1996-12-06.EL MUNDO.DOS LIBROS GABRIEL ALBIAC

Publicado: 1996-12-06 · Medio: EL MUNDO

Ver texto extraído
DOS LIBROS 
EL MUNDO. 6 DE DICIEMBRE DE 1996
GABRIEL ALBIAC
DOS libros simultáneos fijan, en estos días, el horizonte de la España de un fin de siglo arcaizante como lo son aquí todos. Muy distinta es la factura que dan a sus textos Pilar Urbano y Antonio García Trevijano. Larga entrevista de la primera al «rostro humano» de la Zarzuela. Diálogo apasionado del segundo con los grandes de la teoría política. Hay algo común en sus proyectos, sin embargo. Los dos hablan -sin explicitarlo- «de otra cosa»: de la indefinición del Estado español y de la incertidumbre que proyecta sobre el siglo que se abre. Lo hace la primera por la vía de la simpatía sentimental con los Señores que se quieren perennes. El segundo clasifica piezas para ese endemoniado rompecabezas irresuelto al que, con nombre vago, llamamos democracia y que no puede ser sino República. 
Anticuado como soy, me he acordado enseguida de la fórmula felicísima -y envenenadísima- con la que Blaise Pascal da, en el siglo XVII, lo que él dice único argumento sólido a favor de la monarquía: «Los hombres están tan necesariamente locos que sería una locura de otro tipo pretender no estar loco. Las cosas más irracionales del mundo se convierten en las más razonables a causa del desequilibrio de los hombres. ¿Qué cosa menos racional hay que elegir, para pilotar un Estado, al primer hijo de una reina? No se elige para pilotar un barco al viajero de mejor familia. Esta ley sería ridícula e injusta; pero, dada la locura humana, se convierte en razonable y justa. El daño que cabe esperar de un necio que sucede por derecho de nacimiento a otro es menor que el de una guerra entre virtuosos y hábiles». 
Yo no estoy, desde luego, tan convencido como Pascal de que un necio hereditario sea inofensivo. Si no hubiera otro argumento, bastaría evocar a aquel descomunal canalla que fue Fernando VII. Y claro está que canallas ha habido, en la política española de estos años, procedentes de las cunas más plebeyas. Una cautela elemental permite, al menos, quitárselos de encima cada cuatro años. A veces hasta se consigue llevarlos ante los tribunales. Incluso si son de la envergadura de Don Felipe González. ¿Cómo, llegado el caso, se quita uno de encima a un Fernando VII? 
Blaise Pascal, matemático genial y polemista temible, nada tenía de ingenuo. Sabía -un siglo y medio antes de que el invento de Monsieur Guillotin diera la prueba efectiva- que no hay en el poder más lógica que la de la fuerza: «La potencia de los reyes se asienta en la razón y en la locura del pueblo, sobre todo en la locura. La más grande e importante cosa del mundo se asienta sobre la debilidad. Y este cimiento es admirablemente seguro, pues nada hay más cierto que la debilidad del pueblo. Lo que se asienta sobre la sana razón queda mal asentado». 
Leo a Pascal, que sabe que los necios llevan las de ganar siempre. Me extasío ante su lúcida amargura. Luego -animal de costumbres- retorno a Marco Aurelio: «Persevero en la razón». Gane o pierda. Persevero en la razón. Lo demás me importa un bledo.