran
relevancia para evitar catástrofes terroristas.
No ha muerto la estirpe de los que lloran en
secreto la abolición de la tortura y creen que
es tiempo propicio para dejar de llorar. En
tales circunstancias, el presidente de nues-
tro Constitucional entona una endecha de
alabanza, una jarcha de amor, a la fuerza y
fortaleza USA frente al terrorismo. Nada
mejor para defender la libertad y la justicia
que romper las tablas de la ley. Nada mejor
para luchar contra el enemigo que una sa-
bia combinación del garantismo institucio-
nal y el terrorismo de Estado.

Tras empuñar así la adarga –toda fanta-
sía–  y  enristrar  la  lanza  –toda  corazón–
nuestro eximio jurista confiesa su arrobo
ante  la  unidad  norteamericana  en  la  res-
puesta contra el terrorismo. No hay allí nin-
gún lehendakari de Oklahoma que se opon-
ga  aduciendo  agravios  y  competencias.
¡Qué alegría más alta no tener lehendakaris
ni autonomías ni demás túrpidos obstáculos
a la fortaleza del Estado! El juez más re-
presentativo de nuestro supremo intérprete
de la Constitución arremete contra el Estado
de las Autonomías y el Gobierno vasco con
la resolución del soldurio que ve en peligro
a su señor. Hay que agradecerlo. Hace in-
necesario el camino de la sospecha o la con-
jetura. Diz que se dice que un tal mister
Smith preguntó a su amigo misterBrown:
«¿Qué es un oso?». Ante tan recia interpe-
lación, misterBrown reflexionó gravemen-
te y contestó: «Mire usted, misterSmith, un
oso es siempre un oso». Ni mona de seda ni
doliente res inmóvil. Un oso es exactamen-
te un oso. En este tiempo hostil propicio al
odio, donde apenas hay sitio para mante-
nerse erguido, un oso es siempre un oso.

JJooaaqquuíínn  NNAAVVAARRRROO