1999-06-21.LA RAZON.EL CLUB DE LOS OCHO AGT

Publicado: 1999-06-21 · Medio: LA RAZON

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EL CLUB DE LOS OCHO
LA RAZÓN. LUNES 21 DE JUNIO DE 1999
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO
El grado de moralidad de las naciones se mide, quién lo diría, por cantidades. Hoy prevalecen las de orden económico global. Producto nacional bruto y participación en el comercio mundial. Los baremos industriales que regían en la época del desarrollo permanentemente acelerado -renta por cabeza; consumo de cemento y electricidad por habitante; coches, teléfonos, televisores y ordenadores por familia; puestos escolares y médicos por unidad de superficie- han dejado de tener significado de civilización técnica o de cultura moral. Los ocho países más potentes del mundo se han constituido, privadamente, en tribunal de justicia para la humanidad. Son ellos, y no la ONU, quienes han puesto fin a la guerra en Yugoslavia cuando la utilidad marginal de la destrucción era ya despreciable. Países como Suiza, Dinamarca, Finlandia, Holanda, Nueva Zelanda y otros pequeños países altamente civilizados, cuya renta per capita y gastos en educación, instrucción y sanidad supera la media de los ocho, no están en ese íntimo club de potentados «humanistas».
Para hacemos una idea cabal de lo que esto significa para el mundo actual, para calibrar la verdadera índole del fenómeno que consagramos, bastaría con trasladarlo imaginariamente al interior de cada nación. Las ocho empresas mayores, las ocho primeras fortunas, los ocho presidentes ejecutivos de ellas, constituidos en tribunal supremo de la guerra o la paz, del valor del dinero, de la cuota fiscal, de las oportunidades de negocio y trabajo para los demás, de la distribución de las rentas, de lo correcto e incorrecto en las ideas y costumbres. Sinceramente, sin ironía, no creo que lo hicieran peor, o más injustamente, que los gobiernos de partido. Es más, sería incluso preferible. la comprensión de la política sería mayor en los gobernados, y el engaño o decepción que sufrirían, menor. Aunque los resultados fueran casi los mismos, su inferior costo abarataría la producción de leyes y de personal dedicado a la política.
Si lo pensamos bien, caeremos en la cuenta de que la idea no es tan descabellada como pueda parecer a primera vista. En el fondo, es lo que ya está sucediendo. La clase reinante, la clase política, los gobiernos, sean del color que sean, ejecutan los intereses, cuando no las órdenes, de la clase dominante, la que emplea, la que invierte, la que dicta los valores ideológicos a los formadores de la opinión pública. Y de todos los estudiosos de la cosa social es sabido que la situación ideal de equilibrio, la más estable y menos susceptible de cambio, se ha producido en la historia cuando la clase dominante se convirtió también en clase reinante. Ese era el secreto de la larga duración de todas las formas de absolutismo político. Sin embargo, la necesidad de vivir engañados es tan consustancial y tan ilusionante para los dominados, cuando la libertad les alcanza, que la claridad de juicio en la clase dominante, para convertirse en reinante, le llega demasiado tarde, es decir, cuando ya no tiene remedio su error de haber confiado sus intereses, en los momentos más delicados, a la clase gobernante. La historia de los miopes gobiernos que preceden a las revoluciones lo confirma.
El G8 no sabe el alcance de su compromiso. Ayer con la paz en los Balcanes; hoy con los alimentos envenenados. El apogeo por el apogeo, como el arte por el arte, anuncia el comienzo de la decadencia. No era necesario humillar tanto a la Unión Europea y a la ONU. El club de los ocho, para dar una salida no vergonzante a la OTAN, se ha puesto tales ínfulas wagnerianas en la cabeza que a partir de ahora no pueden más que calentársela. El poder no se ha movido de sitie. Pero lo que parecía ser un signo de potencia imperial estadounidense, la autonomía de la OTAN, el club privadísimo de ¡os ocho lo ha convertido en un signo de decadencia. EE.UU pierde en soberbia lo que los otros seis más Rusia ganan en vanidad.