1995-06-17.EL MUNDO.CRISIS DE RÉGIMEN AGT

Publicado: 1995-06-17 · Medio: EL MUNDO

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CRISIS DE RÉGIMEN
EL MUNDO. SÁBADO 17 DE JUNIO DE 1995
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO
LA conmoción general que ha producido la noticia del espionaje estatal sobre vidas y haciendas privadas nos devuelve parte de la confianza perdida en la dignidad del pueblo español. Doblegado por la fuerza bruta de la dictadura, envilecido por la fuerza débil de la mentira pueril y del cinismo senil de la transición, aún le quedan reservas de energía moral para indignarse contra el crimen continuado de los gobernantes. Pero todavía es pronto para cantar victoria en este incierto combate que desde hace muchos años, demasiados, libramos contra nosotros mismos, para asumir el riesgo de hacernos libres o para seguir viviendo en la inconsciencia de la servidumbre voluntaria. Hemos abrazado tantas renuncias colectivas, tantas entregas a lo iluso de las ilusiones políticas, tantas huidas de la realidad, que ya no nos está permitido, sin alto riesgo de rebajarnos al ínfimo nivel de la existencia humana, volver a refugiarnos en el autoengaño de que la solución a la crisis cultural y de valores que nos asfixia está en un cambio de Gobierno. 
¿Cómo es posible no darse cuenta de la atroz necedad en que se apoya esta fatal creencia? ¿Acaso la inmoralidad del Gobierno, y la del partido que la fundamenta, es una enfermedad que sólo afecta a los socialistas? ¿Acaso CiU, PNV, Coalición Canaria y todos los que pactan con el PSOE tienen una pizca de decencia? ¿Acaso el PP, el partido de Naseiro, está vacunado contra esta epidemia degenerativa de la moral de partido? ¿Es imaginable que tanta y tan generalizada falta de escrúpulos en los partidos pueda ocurrir en una sociedad medianamente sana? Es forzoso reconocer la existencia de alguna causa social que anestesia tanto la sensibilidad moral de la clase gobernante como la capacidad de reacción de los gobernados. Una causa que permite al partido del Gobierno seguir en el poder, y ser votado por casi siete millones de personas, aunque se descubran, una tras otra, sus incesantes fechorías. 
Desde 1977 vengo denunciando en público, ante la indiferencia o la hostilidad de los círculos culturales y políticos, el origen y la naturaleza de la causa degenerativa de la moral pública. La causa original, el ominoso pacto de la transición, privó de toda autoridad moral a los poderes institucionales y de toda dignidad personal a los que los ocupan o los procuran. La naturaleza política de la falta de criterio moral en todas las esferas de la sociedad no puede ser más evidente. 
Una licencia de impunidad para la inmoralidad pública se concedió a todos los españoles cuando los represores de las libertades se hicieron preceptores de la «democracia» y el Partido Socialista se convirtió en adalid del otanismo militar y del monetarismo de los banqueros. La bribonería de las clases dirigentes ha sido siempre consecuencia de la inconsecuencia política de la clase gobernante. Era lógico, en este clima de arrebatacapas, que el CESID se modernizara con refinadas tecnologías de escucha para perfeccionar la bribonería de la información chantajista al servicio del amo de hoy, como lo hará para el de mañana. 
Si el Gobierno se permite espiar al Rey, y éste lo tolera, es porque ambos saben que eso, y mucho más, puede hacerse en este régimen con total impunidad. Saben que han enmudecido al pueblo. Saben que nadie, en la generación del cambio que se hizo con el poder, tiene autoridad moral para alzar  que, del Rey abajo, todos han de callar. Porque todos hicieron la misma dejación de principios morales para participar en el reparto del Estado franquista. Y el pueblo no sólo lo consintió, sino que los aplaudió con entusiasmo. ¡Qué fácil fue hablarle de peligro de guerra civil a un pueblo escarmentado que la odiaba entonces tanto como ahora! ¡Qué cómodo les resultó revestir el secreto reparto con el pretexto de la reconciliación nacional! ¿Cuál? ¿La de las clases sociales? ¿Por qué nos asustan entonces con la vuelta de la derecha o del comunismo? ¿La de las nacionalidades? ¿Por qué nos dicen entonces, allí y allá, que no son españoles? 
Pero el tiempo sitúa a las ideas y a las personas en su lugar propio. Al consenso, en la herencia yacente del fascismo. A Felipe González, en el torbellino del truhanismo político. Son las nuevas generaciones, y las escasas minorías que permanecieron fieles a sus convicciones, las que, sin miedo a las fantasmadas de la guerra civil o del comunismo, están poniendo en crisis una libertad política que les prohíbe elegir buenos gobernantes y fieles representantes, y unas libertades civiles que no les dan el derecho de seguir sus vocaciones, ni el de tener garantizada la tranquilidad y la seguridad de sus vidas privadas. 
Escribo este artículo con un optimismo que no sentía desde antes de  se comienza a percibir, en la reacción social al delito gubernamental de espionaje, algo nuevo y fresco que no afloró ante los escándalos de corrupción o de los GAL. Mi reflexión ha comenzado con esta extrañeza. Pero ha terminado con una mejor comprensión del fundamento del liberalismo europeo. El hecho de que una de las víctimas sea el propio Jefe del Estado explica la rápida expansión de la noticia, pero no la generalidad e intensidad de  muy difícil identificarse con un Rey. Hay algo cómico en esta falta de respeto al Jefe del Estado que le impide ser el detonante de una gran respuesta popular. Era de esperar la magnífica reacción de los medios de comunicación, salvo los de costumbres felipistas, por la presencia entre los espiados de los dos directores más prestigiosos del periodismo español. Pero la denuncia de los casos Roldán y Rubio había sido más espectacular y la emoción de las conciencias no había sido tan fuerte. Es así como empecé a caer en la cuenta de que el espionaje «aleatorio» del CESID, por la modernidad de los medios tecnológicos empleados, estaba siendo considerado por la opinión pública como si pudiera ser sufrido por cada vecino. Desde ese momento ya no podía ser el temor al chantaje lo que motivaba la reacción, sino el solo hecho de la violación de la intimidad y del disfrute de los derechos civiles. Que es, según Constant, lo que diferencia la libertad de los modernos, frente al derecho de participación política que definió la libertad de los antiguos. Sabíamos que no tenemos libertad política. El CESID nos demuestra que este régimen tampoco respeta la libertad civil. La crisis del régimen de la transición está abierta.