2003-05-05.LA RAZON.EL CASO DE AZNAR AGT
Publicado: 2003-05-05 · Medio: LA RAZON
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EL CASO DE AZNAR LA RAZÓN. LUNES 5 DE MAYO DE 2003 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Todos los gobernantes, por el solo hecho de serlo, están expuestos a la maledicencia pública. Como opositor a todo tipo de gobierno que no sea democrático en su origen y en su ejercicio, siempre he procurado distinguir entre la crítica a las instituciones, que ha sido el objetivo de todas mis publicaciones, y la crítica a las acciones personales de quienes las presiden, de las que sólo me ocupo cuando, además de objetivamente inmorales, son infamantes para los gobernados. Esta disciplina mental me ha evitado caer en el vicio de la difamación, tan habitual en las costumbres malsanas de los partidos de oposición. Jamás ataqué a Franco, al Rey, a Suárez, a Felipe González o Aznar por lo que, sin pruebas, se suponía o se decía de ellos. Me bastaba con padecer la bastardía de sus acciones públicas o secretas de gobierno para legitimar, ante mi conciencia, la expresión del desprecio que reclamaban por su falta de inteligencia política, moralidad pública o sensibilidad cultural. El caso de Aznar presenta la simpática singularidad de haber anunciado con mucha anticipación su renuncia a ser reelegido. Este elegante gesto, digno de admiración en cualquier sistema político, me obliga a extremar la prudencia a la hora de juzgar la rusticidad de su antipática fanfarronería hacia los gobiernos, partidos y ciudadanos europeos que no comparten su belicosa postura ante Iraq. Si tan seguro está de haber acertado, ¿por qué tiene que ridiculizar a Francia y Alemania? Si se cree asistido por alguna razón manifiesta, ¿por qué ha de recurrir a las cazurrerías de la mendacidad en los debates parlamentarios con la oposición? Si ha violentado su propio sentimiento humanitario, ¿por qué necesita humillar a las muchedumbres pacifistas? La historia no juzga a los gobiernos por el balance de sus resultados como a las empresas. Ello sólo es posible cuando se confunde la política, que es una acción de dominio o liberación de personas, con la administración pública, que es una gestión de servicios o cosas. Ni el pecado ni el delito se compensan con virtudes. Cada uno tiene su modo específico de expiación. Si la Administración de Aznar ha sido buena en general, eso borraría su defectuosa actuación en asuntos singulares, por graves que hayan sido las consecuencias materiales de su error. Felipe González no está condenado ante la sociedad a causa de su corrupción personal, sino por haber corrompido a la clase dirigente para mantenerse en el poder. La historia no juzga a los gobernantes por sus errores técnicos, sino por los modos políticos de comenzar y terminar sus mandatos. Aznar comenzó perdonando a los principales delincuentes del gobierno anterior. Este tipo de generosidad mereció la condena de un gran filósofo inglés: «La piedad es verdaderamente cruel cuando evita que los criminales sean alcanzados por la justicia; entonces es más cruel que la crueldad misma, pues ésta no se ejerce más que contra individuos; mientras que aquella falsa piedad, a favor de la impunidad que procura, arma y empuja contra la totalidad de la gente honesta a toda la tropa de criminales» (Francis Bacon, «Dignidad y aumento de las ciencias»). Aznar termina su mandato animando y empujando una acción de guerra de EE UU contra Iraq, sin que el Ejército español participe en ella, de acuerdo con Gran Bretaña y contra la decisión no intervencionista de las principales potencias europeas, Francia y Alemania. Aparte de que la historia de Europa condenará la deslealtad de España al Tratado de la Unión (la de Inglaterra se da siempre por descontada), desde un punto de vista moral, y por eso político, considero aplicable al Gobierno de Aznar la justa reprobación que hizo el europeísta Romain Rolland a esta clase de conductas bélicas, en un artículo publicado en el «Journal de Genève» el 30 de octubre del fatídico 1914: «Encuentro la guerra odiable, pero mucho más a los que la cantan sin hacerla».