1999-08-23.LA RAZON.DIOSES EN SEVILLA AGT
Publicado: 1999-08-23 · Medio: LA RAZON
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DIOSES EN SEVILLA LA RAZÓN. LUNES 23 DE AGOSTO DE 1999 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Desplegar el máximo esfuerzo sin esperanza de obtener utilidad; forzar los limites de las capacidades físicas del cuerpo humano por el solo placer de ir elevándolas de generación en generación; procurar la mayor eficacia de los movimientos corporales sin intención de darles más belleza o simpatía natural; competir para superarse a sabiendas de que no se puede ganar; lo que constituye la esencia del atletismo es difícil de conocer y comprender. Los atletas actúan por un impulso vital cuyo origen y sentido ellos mismos ignoran. Hacen atletismo, como los niños se lanzan a la aventura de andar, para ir a cada paso mejor. Pero, sin finalidad práctica, el ejercicio atlético no obedece a pautas instintivas de aprendizaje o de recreo infantil. Responde a una necesidad de perenne exaltación física de la juventud. Más que personal, esta vocación parece una llamada de la especie a la mejora agónica de sus arquetipos. En esa vocación de eterna juventud animal de la especie humana, tan envejecida y desilusionada en las apetencias de mejorar su condición moral, estriba la perplejidad y admiración que causa el atletismo. Perplejidad, no menor a la producida por las obras inmortales del espíritu, porque es una acción humana, enamorada de sí misma, que tiende a la eternidad de sus marcas de ensueño y no encuentra su inspiración en lo que ocurre a los animales o los dioses. Admiración, tan grande como la prodigada a los héroes de la guerra, porque nada hay en el mundo que sea tan inocente, tan puramente exento de vicio, como el afán de victoria animal de la especie sobre sí misma. El atleta niega en los estadios que los seres humanos hayan sido creados a semejanza de los dioses. Pues él mejora la creación. Mediante la concentración de la mente y la disciplina de la voluntad, con energías corporales extraídas de su íntima naturaleza, se atreve a enmendar la plana a la misma naturaleza de su especie. Divinizando las Olimpiadas, los griego sacaron al hombre del caos y lo pusieron en el orden del cosmos. Basta reflexionar un instante para caer en la cuenta de que el atletismo no nos fascina por la belleza de los cuerpos, ni por la estética de sus movimientos. En este aspecto no puede competir con la gimnasia, los saltos de trampolín y las pasarelas de las modas o concursos de belleza. Es muy raro que un atleta de rango tenga un hermoso y proporcionado cuerpo. La especialización en disciplinas separadas favorece el éxito de la desproporción. Y, por la mezcla de rasgos de dureza y morbidez que deja el brusco transitar entre la crispación y el relajamiento, la cara de los atletas de ambos sexos no alcanza a transmitir, aunque sean muy correctas sus facciones, esa misteriosa expresión de serenidad o voluptuosidad que esperamos recibir de la belleza física. Sin embargo, entre todas las acciones humanas, el atletismo contiene la máxima alegría natural y expresa una completa belleza moral. La alegría proviene de la ausencia de riesgo para la vida y de estímulo bastardo para el triunfo. La plenitud de su belleza, de la necesaria concurrencia en él de todas las virtudes cardinales. La virtud del atletismo es más íntegra que la del santo y la del héroe. La caridad sustituye en aquel a la justicia. La temeridad a la audacia, en éste. Mientras que el atleta hace de la justicia objetiva su ley interior, y de la audacia su norma de conducta. La prudencia de la sabiduría no es tan sabia como la del atleta. Pues en éste nunca puede ser un disimulo para la conservación de lo adquirido, ni un pretexto táctico de la cobardía, sino mera administración de energías, con conocimiento muchas veces iluso de las capacidades, para la espectacular explotación de ellas en el momento preciso. Los dioses convocados en los estadios reinan sobre sí mismos para dar visos de eternidad a sus proezas. Dignas de ser inmortalizadas como las de la ciencia y el arte.