2002-11-03.LA RAZON.BARDEM ENRIQUE CURIEL

Publicado: 2002-11-03 · Medio: LA RAZON

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OTRAS RAZONES

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LA RAZÓN
DOMINGO, 3 - XI - 2002

BARDEM

TERRORISMO Y CINISMO

OTRAS RAZONES

ra  los  más  jóvenes,
Bardem  era  uno  de
los grandes mitos «del
Partido».  Le  conocí
tres o cuatro años an-
tes  de  la  muerte  de
Franco y tuve la suerte
de gozar de su afecto
y cariño. Desde la di-
rección  del  PCE0  se
había tomado la deci-
sión de constituir una «comisión de unidad»,
de la que formábamos parte las personas que
representábamos al partido en los diferentes
niveles de la Junta Democrática. Más tarde,
como ya se ha publicado, la noche de los
asesinatos de los abogados de la calle Ato-
cha, por cierto, militantes del PCE, aunque
algunos que entregan premios en su nombre
lo olviden, transmitió como pudo la grave
preocupación y la sugerencia de Juan José
Rosón, amigo suyo y gobernador civil de
Madrid en ese momento, para que abando-
náramos nuestros domicilios «porque no ten-
go más que una veintena de policías de con-
fianza y la extrema derecha puede actuar».
Años después se enfadó conmigo porque in-
gresaba en el PSOE. «¡No te quiero!, ¡no te
quiero!», me decía mientras nos abrazába-
mos. «Sigo pensando lo mismo», pude ex-
plicarle. Adiós Bardem, y gracias por todo.   

EEnnrriiqquuee  CCUURRIIEELL  

E l  secuestro  de

centenares  de
personas en el
teatro  Dubrovka,  de
Moscú,  por  un  co-
mando checheno y el
sangriento desenlace,
por el ataque de tropas
especiales rusas, vuel-
ve a plantear un pro-
blema antiguo. ¿En la
lucha contra el terrorismo vale todo? Antes
del 11 de septiembre de 2001, la respuesta
podría haber sido negativa. Ahora, tengo bas-
tantes dudas, aún entre aquellos que han pre-
sumido de haber luchado por la democracia
y los derechos humanos.

El Gobierno de Putin viene siendo denun-
ciado por Amnistía Internacional por la per-
sistente violación de los derechos humanos.
Torturas en comisarias; malos tratos en las
prisiones y violencia contra las minorías ét-
nicas y religiosas. En Chechenia, entre las ha-
zañas de las tropas rusas, abundan los se-
cuestros,  las  «desapariciones»,  las  ejecu-
ciones extrajudiciales y las violaciones.

Por eso, no es de extrañar, que no hiciera
caso al mensaje recibido de los secuestrados
pidiendo «una decisión sensata», que no pu-
siera en peligro sus vidas. No parece que in-
tentara negociar nada con los terroristas. Sólo
ganó tiempo para preparar los comandos que
desarrollarían el ataque al teatro.

SARASOLA

S iempre  habrá  quien  en  la  hora  de  su

muerte ponga el acento casi en exclusi-
vidad en sus negocios y en que era el
amigo de Felipe González, pero Enrique Sara-
sola merece pasar página dejando un recuerdo
más generoso. Fue, desde luego, de una lealtad
incuestionable a F. G. y es evidente que fue
también un hombre de negocios. Pero además
de eso Enrique Sarasola ha sido amigo de sus
muchos amigos, amigo hasta la muerte; ha sido
un hombre positivo ante la vida aun en los mo-
mentos más difíciles, lo ha demostrado con
creces estos dos últimos años en que se plan-
teó su lucha contra el cáncer como una batalla
contra el maligno que no estaba dispuesto a
perder, y aguantó con tanta firmeza que trans-

mitía esperanza y ánimos
a  los  que  le  rodeaban.
Enrique, tan vilipendiado
por quienes no le cono-
cían, era una de esas per-
sonas que da la cara por
los demás más que por sí
mismo, que pega el tele-
fonazo cuando lo necesitas, con una ternura
que se ve en pocos hombres y que era capaz de
arrancar sonrisas cuando lo que pedía el cuerpo
eran lágrimas y sólo lágrimas.

Ahora descansa en paz y, mal que le pese a
algunos, somos muchos los que sentimos su
pérdida.

PPiillaarr  CCEERRNNUUDDAA

REBOREDO Y SAÑUDO

S erían  las  doce

de  la  mañana
del  5  o  6  de
abril de 1976. Nos en-
contrábamos  en  los
calabozos de la Direc-
ción General de Segu-
ridad, en la Puerta del
Sol, y un agente de la
Policía  Armada  nos
leía la comunicación
de la multa que nos imponía Manuel Fraga
Iribarne, ministro del Interior, a los convo-
cantes de la manifestación de la «Platajun-
ta» en demanda de la Amnistía general. Ra-
món  Tamames,  Luis  Larroque,  Eugenio
Triana, Paca Sauquillo, Javier Dorronsoro,
Juan Antonio Bardem y algunos otros, éra-
mos preguntados sobre la decisión de pagar,
o no, la sanción gubernativa. Nos habían de-
tenido en el hotel Palace, lugar en el que de-
bíamos encontrarnos para encabezar la ma-
nifestación saliendo todos juntos hacia la
plaza de Neptuno. La situación en la D.G.S.
era radicalmente absurda porque nos pedían
que abonáramos en el acto la sanción en pa-
pel de pagos al Estado. De lo contrario in-
gresábamos inmediatamente en la prisión de
Carabanchel en cumplimiento del «arresto
penal sustitutorio» previsto en la Ley de Or-
den Público. Cuando el agente lee el nom-
bre de Bardem, Juan Antonio, repleto de hu-
mor  y  de  ironía,  le  pregunta  si  le  puede
hacer dos consultas. El policía, se encoge de
hombros, y le responde que sí. Bardem le
dice en tono zumbón: «Como usted com-
prenderá no tengo aquí medio millón de pe-
setas en ese papel que dice. Si quiere el di-
nero, o me permite ir a casa, o al banco,
porque nadie sale a la calle todos los días
con tal cargamento». El policía, inquieto,
pregunta, «¿paga o no paga?». «¡No!» res-
ponde Juan Antonio. «¡Conducción!», sen-
tencia el agente. «¡Oiga!, una cosa más, –in-
siste Bardem– ¿sabe usted si en Carabanchel
hay campo de tenis?». No recuerdo la res-
puesta de aquel policía que no tenía la cul-
pa de lo que pasaba. 

Era un ser entrañable. Los recuerdos de
aquellas semanas son imborrables. Natural-
mente no había campo de tenis, de modo
que Juan Antonio y unos cuantos  ayudamos
a pintar un campo en el patio; pidió a su fa-
milia varias raquetas y pelotas, y allí trans-
currieron las cuatro o cinco semanas hasta
que Fraga ordenó nuestra liberación. Era un
conversador  excepcional,  brillante. Tenía
una actitud ante la vida optimista, y a la vez,
burlona. Como más tarde declaró, «nunca
me sentí más seguro» que en Carabanchel
rodeado por los camaradas del Partido. Por
allí estaban Antonio García Trevijano, Si-
món Sánchez Montero, Marcelino Cama-
cho, Francisco Romero Marín, «el tanque»,
que habían sido detenidos unas semanas an-
tes como integrantes de la Junta Democráti-
ca de España. Camacho, al que respetaba
profundamente por sus años de cárcel, le
traía por la calle de la amargura. Marcelino
nos reunía a los militantes «del Partido» de
la prisión y nos leía resúmenes de la prensa
diaria sobre la coyuntura económica, las di-
ficultades  crecientes  del  Gobierno Arias-
Fraga y la situación internacional. Bardem
se aburría y un buen día le dijo a Marcelino
cariñosamente: «¡Mira Marcelino!, si sigues
leyéndonos todo eso a diario, me borro del
materialismo histórico y del dialéctico». Pa-

Las  consecuencias
de  la  incompetencia,
imprevisión, incapaci-
dad  y,  sobre  todo,  la
ausencia de cualquier
sentimiento humanita-
rio, dio lugar a los trá-
gicos y sangrientos re-
sultados que todos co-
nocemos. 119 rehenes
murieron por la inha-
lación de gases tóxicos; 50 continúan en es-
tado crítico. 150 permanecen hospitalizados,
graves y 646 fueron ingresados por intoxica-
ción, menos grave. Muchos rehenes fallecie-
ron porque los médicos no pudieron atender-
los  eficazmente,  al  desconocerse  el  gas
utilizado.

Los silencios sobre el gas, la manipulación
de las noticias y sus inmediatos desmentidos,
sobre todo lo que rodeó la intervención de las
tropas rusas (todavía no cuadran las cifras de
muertos y desaparecidos) hacen difícil que
nadie pueda creer las informaciones proce-
dentes del Gobierno ruso. Después que Bush,
saliera en su auxilio, afirmando que el gas uti-
lizado podría tratarse de un derivado opiáceo,
especialistas rusos y europeos, han manifes-
tado que no han encontrado ningún resto de
droga en la sangre de los fallecidos. Simple-
mente, como Husein con los kurdos y Esta-
dos Unidos con los vietnamitas, han utiliza-
do armas químicas prohibidas. La criminal
eliminación, a sangre fría, de los más de cua-
renta secuestradores, gaseados, inconscientes
e inofensivos, con un tiro en la sien, produce
repugnancia e iguala al Estado ruso con los
terroristas. Más desmoralizador es que, go-
biernos democráticos hayan justificado la ma-
sacre, sin ningún matiz crítico, mientras han
permanecido, ciegos, sordos y mudos, ante la
barbarie de que se viene haciendo víctima a
los  chechenos. Vale  que  personajes  como
Bush, Berlusconi o Sharon, felicitaran al pre-
sidente Putin, un personaje adoctrinado en la
represión de cualquier disidencia contra la
dictadura comunista. Sin embargo, sentí un
ligero escalofrío cuando, también, el presi-
dente Aznar hizo lo mismo.

También me preocupa, aunque, no me ex-
traña, que entre la oleada de personajes que
se suman al vale todo contra el terrorismo,
que justificaron el bombardeo y asesinato de
miles de inocentes afganos, para capturar al
que se consideraba responsable de los atenta-
dos de Nueva York y Washington; que no se
conmovieron con la muerte, por asfixia, de
cientos de prisioneros metidos en contenedo-
res; que les tiene sin cuidado lo que ocurre en
Guantánamo,  donde  ancianos  de  80  y  90
años, sin acusaciones concretas, sin atención
letrada,  sin  derechos,  son  tratados  como
«animales», encerrados en auténticos «cajo-
nes», se encuentren muchos de los que no du-
daron en asociarse, eso sí, aparentemente, en
defensa de la ética, los principios constitu-
cionales y la justicia, para conspirar contra el
Gobierno socialista, por la utilización de la
«guerra sucia» contra una banda sanguinaria
de terroristas que, bajo las siglas de ETA, no
dudaban en asesinar hombres, mujeres y ni-
ños, en una época en que, prácticamente, go-
zaban de total impunidad en Francia y en la
que podía vérseles, en determinados bares de
las ciudades galas de San Juan de Luz o Bia-
rritz, brindando por sus «hazañas».

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