2003-11-20.LA RAZON.CABALLO DE TROYA EN EUROPA AGT
Publicado: 2003-11-20 · Medio: LA RAZON
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CABALLO DE TROYA EN EUROPA LA RAZÓN. JUEVES 20 DE NOVIEMBRE DE 2003 ANTONIO GARCÍA TREVIJANO Ningún acontecimiento ocurrido en los últimos cincuenta años ha tenido mayor calado en la conciencia de subordinación de los pueblos europeos que la guerra de Iraq. Su impacto en la opinión y en los gobiernos ha superado, en clarividencia de la emoción impotente, al que produjo la caída del telón de acero o la guerra de Serbia. La acción bélica unilateral de EE UU, en una zona estratégica para el porvenir de las sociedades industrializadas, ha concitado movimientos pacifistas en todo el mundo y aspiraciones de independencia exterior en los dos grandes Estados de Europa occidental. En vísperas de la aprobación del proyecto de Constitución de la UE, los Gobiernos de Francia y Alemania están tomando posiciones federalistas ante la eventualidad de que fracase la asociación administrativa de los veinticinco Estados comprometidos en el lento y problemático proceso de unidad europea. En la orientación de este proceso, Gran Bretaña, Italia, España y Polonia prefieren un multinacionalismo europeo, dependiente del Imperio estadounidense, a un independiente multiestatalismo europeísta dirigido por la emergente potencia franco-alemana, unida al Benelux. Las posiciones de Portugal, Grecia, Irlanda y los Estados bálticos aún no se han polarizado. Lo más probable es que en la próxima convocatoria de Roma se deje en suspenso tan importante decisión. En todos los procesos de federaciones estatales, el pequeño nacionalismo de las tradiciones locales se incorporó al gran nacionalismo de las ambiciones regionales. Sin la hegemonía cultural y económica de Pensilvania y Massachusetts ni siquiera se habría concebido la primera confederación norteamericana, nacida al tambor patriótico de la guerra de Independencia. Cuando aquella confederación circunstancial fracasó, la primacía idealista de un principio universal, el democrático, y la noble ambición de dotarse de un poder unitario superior al de los Estados locales, el presidencialista, constituyeron la federación de los EE UU. La unidad italiana sacrificó el patriotismo napolitano o romano a la hegemonía dinástica del Piamonte. La unidad alemana postergó el nacionalismo bávaro o renano a la hegemonía militar de Prusia. La unidad de Europa no se fraguará sin plegarse con dignidad democrática a la potencia franco-alemana que la conforme. La cuestión moral no está en la desigualdad de toda hegemonía, que las situaciones de hecho resuelven, sino en la falta de democracia formal en instituciones que no hacen dignos de la ciudadanía europea a súbditos nacionales de los partidos estatales. Sin la aceptación de un principio democrático que organice todas las instituciones europeas no hay criterio de justicia internacional que justifique la distribución de los votos estatales en las decisiones colegiadas. Aunque la UE no sea un Estado federal, ni sus órganos de gobierno sean independientes de los Estados nacionales, sería completamente arbitrario y continuamente discutible que el número de votos de cada Estado no fuera el que le corresponda por razón de su población respecto de la total. Un voto por fracción igual de habitantes europeos. España y Polonia carecen de argumentos para seguir sosteniendo el arbitrario criterio de Niza. El orgullo nacionalista, malversación del sentimiento patriótico, no se ennoblece por la magnitud de las naciones o la magnificencia de los Estados. Ni se magnifica con las acciones agresivas de gran potencia. La fuerza del número o de las armas nos apega a la naturaleza primitiva del orgullo tribal. La grandeza de espíritu nos despega de la animalidad y nos llena de humanismo militante al hacernos compatriotas de los pequeños pueblos donde eclosionaron los genios universales de Spinoza o Grocio, de Rousseau o Constant y de Kierkegaard o Max Born. El complejo español de inferioridad busca minorías de bloqueo de la grandeza europea, como caballo de Troya de la grandeza norteamericana.