2007-11-10.EL PAIS.DEMOCRACIA Y MONARQUIA BONIFACIO DE LA CUADRA

Publicado: 2007-11-10 · Medio: EL PAIS

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Democracia y Monarquía

Sábado, 10/Nov/2007

Por Bonifacio de la Cuadra (EL PAÍS, 10/11/07):

Gian Piero Dell'Acqua, un veterano periodista italiano vinculado durante muchos años al

diario La Repubblica, mostraba su asombro, en 1977, por la escasa oferta política

republicana para las primeras elecciones democráticas, tras el franquismo. Cuando

conoció mejor la realidad española, Dell'Acqua, como tantos otros analistas, comprendió

que la dialéctica política de la Transición no era Monarquía / República, sino democracia

/ dictadura.

Y que fue precisamente don Juan Carlos quien propulsó, desde su condición de Rey

designado por Franco, el advenimiento de un sistema democrático superador del

franquismo, con una Monarquía parlamentaria como forma política del Estado y un

sistema de derechos y libertades consagrados en la Constitución.

La pregunta es si el gran servicio que don Juan Carlos prestó al pueblo español y a la

convivencia en paz es capaz de convertir en democrática una institución como la

Monarquía, que histórica y consustancialmente no lo es. Y más aún: a los 32 años de

que el Rey ejerza satisfactoriamente la jefatura del Estado, y a los 26 años de que

salvara al sistema constitucional del atentado golpista del 23-F, ¿es planteable la causa

republicana, como reivindicación de una forma de Estado que, entre otras muchas

esencias democráticas, elige a su máximo mandatario, a diferencia de la Monarquía,

hereditaria? ¿O, por el contrario, la reconocida contribución de don Juan Carlos a la

causa democrática obliga a la ciudadanía a renunciar sine die a la República?

Obviamente, durante la Transición, tras escuchar en 1976 a la ultraderecha gritar "¡No

queremos Monarquía, ni Juan Carlos ni Sofía!", con la muy probable simpatía de unas

Fuerzas Armadas ancladas en el franquismo que se alzó contra la II República, y dado

que la opción republicana era acaudillada por personajes como Antonio García-

Trevijano, no resultaba políticamente sensato plantear entonces batalla por una III

República, que en aquellas circunstancias ofrecía menos garantías que don Juan Carlos

de instaurar un sistema democrático.

Pero ¡han pasado más de 30 años desde entonces! Es comprensible que se plantee ya

abiertamente la opción republicana, sin que esa propuesta, por muy incendiaria que se

manifieste, tenga necesariamente que hacer tambalearse el actual sistema

constitucional ni disparar las alarmas.

En 1996, el inolvidable Eduardo Haro Tecglen, en la cariñosa dedicatoria de su libro El

niño republicano, escribió: "A Boni, compañero, con un abrazo y la esperanza de que

llegue él a la III". No hay buenas expectativas para los deseos de Haro, entre otras

razones porque, como señalaba recientemente Santiago Carrillo, la situación política

actual carece de madurez suficiente para abordar ese cambio. Además, la realidad

constitucional es que la Monarquía se encuentra "atada y bien atada" a la democracia.

Durante el proceso constituyente, la izquierda, tradicionalmente republicana, se dividió

entre quienes, como los comunistas, aceptaron con pragmatismo la Monarquía, y los

socialistas, que amagaron con defender "hasta el final" su enmienda republicana, pero

depusieron su actitud tras la primera votación en la que salió derrotada: en la Comisión

Constitucional del Congreso. Unos y otros aceptaron que el Título II, De la

Corona, formara parte del núcleo duro de la Constitución, blindado para dificultar

eventuales reformas, al mismo nivel que los principios básicos del sistema y los

derechos fundamentales y libertades públicas.

Igualmente, gracias a la izquierda, no prosperaron varias iniciativas, impulsadas desde

La Zarzuela -según ha reconocido el ex jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández

Campo-, encaminadas a que el Rey pudiera devolver al Parlamento una ley presentada

para su sanción, convocar por sí mismo un referéndum y constituir un consejo privado.

Así pues, la Monarquía trató de acomodarse y quedó incrustada en el sistema

democrático, a pesar de que, como decía el 6 de octubre último en estas mismas

páginas el catedrático Pablo Salvador Coderch, "ni es ni puede ser una institución

democrática".

Hasta tanto pueda cumplirse el deseo de Eduardo Haro y de otros muchos republicanos,

durante la obligada cohabitación de la Monarquía con la democracia deben primar los

valores y principios de esta última, entre ellos la libertad de expresión. Proteger

excesivamente de ella al Rey y a su familia mediante figuras delictivas, acusaciones

forzadas o defensas patrioteras pone de manifiesto el difícil encaje en una democracia

de una institución tan anacrónica. Frente a la sátira o los pirómanos es mejor respuesta

el sentido del humor.