2004-01-26.LA RAZON.COMPLEJO DE INFERIORIDAD AGT
Publicado: 2004-01-26 · Medio: LA RAZON
Ver texto extraído
OTRAS RAZONES 22 LA RAZÓN LUNES, 26 - I - 2004 OTRAS RAZONES COMPLEJO DE INFERIORIDAD L a tardía con- EL TRIUNFO DEL MERCADER decoración al ministro del Interior de Francia no basta para desviar a los españoles del pla- no inclinado por don- de se deslizan los sentimientos antifran- ceses provocados por la política antieuro- pea de Aznar. Tanto la posición de España en la guerra de Iraq como su soledad en la UE obedecen a motivaciones propias y no a malquerencias extranjeras. El próximo gobierno tendrá que rectificar el injustifica- ble desliz del actual, que en modo alguno responde a la dignidad de su función en Eu- ropa. La diferencia entre las pasiones de sober- bia y de orgullo se manifiesta en las reac- ciones distintas que produce el complejo de inferioridad y la conciencia de inferioridad. El orgullo expresa la dignidad de quien no tolera una ofensa que, venga de donde ven- ga, todos pueden apreciar. La soberbia en- mascara la indignidad de quien, sin ser ofen- dido, hace exhibición inoportuna de rango social o de autoridad. Mientras que el orgu- llo descansa en la seguridad del propio jui- cio, la soberbia deriva de un prejuicio social. La intemperancia europea de Aznar, inade- cuada a la cuestión en litigio, responde a la soberbia surgida de un patente complejo de inferioridad. El que lo echa en brazos forá- neos y lo ahuyenta de su hogar europeo, donde cacarean otros gallos más encresta- dos. Personas cercanas al Gobierno creen que Aznar se disponía a negociar y que la infle- xibilidad de Chirac lo impidió. Eso carece de significado. Pues donde la falta de confian- za en sí mismo se unió al complejo español de inferioridad, o sea, donde Aznar cometió la imprudencia política fue en la fantasía de querer negociar un privilegio para España. No era Chirac quien debía dar explicaciones de lo obvio, esto es, que cambiaba el arbitra- rio consenso de Niza en favor de un reparto de votos proporcional. Era Aznar el que de- bía explicar por qué no lo aceptaba y creía posible una discriminación en materia deci- siva. La inferioridad moral de su causa polí- tica desencadenó el mecanismo de su com- plejo psicológico. España dejó de ser grande en Europa des- de que la dinastía borbónica la subordinó a Francia. Cuando la derrotó militarmente en la guerra de Independencia, no pudo conse- guir un trato de igual entre las potencias ven- cedoras de Napoleón, pese a las gestiones de un Talleyrand comprado a precio de escán- dalo. Rusia, Gran Bretaña y Austria llegaron a encomendar a la vencida Francia la garan- tía del orden en la victoriosa España. Y el du- que de Angulema, con cien mil hijos de San Luis, liquidó la sublevación liberal de Riego y repuso en el trono a Fernando VII. La actitud de Aznar, que no es un simple incidente en el camino de la europeización de España, responde a una tópica tradición. La derecha quería integrarse con Franco en el Mercado Común. La izquierda solo veía en ella el modo de llegar a unas libertades que no lograría por sí misma. Aquí no pudo oírse mi discurso al Parlamento de Estras- burgo: «acceder a la plena libertad política, con la aportación española a la comunidad europea de la libertad autónoma que Europa no conquistó al fascis- mo. El Reino Unido tiene la libertad que no perdió. El Conti- nente, la que no ga- nó». Allí hice patente la grandeza que su- pondría para Europa la ruptura democráti- ca en España. La Junta fue reconocida de he- cho. EE UU y Alemania nos impusieron la Re- forma como transición al Estado de partidos vigente en Europa. Su «prudencia», la de no romper el Régimen dictatorial en un proce- so de libertad constituyente, tuvo la impru- dencia de fomentar la ruptura de la unidad de España, con reacción nacionalista a la de- magogia de la igualdad, y permitir la de Eu- ropa, integrando en ella el complejo de infe- rioridad franquista. Por ansiedad de una España Grande, Aznar la empequeñece en América y la arruina en Europa. Como en arte, la grandeza política no está en el tama- ño del material con que se define, sino en la envergadura estética o ética de lo que, con él, se expresa. AAnnttoonniioo GGAARRCCÍÍAA TTRREEVVIIJJAANNOO R elegadas o en- terradas por el paso del tiem- po las anteriores ver- siones de la derecha, las aristocráticas, cen- tradas en la herencia de sangre, así como las fascistas, el poderío económico, base de la derecha capitalista, se ha levantado a la gran categoría que organi- za la arquitectónica de nuestra sociedad. Y determina su estructura, tanto en el interior de las diversas comunidades, con su división en clases, como en las relaciones internacio- nales. Es más, este poderío ha adquirido tal extremo que no sólo establece las relaciones de dominación entre individuos y grupos, si- no que tiende a absorber la realidad entera, situándola en el escenario económico como ámbito privilegiado de sentido. Fuera de él quedan las ruinas de un mundo acabado o las ilusiones de una más alta realización huma- na. La importancia de esta transformación es inmensa; representa toda una transmutación de los valores que orientan la existencia so- cial. El trabajo, la obra de arte, los descubri- mientos científicos, la personalidad y el cuer- po humanos se convierten en mercancía. En objeto de compraventa. Y los valores social- VIDA INTELIGENTE Con la competencia entre la NASA y la ESA al rojo vivo, la nave europea «Mars Express» ha conseguido probar la exis- tencia de agua en Marte. Es un hallazgo de tal trascendencia que quita el sueño. No significa que haya habido o pueda haber vida en el Pla- neta Rojo, pero sí es sospechosamente posible. Así que, mientras el mundo se conmociona con el descubrimiento, se constata que Marte está de moda, cosa que ya temíamos desde que Bush puso el ojo en el planeta del dios de la guerra. Tan de moda está que aquí, para no ser menos, estamos viviendo una campaña de lo más marciana. Marciana es la propuesta del PSOE de eliminar las centrales nucleares en concesión a «los verdes» que han embutido en sus listas. Y lo es porque saben que, hoy por hoy, la alternativa o es más contaminante o es un apagón definitivo. Di- cen los del PSOE que quieren gobernar y que nadie va a tener la mayo- ría absoluta. Y Zapatero dice que no gobernara si no es el más votado para que se olvide lo de Cata- luña o el pacto a lo bale- ar. Opinan que una cosa es el Estado y otra las autonomías. Pero, claro, va Chaves y dice que él también. En el PP se van algunos y empie- zan las propuestas. Pero atención porque Rato ha irrumpido en la campaña a todo tren. Por lo que también se constata que aquí llevamos mu- cho tiempo teniendo «vida inteligente». LLuuiissaa PPAALLMMAA REBOREDO Y SAÑUDO mente exaltados son los que adaptan al su- jeto para lograr éxito en este escenario. Si, ciertamente, la violencia ha domina- do la historia humana, prosiguiendo el reino de lo zoológico, ahora es vertida en odres nuevos. La eminencia en el ejercicio de la violencia, en sus formas más biológicas, la valentía y la fuerza, venía dictaminado en larga historia la condición del ser considerado superior y su derecho a ejer- cer el poder. En la dialéctica hegeliana del se- ñor y del esclavo, lo que define al señor es precisamente su capacidad de afrontar la muerte, anteponiendo la libertad a la mera vi- da física, mientras que al esclavo le caracte- riza precisamente el temor a la muerte y, por ello, su vida sólo adquiere sentido en la figu- ra de su señor, que le ha conservado la exis- tencia. La moral heroica y la extensión social de la misma despreciaba al mercader, aunque se valía de sus servicios, y los moralistas esco- lásticos condenaban el interés de los présta- mos. Recordemos la figura del mercader en Shakespeare y en Cervantes. O las diatribas de los fascistas contra los burgueses. Aunque cabe ciertamente la figura del caballero des- prendido y austero, encomiada por Don Qui- jote, normalmente la moral guerrera no ex- cluye el afán de riqueza y éste actúa como impulso junto al valor de la acción por sí mis- ma. Pero la riqueza es vista como producto de la fuerza más que del negocio. Es el botín y el lujo a que el ser superior por sus dotes bélicas tiene derecho. Y es la explotación a que los fuertes someten a los débiles, coloni- zando y esclavizando a los pueblos conquis- tados o aprovechándose del desvalimiento del siervo en la sociedad feudal. Y despreciando el trabajo como cometido de las clases infe- riores y de las mujeres en la sociedad patriar- cal. Pero el campo de batalla es sustituido en el mundo triunfante del capitalismo por el mercado como lugar en que se juega el po- derío, el triunfo o la derrota. Y desde él se transforma incluso lenguaje. Nada más sig- nificativo que la evolución del mismo térmi- no de «empresa». Originariamente designa- ba el empeño bélico o la aventura exploradora, la hazaña, y era un símbolo heráldico, parte del escudo. ¿Quién, hoy día, al oír este tér- mino piensa en tales significados? Verdad es que, especialmente en sus pri- meras fases, el capitalismo trató de reproducir a los valores y el lenguaje heroicos. El em- presario se jacta de asumir el riesgo, se pre- senta como un osado emprendedor, lucha con sus rivales en un combate, ciertamente bas- tante feroz. En la nueva palestra es un bene- factor que crea puestos de trabajo. Pero el riesgo no significa perder la vida, sino a lo sumo afrontar la quiebra, que, por otra parte, remediará el Estado, a cuenta del contribu- yente. Y las virtudes serán la astucia, la «me- tis» del primer burgués, Odiseo, según Ador- no y Horkheimer. A ella se añade en la iniciación del capitalismo el espíritu de trabajo produc- tivo, hoy sustituido por la especulación, pero esta evolución es una historia, estimado lec- tor, que motivará un posterior artículo CCaarrllooss PPAARRÍÍSS