1994-07-18.EL MUNDO.ECUANIMIDAD DE BERLUSCONI AGT

Publicado: 1994-07-18 · Medio: EL MUNDO

Ver texto extraído
ECUANIMIDAD DE BERLUSCONI
EL MUNDO. LUNES 18 DE JULIO DE 1994
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
BERLUSCONI dicta leyes exculpatorias de la responsabilidad penal de la clase gobernante. El desprecio del poder a la moral y a la opinión de los gobernados sería imposible si no estuviera amparado en alguna ideología común, si gobernantes y gobernados no pensaran lo mismo, en un último juicio disculpatorio, sobre la corrupción de los poderosos. Más allá de la ley y del derecho, más allá del bien y del mal, y de la propia lucha por el poder, tiene que haber alguna creencia profunda que legitime la cara dura de los gobernantes y la cara blanda de los gobernados, para que con esas dos caras de la misma moneda ideológica se consagre la impunidad de la corrupción y la licencia al crimen político. Maquiavelo creyó descubrir este secreto en la razón de Estado. Pero estoy preguntando por el presupuesto ideológico sobre el que se monta la razón de Estado. Es decir, pregunto sobre la razón de la razón de Estado. Que ni siquiera para Maquiavelo reside en la fuerza. Ya que su obra es una didáctica de cómo conquistar y conservar el poder según sea el estado de las creencias sociales en las ciudades y el clima psicológico en los ciudadanos. De otra forma, el Príncipe no necesitaría consejos. 
La idea de que el poder corrompe no explica que también corrompa a los que no lo tienen y, sin embargo, apoyan o toleran la corrupción política. La razón de la impunidad de la corrupción está en dos ideas-creencias que conducen a la resignación ante la licencia al crimen político. Ambas están encerradas en los falsos tópicos de que «así es la condición humana» y «nada de lo que es humano me es ajeno». El efecto de estas creencias de la inconsciencia cínica es mortal para la Humanidad. El crimen pertenece, en efecto, a la condición humana. Pero también, la santidad. Y no queremos criminales ni santos en el Gobierno. En la condición humana está presente la honradez en una proporción infinitamente mayor que el crimen. Por eso queremos que aquélla, y no éste, nos gobierne. Es cierto que el poder corrompe. Pero también lo es que sólo puede hacerlo si las instituciones y los ciudadanos lo permiten. Por eso pedimos que se divida el poder en las instituciones, para que las ambiciones vigilen a las ambiciones; y que se castigue a los corruptos, para enseñar a los propensos que el crimen se paga. Berlusconi, con la «ecuanimidad» de la excarcelación, ha cometido un acto más cruel que la crueldad misma. Esta se ensaña con individuos. La ley Berlusconi lanza contra la totalidad de las personas honestas a toda la tropa de criminales, armada de impunidad. 
Y peor aún es la jactanciosa pretensión de que nada de lo humano, y por tanto la corrupción, nos debe ser ajeno. Este falso juicio, que parece hecho a la medida de la fatua imbecilidad, no es ecuánime porque no traduce el reconocimiento instintivo de la afinidad que producen las acciones, sentimientos o ideas entre almas iguales, que es el exacto significado de la ecu-animidad. Por humanos que sean Franco y González, he de confesar, y deseo creer que muchos otros lo harían conmigo, que sus almas me son más ajenas, como hombres, que la de mi pobre perro Yuqui recién fallecido. Nada de lo que es vida y naturaleza nos puede ser ajeno. Pero muy pocos logros y caídas de la Humanidad podemos sentir o entender como propios. Y la corrupción de los poderosos, sin control de los gobernados, es un asunto tan humano como ajeno a los demócratas. Otra cosa muy distinta, que podemos afirmar con absoluta ecuanimidad y credibilidad, es lo que dijo Terencio: «Soy hombre, y nada de lo que es humano debe, creo yo, dejarme indiferente». En el abismo que separa la palabra indiferente de la palabra ajeno está contenida la ideología de la ecuanimidad con la corrupción de los poderosos. El alma de Berlusconi, tan próxima a la de Craxi, ha sido ecuánime con la de la tropa excarcelada, pero muy cruel con la de la sociedad honesta. Como no soy indiferente, condeno a Berlusconi. Su piadosa humanidad me es ajena.