1996-02-26.EL MUNDO.COSTUMBRES BRUTALES IDEAS SIMPLES AGT
Publicado: 1996-02-26 · Medio: EL MUNDO
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COSTUMBRES BRUTALES IDEAS SIMPLES EL MUNDO. LUNES 26 DE FEBRERO DE 1996 ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO La cuestión se planteó crudamente el 14-D de 1988. El rechazo al autoritarismo y abusos de poder de Felipe González ha tardado más de siete años en resolverse. Desde aquel día, este señor de los suyos ha seguido instalado y aprovechado en el Estado, sin razón para ello, porque la barbarie moral de su cultura gobernante ha sido compartida por todas las instituciones estatales, por los medios de comunicación dominantes y por las clases ociosas y especulativas. Ni una sola institución ha quedado a salvo de la indignidad asumida con el apoyo dado a un sujeto de poder tan cínico. La televisión y el oligopolio editorial felipista han rebajado el nivel de veracidad de la información política al existente en la dictadura a comienzos de los setenta. El grueso de las amas de casa, pensionistas y de los representantes de las finanzas le ha dado su voto con el mismo entusiasmo que antes a Franco. Si ahora sale deshonrado del Gobierno, desplazado por una nueva mayoría, a la que califica de franquista, no es por los méritos de Aznar ni de su programa, al que califica de oculto, sino por lo que él mismo ha fabricado en estos siete años: una mayoría de rechazo a la inmoralidad de la que es representativo. El artífice de la victoria «moralista» de Aznar ha sido González. Terminada la horrenda pesadilla González queda por saber qué mala digestión española la ha producido. El apartamiento del poder de un hombre inmoral no hace desaparecer la causa política que hizo poderosa a casi un tercio del electorado, creyéndose de izquierdas, se dispone a votar todavía al PSOE, pese a la presencia nada testimonial de IU; cuando ni un solo partido se propone reformar las instituciones que corrompen a los gobernantes (confusión de poderes) y falsean la representación parlamentaria (sistema proporcional); cuando el rígido criterio de convergencia hacia es tomado por el PP con el mismo dogmatismo que el PSOE, a pesar de sus catastróficas consecuencias para nuestra economía productiva y el Estado de bienestar; cuando los sindicatos estatalizados no tienen otro horizonte que el de la movilización contra la misma política económica que los humilló bajo el felipismo; y cuando, en fin, los nacionalismos gobernantes y el terrorismo de ETA parecen exacerbarse ante la expectativa de un Gobierno de mayoría del PP; no hace falta ser adivinos para dar por descontados los efectos perniciosos que arrastrará el hecho de abrazar el problema Aznar sin haber planteado, ni mucho menos resuelto, la causa real del problema Felipe. Aznar representa un problema de Gobierno porque lo ha sido en talante o su talento no han sabido, querido ni podido sacar a los españoles de la cámara de los horrores donde los ha metido la degeneración del Gobierno socialista. Han tenido que ser ellos mismos los que se libren del mal gobernante, a la tercera oportunidad electoral, pero no antes de que consiguiera salir ileso de su designio criminal. Aznar le ayudó, por omisión y cálculo, a que prosperara su afán de irresponsabilidad. Y no puede escudarse en la impotencia de las instituciones, porque su deber era ponerlas al límite de su función constitucional o denunciar ante la opinión pública la imposibilidad legal de echar del Gobierno a la corrupción y a la mentira antes de que ellas mismas quieran marcharse. Aznar triunfa porque nada sólido le resiste ni se le opone. Aunque fracasará porque nada sustancial lo sostiene ni ilumina. La única luz que puede esclarecer sus vías de futuro está colocada a sus espaldas. Sin embargo, no se cansa de repetir, asustado de tener que poner a la sociedad ante la verdad de lo que espera encontrar, que pasará la página del pasado en el libro de la vida política. ¡Cómo si fuera posible hacerlo! ¡Cómo si la historia, condicionante del futuro, pudiera enterrarse! ¡Cómo si los espectros del pasado no retornaran siempre! Cuando las costumbres son brutales, las ideas son así de simples.