1978-02-23.LAVOZDEGALICIA.BIPARTIDISMO LUIS CAPARROS

Publicado: 1978-02-23 · Medio: LAVOZDEGALICIA

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24 colaboracionesc$a Iflbj fe §>aiiciaElecciones en FranciaLa lógica delSE había dado' por supuesto que la campaña electoral francesa sería simple y brutal:¡bloque contra bloque, la actual mayoría en el poder desde 1958 o 1962, contra la alianza de iz­quierdas de los partidos socia­lista y comunista, amén del Mo­vimiento de los Radicales de Iz­quierda, Pero en vez de este en­frentamiento, la comidilla de es- jos días tiene su punto de apoyo en las querellas entre socialistas y comunistas por un lado y entre las fracciones de la mayoría por otro. En tanto que los sondeos dan a entender como previsible la victoria de la izquierda, los’ gauMistas de Chirac denuncian la conspiración urdida contra ellos por los radicales, el centro social y el Partido Republicano de Giscard.La tensión personal entreGiscard d'Estalng y Jacques Chirac explica, por una parte, la ostensible desunión de la mayo­ría. Desgraciadamente, la actual polémica, deplorable en sí mis­ma, es el resultado de la con­ducta racional de cada uno de los actores. El R.P.R. de Chirac, el único entre las fracciones de la mayoría que posee una orga­nización nacional y que tiene militantes repartidos por toda Francia, quiere erigirse en el partido predominante de la ma­yoría. ¿Qué tiene esto de anor­mal en el marco del juego de la politiquería?Por otra parte, los glscardia- nos no constituyen propiamente un partido; centro democrático, Partido Republicano, radicales, son elementos que no pertene­cen todos a la misma familia po­lítica. Con el actual sistema electoral, la multiplicidad de candidatos comporta el riesgo de que queden excluidos de la segunda vuelta una serie de candidatos que no superen el límite del 12,5 por ciento de los electores Inscritos, o sea el 17 o 18 por ciento de los votantes. Según los sondeos, todos los giscardianos juntos pueden ob-pluma de---------------------------------medianochepor LUIS CAPARROSDIVORCIOIban los muchachitos muy afeitados, con sus cortes de cabello casi germánicos y sus estandartes enhiestos, haciendo su campaña antidivoricista. La gente los miraba con el mismo entreverado escepticismo, mosaico de ironía y desinterés, con que dos días antes • miraban a otros muchachos antagónicos que se estaban inventando la Tercera República por aquello de inventar algo.Mi amiga, divorciada por libre, me repi­tió la vieja pregunta:—¿Tú qué opinas del divorcio?—Que es un problema personal y no un problema institucional. Es decir, que no veo la necesidad de que esos muchachitos inten­ten convencer a la gente de algo que la gente rechazará o aceptará en función de su cir­cunstancia privada, de sus sentimientos, de su emplazamiento. Tan absurdo es presionar a nadie para que se divorcie, si no lo necesita o no quiere hacerlo, como impedir que lo haga si en su formación o en su circunstancia esa es la solución única para legalizar su destino.El suyo, no el de la colectividad.-- Pero la Iglesia...— Obliga moralmente a quienes están en ella, a quienes viven en la gracia confesional. Pero el papel de la Iglesia :—te lo digo como creyente— es convencer, no obligar. Piensa, por otra parte, que muchos que están a favor del divorcio lo hacen sin albergar la menor intención de divorciarse nunca. Pero al hom­bre libre le tranquiliza saber que existen de­rechos y leyes aunque crea que no tendrá ne­cesidad de recurrir a ellos. Al católico, por ejemplo, el divorcio no va a perturbarle nada, a cambiarle nada, y nadie atenta a su liber­tad para vivir como si no existiera. Como vi- vie ahora mismo con reiteradas situaciones para la pareja humana mucho menos licitas y mucho más equívocas que el propio divorcio, sin poder hacer nada para evitarlo.Mi amiga se sintió aliviada por mis pala- - bras. Me recordó que lo importante es evitar­le al ser humano la reclusión en cualquier ca­llejón sin salida de su emplazamiento social. Pero el tema es mucho más complicado que todo eso. Tan complicado como para hacer peligrosa cualquier argumentación que ine­xorablemente irritará a unos o a otros, que jamás podrán ponerse de acuerdo.Los chicos siguieron con sus estandartes calle arriba, calle abajo. Iban de buena fe, pero ¿qué sabían ellos de la complejidad de cada vida humana, del drama de cada pareja, de la condena definitiva que puede suponer una equivocación de juventud?Señor, Señor ¿por qué no dejar a la gente en paz con su conciencia .y con su libertad?Ya sé, gracias a Dios, que existen los principios. Pero al principio de los principios está aquello de no interferir la libertad del hermano, siempre que él no interfiera la nuestra.BIPARTIDISIMOGarcía Trevijano habla en un artículo so­bre algo que yo vendría a considerar la terri­ble soledad de la mayoría, término que suena a paradoja, pero que concreta la tremenda verdad de eso que también ha venido en lla­marse la mayoría silenciosa, la gran masa sin aspavimentoB, sin micrófonos, sin espec- tacularidades expresivas.Se refiere el articulista a la ingente masa de españoles que encuadran la izquierda no marxista y la derecha no franquista, gran le­gión nacional constantemente presionada, coaccionada y desalentada por el estruendo incesante y activista de unas minorías que in­tentan compensar su limitación numérica y su mínima representatividadM través de la incansable presencia, la participación, la protagonización constante.Si aceptamos que la gran mayoría de los españoles se encuadra precisamente en eso, la izquierda no marxista y la derecha no franquista, ¿por qué no aceptar e incluso con­solidar el tan traído y llevado bipartidísimo que ha proporcionado tan efectivo equilibrio político a naciones como Inglaterra y los Es­tados Unidos?No se trata, por supuesto, de arbitrar una coacción legal que prohíba la existencia de otros partidos, porque ello estaría contra la esencia misma del sentido democrático. Se trata, por el contrario, de mentalizar de al­guna manera la responsabilidad individual de cada ciudadano —sufragista ocasional— para hacerle buscar la idónea solución de en- cuadramiento eficaz, el voto válido, que impi­da la esterilidad, la inocuidad de la disper­sión partidista que tan escasa validez tiene a la hora de organizar armónicamente el pro­ceso político de un país.Ocurre, sin embargo, que los líderes de los partidos suelen ir por un lado y la masa de los partidistas va por otro lado. La dere­cha española, por otra parte, difícilmente su­perará la nostalgia franquista, que, aparte de resultar perfectamente inútil, pasa sigilo­samente por encima de .los muchos errores cometidos por el régimen anterior. La iz­quierda no marxista, a su vez, encuentra también dificultades para superar su trauma de vencidos en una guerra civil, con toda la carga de resentimiento que ello lleva implíci­to, y para divorciarse del radicalismo «gau­chí st a» que pretende soluciones simplemente demagógicas y tan contraproducentes como son aquellas que llevan al deterioro de la em­presa, a la estatficación masiva de ¡os servi­cios, a la desilusión de la iniciativa privada y a una cierta coacción salarial —con su carga de conflictividad laborales— que, a la larga, encuentra su víctima en la propia clase tra­bajadora que protagoniza esta desorbitación reivindicatoría.De este equilibrio ponderado de fuerzas y de sentimientos podría surgir la solución ideal hacia un futuro en el que nadie necesi­tara ser siempre de derechas o ser siempre | de izquierdas, sino actuar en cada momento según las prácticas circunstancias de elec­ción que el momento aconsejara.Y entonces, los pocos, que siguieran chi­llando.jueves, 23-febrero-1978caosPor RAYMOND ARONtener casi tantos votos como los gaullistas de Chirac. Con la aprobación del presidente de la República y bajo el arbitraje del primer ministro Raymond Barre, los giscardianos han procurado y, según parece, han consegui­do en numerosas circunscripcio­nes, presentar un solo glscardia- no contra el candidato del R.P.R. de Chirac. De este modo se crea una blpolarlzación en el seno de la mayoría. ¿Qué tiene también esto de anormal?Jacques Chirac había logrado el asentimiento de sus compa­ñeros al prometerles que en la Asamblea serían el partido pre­dominante de la mayoría. Ahora bien, según cual sea el resultado de las primarlas (¿cuál de los giscardianos o de los chiraquia- nos quedará en cabeza en la pri­mera vuelta?), Jacques Chirac conservará o perderá su posi­ción dominante. ¿Qué jefe de partido, en el lugar de Jacques Chirac, se fijaría otros objetivos e interpretaría de modo distinto que él los «arbitrajes» de Ray­mond Barre?Peor aún; los giscardianos han ampliado su coalición a los radicales de J.J. Servan Schrel- ber, que no había firmado el pacto electoral de julio de 1977 y que más de una vez ha decla­rado que era preciso asegurar la victoria al presidente y, simultá­neamente, cambiar de mayoría. Objetivo inaccesible como tal: incluso después de sufrir graves pérdidas, el R.P.R. de Chirac se­guirá siendo el primer grupo dentro de la mayoría presiden­cial.Las negociaciones entre- los no chlraquianos, fuesen cuales fueran las intenciones o las re­servas mentales de los negocia­dores, no podían dejar de ser consideradas por Jacques Chi­rac como una agresión contra el R.P.R., una conjura contra él mismo. La renivelación entre dos facciones de una mayoría irrita y empuja a la ruptura á aquella de ambas que sale per­diendo con tal renivelación. A este respecto, los dos grandes bloques se parecen muchísimo. La superioridad electoral y par­lamentaria del Partido Socialista fue, por lo menos, una de las causas de la ruptura, provisional o no, entre socialistas y comu­nistas.La comparación entre las dos nivelaciones,' en la Izquierda y en la derecha, se produce de modo automático. Pero sólo tie­ne valor en unos limites angos­tos. Por una parte, el pacto elec­toral ha sido concertado y no está en discusión; por la otra, la decisión ha sido aplazada hasta el 12 de marzo por la noche. En la derecha, los partidos aceptan la versión gaullistá de la Consti­tución y se inclinan ante la pree­minencia del presidente de la República; en la izquierda, los partidos reducirían las prerroga­tivas del presidente, interpreta­das según el propio texto exac­to. ¿Pacto electoral o no? ¿Par­ticipación del Partido Comunista en el Gobierno después de la victoria de la izquierda? Nadie puede responder con certeza a estos interrogantes, que, sin embargo, son decisivos.El aparente caos de la escena política se explica, pues, por la lógica de los propios actores, cada uno de los cuales coloca su interés de grupo por encima del interés del bloque al cual(Pasa a la pág. 46)Meridiano de ActualidadPEINADOSLa seriedad, la responsabili­dad de la vida política nacional y concretamente de la democráti­ca, la que va del caño al coro y del Parlamento a La Moncloa, alcanza cada día mejores nive­les mentales, mayores eficaciasI operativas. ¡Para que luego an­den ustedes por ahí señalando con el dedo! Vivir es caminar. En el vértice de esta actividad, y como una de sus ejemplarida- des, se ha definido que la cabe­za peor peinada de España es la de Santiago Carrillo.—¿Pero precisamente son esas las preocupaciones de nuestros cortesanos y parla­mentarios...?— ¡Vaya, la cosa no es como para enchularse de esa manera...!Sí; también ha quedado con­certado que s¡ algo singular ca­racteriza el borrador de la futura Constitución es: La escasa sin­taxis, la torpe semántica, las ambigüedades... Tras el meneoIque a dicho borrador le ha pega­do Julián Marías, más de mil en­miendas se han presentado a su contenido y continente. Lo que puesto en linea recta garantiza su aprobación para las calendas griegas. También la «higt so- ciety» política ha dictaminado que Osorlo es la amante Infiel...Por CARLOS GARCIA BAYON¡A quién se le ocurre, andar co­queteando con Fraga I ¡ Estos «latín lover»!Pero eso de que Carrillo sea la cabeza peor peinada del país, aquf donde el único y triste des­tino de las cabezas, según Una- muno, es embestir, me ha deja­do con las tripas pegadas a los untos. Porque en la historia —y la vida política es uno de sus in­tegrantes más sustantivos — ; en la historia, digo, lo de las cabe­zas mejor o peor peinadas, aun­que no lo parezca, tiene capital importancia. Incluso diría que trascendental. La cabeza de Dis- raeli —lo cuenta Maurois— era un encanto. Sólo la esposa ejer­citaba el privilegio de acicalarla. Porque la cabellera de Benjamín Disraeli empollaba bajo la bóve­da craneana las grandes direc­trices éticas y coloniales del Im­perio. Directrices a las que igualmente colaboraban, pero con menos eficacia, los refajos y corpiños de la reina Victoria, los poemas de Klpling, los lanceros bengalíes y el té de las cinco. Lo que Alcibíades significa en ia historia griega como dandy, es­tratega y político se debe al arte con que interpretaba los augu­rios del plenilunio para tonsurar- __________________(Pasa a la pág. 46)