2004-01-26.LA RAZON.COMPLEJO DE INFERIORIDAD AGT

Publicado: 2004-01-26 · Medio: LA RAZON

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COMPLEJO DE INFERIORIDAD  
LA RAZÓN. LUNES 26 DE ENERO DE 2004  
ANTONIO GARCÍA TREVIJANO  
La tardía condecoración al ministro del Interior de Francia no basta para desviar a los españoles del plano inclinado por donde se deslizan los sentimientos antifranceses provocados por la política antieuropea de Aznar. Tanto la posición de España en la guerra de Iraq como su soledad en la UE obedecen a motivaciones propias y no a malquerencias extranjeras. El próximo gobierno tendrá que rectificar el injustificable desliz del actual, que en modo alguno responde a la dignidad de su función en Europa.  
   La diferencia entre las pasiones de soberbia y de orgullo se manifiesta en las reacciones distintas que produce el complejo de inferioridad y la conciencia de inferioridad. El orgullo expresa la dignidad de quien no tolera una ofensa que, venga de donde venga, todos pueden apreciar. La soberbia enmascara la indignidad de quien, sin ser ofendido, hace exhibición inoportuna de rango social o de autoridad. Mientras que el orgullo descansa en la seguridad del propio juicio, la soberbia deriva de un prejuicio social. La intemperancia europea de Aznar, inadecuada a la cuestión en litigio, responde a la soberbia surgida de un patente complejo de inferioridad. El que lo echa en brazos foráneos y lo ahuyenta de su hogar europeo, donde cacarean otros gallos más encrestados.  
   Personas cercanas al Gobierno creen que Aznar se disponía a negociar y que la inflexibilidad de Chirac lo impidió. Eso carece de significado. Pues donde la falta de confianza en sí mismo se unió al complejo español de inferioridad, o sea, donde Aznar cometió la imprudencia política fue en la fantasía de querer negociar un privilegio para España. No era Chirac quien debía dar explicaciones de lo obvio, esto es, que cambiaba el arbitrario consenso de Niza en favor de un reparto de votos proporcional. Era Aznar el que debía explicar por qué no lo aceptaba y creía posible una discriminación en materia decisiva. La inferioridad moral de su causa política desencadenó el mecanismo de su complejo psicológico.  
    España dejó de ser grande en Europa desde que la dinastía borbónica la subordinó a Francia.  Cuando  la  derrotó  militarmente  en  la  guerra  de  Independencia,  no  pudo  conseguir un trato de igual entre las potencias vencedoras de Napoleón, pese a las gestiones de un Talleyrand comprado a precio de escándalo. Rusia, Gran Bretaña y Austria llegaron a encomendar a la vencida Francia la garantía del orden en la victoriosa España. Y el duque de Angulema, con cien mil hijos de San Luis, liquidó la sublevación liberal de Riego y repuso en el trono a Fernando VII.  
   La actitud de Aznar, que no es un simple incidente en el camino de la europeización de España, responde a una tópica tradición. La derecha quería integrarse con Franco en el Mercado  Común.  La  izquierda  solo  veía  en  ella  el  modo  de  llegar  a  unas  libertades  que  no lograría por sí misma. Aquí no pudo oírse mi discurso al Parlamento de Estrasburgo: «acceder a la plena libertad política, con la aportación española a la comunidad europea de la libertad autónoma que Europa no conquistó al fascismo. El Reino Unido tiene la libertad que no perdió. El Continente, la que no ganó». Allí hice patente la grandeza que supondría para Europa la ruptura democrática en España. La Junta fue reconocida de hecho.  
   EE UU y Alemania nos impusieron la Reforma como transición al Estado de partidos vigente en Europa. Su «prudencia», la de no romper el Régimen dictatorial en un proceso de libertad constituyente, tuvo la imprudencia de fomentar la ruptura de la unidad de España, con reacción nacionalista a la demagogia de la igualdad, y permitir la de Europa, integrando en ella el complejo de inferioridad franquista. Por ansiedad de una España Grande, Aznar la empequeñece en América y  la arruina en Europa. Como en arte, la grandeza política no está en el tamaño del material con que se define, sino en la envergadura estética o ética de lo que, con él, se expresa.