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Publicado: 1995-06-30 · Medio: ABC

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NACIONAL

VIERNES 30-6-95

El Burladero

HISTORIA  PARTICULAR

Por Víctor MÁRQUEZ  REVIRIEGO

Cuaderno de notas  =

UN  HOMENAJE

tento  gracias  precisamente  a lo
inverosímil  de su  estampa.
Cuenta  Borges:  «La enorme
ineptitud  de la pretensión  sería
una convincente  prueba  de  que
no  se trataba  de un  fraude.»
También habla Borges de la im-
becilidad.  En su caso,  de la
«sosegada  idiotez»  del impos-
tor.

Y  ahí acaso  sean  diferentes
la  experiencia  literaria  y  la ac-
tualidad  política  española. Des-
pués de tantos  años  como  llevo
en  el  ejercicio  de cronista en
este  mundo del espectáculo, no
espero  el  encuentro  frecuente
con  la  inteligencia.  Eso no da
para  más. Y sería fruto  del  con-
tagio  tonto  esperarla,  a  la ma-
nera  como  un buen  cristiano
espera  con la  parusía  el adve-
nimiento  glorioso  de  Jesu-
cristo.  Para  ver milagros hay
que  ir a Lourdes  y no al  Con-
greso.

El  problema  está  en el ruido.
El  impostor  Castro  era de idio-
tez  sosegada  y de mansedum-
bre  infinita.  Pero  aquí  en Es-
paña  todo  se dice  a gritos, que
además  casi  nunca  logran me-
jorar  al silencio  roto  por ellos.
Eso  es una prueba  de que no
hay conspiración. La conjura re-
quiere  discreción,  cosa  imposi-
ble  en tierra  de chismosos. Wi-
lliam  Shakespeare,  en  «Julio
César»,  que es obra  canónica
del  caso,  hace  decir  a  Bruto
que  la  conspiración  necesita
enmascararse  con sonrisas  y
afabilidad, y por el día ocultarse
en una gruta  oscura. No parece
que  las cosas  vayan  por ahí,
pues  aquí  el único  silencio que
oiremos  a partir  de ahora  será
el del piano de Serra.

EL  mundo del Derecho y el

de la política  relacionada
con esta rama del saber han ren-
dido homenaje en Madrid a dos
ilustres  magistrados
y profesores: los  se-
ñores  Almagro No-
sete, magistrado del
Tribunal  Supremo, y
Pedreira  Andrade,
correspondiente del
Tribunal Superior de
Justicia  de  Madrid.
Plétora de asistentes
y una significativa au-
sencia: la de Pascual
Sala,  presidente del
Supremo y del Con-
sejo General del  Po-
der  Judicial.  Estaba
allí,  en cambio,  don Clemente
Auger, presidente de la Audien-
cia Nacional. No faltaron, entre
otros que desafiaron mi tal  vez
corta capacidad de observación,
juristas  tan eminentes  como
González  Poveda,  Ignacio Sie-
rra,  Delgado Barrios, Juan Luis
Ibarra, Luis Martí Mingarro, José
Granados, Estanislao Aranzadi,
Julio Padilla, Miguel Cid, los her-
manos Gómez de Liaño, Jesús
Santaella,  Pedro  Crespo, Gu-
mersindo  Burgos,  Teófilo Or-
tega,  Manuel  García  Garrido,
Ramón  López  Vilas,  Dionisio
Mantilla, Manuel Peláez del Ro-
sal,  Jesús Martín Ostos, Carmen
Calvo,  Jesús  Vicente  Chamo-
rro...  Políticos  puros  tampoco
faltaron, entre ellos Enrique Mú-
gica, Javier Moscoso, Ana Tutor,
Iñigo Cavero...

El motivo del homenaje era la
imposición de la cruz de honor
de San Raimundo de Peñafort a
los  magistrados  arriba citados.

EN una doble  página cambia-

ría escriben  Ramón  Cota-
relo  y  Antonio  García-Trevi-
jano  sobre  la  presunta  conspi-
ración.  Y  encuentra  Cotarelo
unos  medios  de  comunicación
según él, «tiran al unísono
que, 
y  con la misma  munición,  pero,
voto  a tal, no están  conjura-
dos».  Para  Trevijano,  todo  es

Narciso  Serra

una  aberración  política  lanzada
impunemente  desde  la imbecili-
dad gobernante  a la imbecilidad
gobernada.  Y  después  añade
esta  consideración:  «Cuanto
mayor  sea el disparate  conspi-
rativo,  mayor  probabilidad ten-
drá  de ser creída  la  conspira-
ción.»  A eso lo  llama  «lógica
del  poder  entre  dos imbecilida-
des».

No  acudiría  yo a  la  lógica
- de  siempre tan maltratada por
la estadística-  para  justificar lo
dicho  por Trevijano.  Y  mucho
menos quiero  entrar  en la histo-
ria  presente,  pues  eso es cosa
de  Narcís  Serra  y el
disgusto  que tiene  el
pobre  encima,  al  tener
que  abandonar  el piano
oficial.  Porque  nuestro
buen  vicepresidente era
como la señora  del  pre-
sidente  mexicano  Ló-
pez  Portillo,  de la que
contaban  que viajaba  a
todas  partes  con un
piano  de cola  o así  Y
es  que hay  aficiones
muy  pesadas.  En esto
de la música  lo más  lle-
vadero  suele  ser la ar-
mónica.

Estábamos  con la ló-
gica probadora.  Prefiero
la  experiencia  literaria
de  la  lectura.  Cuenta
Jorge  Luis  Borges, en
su  «Historia  universal
de  la infamia»,  el caso
de  aquel  impostor  inve-
rosímil  apodado Tom
Castro,  que logró  un
éxito  primero  en su in-

Por Lorenzo CONTRERAS
Habló con docta palabra el presi-
dente de la Sala Primera del Su-
premo, don Pedro González Po-
veda. Y, naturalmente, tomaron
también  las suyas
ambos  homenajea-
dos.  El señor Alma-
gro  Nosete,  antiguo
democristiano,  se
mostró  ¡usnaturalista
y  reacio  al pragma-
tismo  del  Derecho
norteamericano,
cuya afición atribuyó
a su colega Pedreira,
con quien le une una
amistad  profunda y
tormentosa. El señor
Pedreira no se defen-
dió,  seguramente por
estar conforme con sus propias
cualidades  de jurista  pragmá-
tico. El magistrado coruñés, por
otra parte, estaba resentido de la
afonía que le había producido la
apremiante  necesidad  de esti-
mular  un par de días  antes al
Deportivo de La Coruña en  su
encuentro de final de Copa con
el  Valencia.  Frente  al belicoso
sevillista que es Almagro, Anto-
nio  Pedreira,  futbolísticamente
ahito, era la encarnación de la
calma.

Los dos homenajeados, hom-
bres de peso, como señaló Gon-
zález  Poveda con doble propó-
sito, rivalizaron entre ellos en la
afirmación de su respectiva falta
de méritos para recibir el galar-
dón.  Era un lógico tributo a la mo-
destia, en el que no insistieron
demasiado por aquello de las po-
sibles envidias aquiescentes.

Por lo demás, la reunión jurí-
dico-política  reflejaba la expec-
tación que produce la crisis de
Gobierno y quizá tam-
biéh de Estado. Llegó
al  acto  Enrique Mú-
gica, tropezó  en  una
alfombra y perdió mo-
mentáneamente  el
equilibrio.  Alguien  le
dijo:  «¡Cuidado, Enri-
que!,  que el  país te
necesita.»  El ex mi-
nistro dio las gracias
con alguna emoción.

Tuve  ocasión de
apreciar  el grado de
asombro que ha pro-
ducido  la  pretensión
de  Alberto  Ruiz-Ga-
llardón  de alterar  la
normativa electoral en
la Comunidad de Ma-
drid  contra  la Ley
Electoral  General.
¿Propaganda?  Se-
gún  algunos  de los
presentes, sí. ¿Y para
qué, 
cabe  pregun-
tarse, si el proyecto es
inviable?

ABC (Madrid) - 30/06/1995, Página 36
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