1997-05-24.EL MUNDO.AZNAR GOBERNANTE FILÓSOFO AGT

Publicado: 1997-05-24 · Medio: EL MUNDO

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AZNAR, GOBERNANTE FILÓSOFO
EL MUNDO. SÁBADO, 24 DE MAYO DE 1997
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO 
El discurso sobre el estado de la Nación debería ser la ocasión para hacernos pensar en el sentido nacional, si es que lo tiene, de los acontecimientos políticos, económicos y culturales que marcan el momento y la situación actual de España. La nación española se está moviendo hacia fuera, y este impulso tiende a una integración económica con las demás naciones europeas. Pero el desconcierto y la falta de previsión en el movimiento de las Autonomías es de tal naturaleza, que nadie puede predecir si lo español que se integrará finalmente en Europa será una Nación estatal o un conjunto más o menos unitario de Regiones estatales autónomas. La pérdida de la conciencia nacional ha sido el fruto del pacto inicial de  pacto de reparto del poder entre oligarquías territoriales y oligarquías estatales. La tarea de garantizar la unidad nacional de España no está, por ello, al alcance de las instituciones y los gobernantes de  optimismo de la inteligencia es más impotente que el pesimismo de la voluntad. 
La travesía desde una economía nacional de estado a una economía internacional de mercado, ha sido el propósito de los dos cambios políticos operados en España en los últimos 40 años. Y fue más brusco el cambio tecnocrático del 57, sin libertades, que el cambio oligocrático del 77, con libertades. Aún no percibimos el sentido de la transición política porque ésta ha sido la segunda etapa de una historia económica de 40 años, en la que no hay ruptura entre lo que concibió Franco a partir del 58 y lo que rematará el Rey en el 98. Para llegar a esta meta europea, el consenso de la clase dirigente ha destruido dimensiones vitales de la conciencia colectiva. La conciencia laboral (productividad y empleo) fue sacrificada a la demagogia sindical; la conciencia nacional, al Estado de las Autonomías; la conciencia moral, al éxito sin mérito y al enriquecimiento sin causa; la conciencia judicial al carrerismo profesional; la conciencia intelectual, al cínico nihilismo de la posmodernidad; la conciencia histórica, al pacto de silencio sobre el pasado; y la conciencia cultural abierta por la crisis de la Restauración, a la gloria de esta Instauración. 
No importa que la conciencia española, la que despertó con el fracaso imperial de la Restauración en la crisis del 98, y la que sepultó la dictadura imperial de Franco, esté representada por talentos de talla universal, como el de Santayana; por grandes pensamientos europeos, como el de Ortega y Gasset; o por genios nacionales, como los de Unamuno y Galdós. Nada importa tampoco que los patriotas regeneracionistas, los educadores de  de Enseñanza, los historiadores, ensayistas, novelistas y poetas de la realidad española, fueran parteras y nodrizas de  único que importa es haber recuperado, con Aznar, la tradicional desconfianza en la inteligencia, «haber virado de la España del no a la España del sí». Nuestro filósofo gobernante se ha fascinado, en un libro de propaganda monárquica, con el análisis legionario del mal español: «El éxito de la Restauración como ordenamiento estable provocó su erosión y descrédito ante ciertos intelectuales... Es, en resumidas cuentas, la impaciente soberbia del hombre intelectual, de quien teniendo mucho y bueno que decir, rinde su inteligencia a la consabida tentación de la imprudencia». Contra el pesimismo de la inteligencia, el consabido optimismo de  pues, el estado de la Nación, la Historia de España, «será lo que nosotros queramos que sea». Es decir: Una, Grande, Libre.